Para la Iglesia creyente y orante, los Magos de Oriente que, bajo la guía de la estrella, encontraron el camino hacia el pesebre de Belén, son el comienzo de una gran procesión que recorre la historia. Por eso, la liturgia lee el evangelio que habla del camino de los Magos junto con las espléndidas visiones proféticas de Isaías 60 y del Salmo 72, que ilustran con imágenes audaces la peregrinación de los pueblos hacia Jerusalén. Al igual que los pastores que, como primeros huéspedes del Niño recién nacido que yace en el pesebre, son la personificación de los pobres de Israel y, en general, de las almas humildes que viven interiormente muy cerca de Jesús, así también los hombres que vienen de Oriente personifican al mundo de los pueblos, la Iglesia de los gentiles -los hombres que a través de los siglos se dirigen al Niño de Belén, honran en él al Hijo de Dios y se postran ante él. La Iglesia llama a esta fiesta «Epifanía», la aparición del Divino. Si nos fijamos en el hecho de que, desde aquel comienzo, hombres de toda proveniencia, de todos los continentes, de todas las culturas y modos de pensar y de vivir, se han puesto y se ponen en camino hacia Cristo, podemos decir verdaderamente que esta peregrinación y este encuentro con Dios en la figura del Niño es una Epifanía de la bondad de Dios y de su amor por los hombres (cf. Tt 3,4).
(…)
Los hombres que entonces partieron hacia lo desconocido eran, en
cualquier caso, hombres de corazón inquieto. Hombres movidos por la búsqueda
inquieta de Dios y de la salvación del mundo. Hombres que esperaban, que no se
conformaban con sus rentas seguras y quizás una alta posición social. Buscaban
la realidad más grande. Tal vez eran hombres doctos que tenían un gran
conocimiento de los astros y probablemente disponían también de una formación
filosófica. Pero no solo querían saber muchas cosas. Querían saber sobre todo
lo que es esencial. Querían saber cómo se puede llegar a ser persona humana. Y
por esto querían saber si Dios existía, dónde está y cómo es. Si él se preocupa
de nosotros y cómo podemos encontrarlo. No querían solamente saber. Querían
reconocer la verdad sobre nosotros, y sobre Dios y el mundo. Su peregrinación
exterior era expresión de su estar interiormente en camino, de la peregrinación
interior de sus corazones. Eran hombres que buscaban a Dios y, en definitiva,
estaban en camino hacia él. Eran buscadores de Dios.
(…)
La peregrinación interior de la fe hacia Dios se realiza sobre
todo en la oración. San Agustín dijo una vez que la oración, en último término,
no sería más que la actualización y la radicalización de nuestro deseo de Dios.
En lugar de la palabra «deseo» podríamos poner también la palabra «inquietud» y
decir que la oración quiere arrancarnos de nuestra falsa comodidad, del estar
encerrados en las realidades materiales, visibles y transmitirnos la inquietud
por Dios, haciéndonos precisamente así abiertos e inquietos unos hacia otros.
(…)
Ellos eran también y sobre todo hombres que tenían valor, el valor
y la humildad de la fe. Se necesitaba tener valentía para recibir el signo de
la estrella como una orden de partir, para salir –hacia lo desconocido, lo
incierto, por los caminos llenos de multitud de peligros al acecho. Podemos
imaginarnos las burlas que suscitó la decisión de estos hombres: la irrisión de
los realistas que no podían sino burlarse de las fantasías de estos hombres. El
que partía apoyándose en promesas tan inciertas, arriesgándolo todo, solo podía
aparecer como alguien ridículo. Pero, para estos hombres tocados interiormente
por Dios, el camino acorde con las indicaciones divinas era más importante que
la opinión de la gente. La búsqueda de la verdad era para ellos más importante
que las burlas del mundo, aparentemente inteligente.
(…)
Los Magos siguieron la estrella, y así llegaron hasta Jesús, a la
gran luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn1,9).
Como peregrinos de la fe, los Magos mismos se han convertido en estrellas que
brillan en el cielo de la historia y nos muestran el camino. Los santos son las
verdaderas constelaciones de Dios, que iluminan las noches de este mundo y nos
guían. San Pablo, en la carta a los Filipenses, dijo a sus fieles
que deben brillar como lumbreras del mundo (cf. 2,15).
(de
la Homilia del Papa Benedicto XVI 6 de enero de2013)
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