60. Algunos intentan
justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta
un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana
personal. En realidad, « desde el momento en que el óvulo es fecundado, se
inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un
nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si
no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética
moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante
se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un
individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación
inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren
un tiempo para desarrollarse y poder actuar ».57 Aunque
la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de
ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el
embrión humano ofrecen « una indicación preciosa para discernir racionalmente
una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un
individuo humano podría no ser persona humana? ».58
Por
lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la
obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona
para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada
a eliminar un embrión humano. Precisamente por esto, más allá de los debates
científicos y de las mismas afirmaciones filosóficas en las que el Magisterio
no se ha comprometido expresamente, la Iglesia siempre ha enseñado, y sigue
enseñando, que al fruto de la generación humana, desde el primer momento de su
existencia, se ha de garantizar el respeto incondicional que moralmente se le
debe al ser humano en su totalidad y unidad corporal y espiritual: « El
ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y,
por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la
persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la
vida ».59
61.
Los textos de la Sagrada Escritura, que nunca hablan del
aborto voluntario y, por tanto, no contienen condenas directas y específicas al
respecto, presentan de tal modo al ser humano en el seno materno, que exigen
lógicamente que se extienda también a este caso el mandamiento divino « no
matarás ».
La
vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también
en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde el seno materno,
pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus
manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él
entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya
escrita en el « libro de la vida » (cf. Sal 139 138, 1.
13-16). Incluso cuando está todavía en el seno materno, —como testimonian
numerosos textos bíblicos 60— el
hombre es término personalísimo de la amorosa y paterna providencia divina.
La Tradición
cristiana —como bien señala la Declaración emitida al
respecto por la Congregación para la Doctrina de la Fe 61— es
clara y unánime, desde los orígenes hasta nuestros días, en considerar el
aborto como desorden moral particularmente grave. Desde que entró en contacto
con el mundo greco-romano, en el que estaba difundida la práctica del aborto y
del infanticidio, la primera comunidad cristiana se opuso radicalmente, con su
doctrina y praxis, a las costumbres difundidas en aquella sociedad, como bien demuestra
la ya citada Didaché. 62 Entre
los escritores eclesiásticos del área griega, Atenágoras recuerda que los cristianos
consideran como homicidas a las mujeres que recurren a medicinas abortivas,
porque los niños, aun estando en el seno de la madre, son ya « objeto, por
ende, de la providencia de Dios ».63 Entre
los latinos, Tertuliano afirma: « Es un homicidio anticipado impedir el
nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se la haga
desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquél que lo será ».64
A lo
largo de su historia bimilenaria, esta misma doctrina ha sido enseñada constantemente
por los Padres de la Iglesia, por sus Pastores y Doctores. Incluso las
discusiones de carácter científico y filosófico sobre el momento preciso de la
infusión del alma espiritual, nunca han provocado la mínima duda sobre la
condena moral del aborto.
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