6. Frente a las
dificultades y a los recursos de la familia de hoy, la Iglesia se siente
llamada a renovar la conciencia del encargo que ha recibido de Cristo en
relación al precioso bien del matrimonio y de la familia: la tarea de
anunciarlo en su verdad, de celebrarlo en su misterio y de vivirlo en la
existencia cotidiana de los que han sido "llamados por Dios a servirle en
el matrimonio" (Humanae vitae, 25).
Pero,
¿cómo desarrollar esta tarea en las presentes condiciones de vida de la Iglesia
y de la sociedad?
La
comunión de ideas y de experiencias durante este encuentro vuestro permitirá
ciertamente encontrar algunas respuestas significativas.
De
todas maneras puede ser oportuno, al principio de vuestros trabajos, ofrecer
algunas sugerencias y formular algunas propuestas.
Es
especialmente urgente reavivar la conciencia del amor conyugal como don:
ese don que, mediante el sacramento del matrimonio, el Espíritu Santo, que es
la Persona-don en el inefable misterio de la Trinidad (cf. Dominum et Vivificantem, 10), derrama en el
corazón de los esposos cristianos. Este mismo don es la "ley nueva"
de su existencia, la raíz y la fuerza de la vida moral de la pareja y de la
familia. Y en realidad su ethos consiste en vivir todas las dimensiones del
don:
— la
dimensión conyugal, que exige a los esposos llegar a ser cada vez
más un solo corazón y una sola alma, revelando así en la historia el misterio
de la misma comunión de Dios uno y trino;
— la
dimensión familiar, que exige a los esposos estar dispuestos a
"cooperar... con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de
ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia" (Gaudium et spes, 50), acogiendo del Señor el
don del hijo (cf. Gén 4, 1);
— la
dimensión eclesial y social, por la cual los cónyuges y los padres
cristianos, en virtud del sacramento, "poseen su propio don, dentro del
Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida" (Lumen gentium, 11). Y al mismo tiempo asumen
y desarrollan —como "célula primera y vital de la sociedad". (Apostolicam actuositatem, 11)— su
responsabilidad en el ámbito social y político;
— la
dimensión religiosa, por la cual la pareja y la familia responden
al don de Dios y en la fe, en la esperanza y en la caridad hacen de toda su
vida "sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de
Jesucristo" (l Pe 2, 5).
Sin
descuidar enseñanzas que tienen también su importancia, como son aquellas que
se refieren a los aspectos antropológicos y sicológicos de la sexualidad y del
matrimonio, el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe poner decididamente en
primer lugar la difusión y la profundización de la conciencia de que el
amor conyugal es don de Dios confiado a la responsabilidad del hombre
y de la mujer: en esta línea deben moverse la catequesis, la reflexión
teológica, la educación moral y espiritual.
Es
además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la
conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte
integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con
convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: "...cada Iglesia
local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más
viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la
promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier
nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la
familia" (n. 70).
La
exigencia insustituible de que la fe se haga cultura, debe encontrar su
primer y fundamental lugar de realización en la pareja y en la familia. El fin
de la pastoral familiar consiste no sólo en hacer la comunidad eclesial más
solícita hacia el bien cristiano y humano de las parejas y de las familias, en
particular de las más pobres y en dificultad, sino también y sobre todo en
estimular el "protagonismo" propio e insustituible de las parejas y
de las familias mismas en la Iglesia y en la sociedad.
Para
una pastoral familiar eficaz e incisiva es necesario orientar hacia la formación
de los agentes, suscitando también vocaciones al apostolado en este campo
vital para la Iglesia y para el mundo. Las palabras de Jesucristo: "La
mies es mucha, y los obreros pocos" (Lc 10, 2), valen también
para el campo de la pastoral familiar. Son necesarios "obreros" que
no teman las dificultades y las incomprensiones al presentar el proyecto de
Dios sobre el matrimonio, dispuestos a "sembrar con lágrimas", pero
con la seguridad de "cosechar entre cantares" (cf. Sal 125/126,
5).
7.
Dios quiere que toda familia sea en Cristo Jesús una "Iglesia
doméstica" (cf. Lumen gentium, 11): de esta "iglesia en
miniatura", como gusta llamar frecuentemente a la familia San Juan
Crisóstomo (cf. por ejemplo In Genesim, Serm. VI, 2; VII, 1),
depende en su mayor parte el futuro de la Iglesia y de su misión
evangelizadora.
También
el porvenir de una sociedad más humana, inspirada y sostenida por la
civilización del amor y de la vida, depende en gran medida de la
"calidad" moral y espiritual del matrimonio y de la familia, de su
"santidad".
Esta
es la finalidad suprema de la acción pastoral de la Iglesia, de la que nosotros
obispos somos los primeros responsables. El XX aniversario de la Humanae vitae vuelve a plantearnos a
todos esta finalidad con la misma urgencia apostólica de Pablo VI, que concluía
su Encíclica dirigiéndose a los hermanos en el episcopado con estas palabras:
"Trabajad al frente de los sacerdotes, vuestros colaboradores, y de
vuestros fieles con ardor y sin descanso, por la salvaguardia y la santidad del
matrimonio para que sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana.
Considerad esta misión como una de vuestras responsabilidades más urgentes en
el tiempo actual" (Humanae vitae, 30).
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