Cuando en 1987, en la Westerplatte de Gdansk, hablé a la juventud polaca, me referí a ese lugar como a un símbolo elocuente de fidelidad en un momento dramático. Allí, en 1939, un grupo de jóvenes soldados polacos, combatiendo contra el invasor alemán que disponían de fuerzas y medios bélicos claramente superiores, afronto la prueba suprema ofreciendo un victorioso testimonio de coraje, de perseverancia y de fidelidad. Hice referencia a aquel suceso invitando sobre todo a los jóvenes a que reflexionaran sobre la relación entre «ser y tener más» y les advertí: «Nunca debe vencer solo el tener más» Porque entonces el hombre puede perder lo más precioso: su humanidad, su conciencia, su dignidad. Desde esa perspectiva, les exhorté: «Debéis exigiros a vosotros mismos, aunque los otros no os exijan». Y les explicaba: Cada uno de vosotros, jóvenes, encuentra en su vida una Westerplatte. Unas obligaciones que debe asumir y cumplir. Una causa justa, por la que se debe combatir. Un deber, una obligación, a la que uno no puede sustraerse, de la que no es posible desertar. En fin hay que “mantener” y “defender” un cierto orden de verdades y de valores dentro de si mismo y en su entorno. Si, defender para sí mismo y para los otros (12 de junio de 1987)
¡Levantaos!
¡Vamos!,p165/6,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2004
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