Para el Concilio como
para Juan Pablo II, Maria es “figura de la Iglesia” en el orden de la fe, y
este ejemplar modo de “preceder” de Maria se refiere también a la Iglesia (RM,
5). Todo ello se realiza en un gran proceso histórico o en un camino o
“itinerario de fe”, que el Papa define “historia de las almas”.
Precisamente aquí se
abre un vasto campo de referencia Maria, que constituye
también el cumplimento escatológico de la Iglesia. El Papa se concentra, sin
embargo, en sus reflexiones sobre todo en la fase actual que de por si no es
aun historia, y sin embargo la plasma sin cesar, incluso en el sentido de historia
de la salvación. Su excepcional peregrinación de la fe
representa un punto de referencia constante para la Iglesia, y, en
cierto modo, para toda la humanidad. De veras es difícil abarcar y medir su
radio de acción. Maria, para la Iglesia que sigue sus huellas es “Estrella del
mar”, Maris Stella, porque hacia Ella deberían alzarse los ojos de todo
aquellos que se insertan en la Iglesia a través del bautismo y se convierten en
su cuerpo místico.
De Maria es necesario
aprender el testimonio de fe y la perfecta unión con Cristo, punto de
referencia para quienes dentro de la Iglesia miran al cumplimiento de la
esperanza de la propia vida en Dios. En Maria, en efecto, se puede encontrar el
propio horizonte de vida y santidad.
La encíclica esta
dividida en tres partes: Maria en el misterio de Cristo, La
Madre de Dios en el centro de la Iglesia peregrina, Mediación
materna. En ella se encuentran numerosas meditaciones bíblicas sobre
escenas de la vida de la Madre de Dios, que permiten referirse a cuestiones atuales
que conciernen a la Mariología, al culto mariano pero también al problema del
ecumenismo.
En la primera parte, el
Papa subraya el camino de “obediencia de fe” de Maria, que Ella recorre desde
Nazareth hasta los pies de la cruz. Maria participa a traves de la fe, en este
desconcertante misterio de anonadamiento de Cristo, que «se humillo a si mismo
haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp
2,8). Contrariamente a los discípulos de Cristo que huyeron, la
Madre participa mediante la fe en la muerte redentora del Hijo. Actúa, pues
según la perspectiva de la bendición de la fe, que constituye oposición a la
desobediencia y a la falta de fe de los primeros hombres.
Juan Pablo II, citando a
San Ireneo, dirá: «El nudo de la desobediencia de Eva se ha desatado con la
obediencia de Maria» (Adversu Haereses III, 22,4) A la luz de esta comparación
se mira concretamente a Maria com persona, cuya presencia en le misterio de la
salvación se ilumina gracias a Su fe. De este modo, resulta claro
que el saludo de Isabel a Maria: «Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45) se
convierte para Juan Pablo II en la clave de interpretación de la fe
de Maria y de su presencia en el plano de la salvación (Rm 19). Maria, en
efecto, «entra en contacto con la verdad de su Hijo sólo en la fe y mediante la
fe y asi lleva en si la radical “novedad” de la fe : el inicio de la Nueva
Alianza» (RM, 19)
Se revela aqi con toda
claridad un esencial contenido mariológico, es decir «la verdad sobre Maria»
(RM 12). Ella, llena de gracia, promesa eterna en el misterio de su Hijo,
avanzando en su peregrinación de la fe, hace presentes a todo el eterno
designio de salvación del hombre en Cristo. «Entre todos los creyentes
es como un “espejo”, donde se reflejan del modo más profundo y claro
“las maravillas de Dios”» (RM, 25). Su total entrega al Señor, e incluso el
modo de ver los eventos salvadores según el plan de Dios, tiene sorprendentes
analogías con la fe de Abraham. Así como la fe de Abraham constituye el inicio
de la antigua Alianza, asi la fe de Maria da comienzo a
la Nueva Alianza.
Redemptoris Mater:
con Maria en la peregrinación de la fe de Mirosłav Mróz, publicado en Totus Tuus, Nr 5
oct/nov 2010.
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