“El motivo del encuentro
es el XX aniversario de la Encíclica Humanae vitae que Pablo
VI publicó el 25 de julio de 1968 sobre el grave problema de la
recta regulación de la natalidad. En la alocución del miércoles siguiente a la
publicación de la Encíclica, el mismo Pablo VI confió a los fieles los
sentimientos que lo habían guiado en el cumplimiento de su mandato apostólico.
Decía: "El primer sentimiento ha sido el de una gravísima responsabilidad
nuestra. Ese sentimiento nos ha introducido y sostenido en lo vivo del problema
durante los cuatro años requeridos para el estudio y la elaboración de esta
Encíclica. Os confesamos que este sentimiento nos ha hecho incluso sufrir no
poco espiritualmente. Jamás habíamos sentido como en esta coyuntura el peso de
nuestro cargo. Hemos estudiado, leído, discutido cuanto podíamos, y también
hemos rezado mucho... Invocando las luces del Espíritu Santo, hemos puesto
nuestra conciencia en la plena y libre disponibilidad a la voz de la verdad,
tratando de interpretar la norma divina que vemos surgir de la intrínseca
exigencia del auténtico amor humano, de las estructuras esenciales de la
institución matrimonial, de la dignidad personal de los esposos, de su misión
al servicio de la vida, así como de la santidad del matrimonio cristiano; hemos
reflexionado sobre los elementos estables de la doctrina tradicional y vigente
de la Iglesia, y especialmente sobre las enseñanzas del reciente Concilio;
hemos ponderado las consecuencias de una y otra decisión, y no hemos tenido
duda alguna sobre nuestro deber de pronunciar nuestra sentencia en los términos
expresados por la presente Encíclica" (cf. Insegnamenti di Paolo
VI, vol. VI, 1968, págs. 870-871).
De
todos son conocidas las reacciones, a veces ásperas y hasta despreciativas, que
también en algunos ambientes de la misma comunidad eclesial ha recibido la
Encíclica Humanae vitae. Mi venerado predecesor las
había previsto claramente. De hecho, escribía en la Encíclica: «Se puede prever
que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son
demasiadas las voces —ampliadas por los modernos medios de propaganda— que
están en contraste con la de la Iglesia. A decir verdad, ésta no se extraña de
ser, a semejanza de su Divino Fundador, "signo de contradicción"
(cf. Lc 2, 34); pero no deja por esto de proclamar con humilde
firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica" (n. 18).
Por
otra parte, Pablo VI mantuvo siempre una profunda confianza en la capacidad de
los hombres de hoy de acoger y de comprender la doctrina de la Iglesia sobre el
principio de la "inseparable conexión, que Dios ha querido y que el hombre
no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto
conyugal: el significado unitivo y el significado procreador". (n. 12).
"Nos pensamos —escribía él— que los hombres, en particular los de nuestro
tiempo, se encuentran en situación de comprender el carácter profundamente
razonable y humano de este principio fundamental" (n. 12).”
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