“Te reconozco Padre, Señor del cielo y de la tierra”. Palabras que pronuncio Jesucristo. Y con estas palabras hoy nosotros junto a Cristo en el Sacramento de la Eucaristía, bajo la especie del pan, salimos a las calles de Cracovia para proclamar a Dios. “Te reconozco Padre, Señor del cielo y de la tierra!”
Esta proclamación es un deber nuestro particular, pero también es una necesidad
particular de nuestro espíritu. Vivimos en tiempos en que se olvida a Dios, en
tiempos que no se lo reconoce, que se le quita lugar en publicaciones, libros y
vida pública. Un mundo privado de Dios, privado de principio y de fin: un mundo
que ha extirpado a su Creador, es esta la imagen, esta la ideología que se
busca inculcar de diferentes maneras al hombre de hoy: un mundo sin Dios.
Y precisamente debido a estos proyectos nace la necesidad de nuestro encuentro
con Cristo que dice “Te reconozco, Padre, Señor del cielo y de la tierra!”. La
necesidad de proclamar a Dios es un signo peculiar de los tiempos que vivimos,
de estos tiempos en que se intenta borrar el nombre de Dios en lo más profundo
del alma humana. Y esto es algo terrible desde el punto de vista de nuestro
sentido cristiano de la realidad. Dios de hecho significa Creador y Padre.
Arrancarse del Creador, anular a Dios: que le queda a la criatura? Que queda
del hombre?
Y es precisamente en el ámbito de esta lucha por la presencia de Dios en
nuestra vida que adquiere particular significado que nosotros salgamos junto a
Cristo por las calles de Cracovia y junto a El digamos “Te reconozco Padre,
Señor del cielo y de la tierra!”. Reconozco! Cristo es el primer testimonio del
Dios vivo y Cristo es también el Maestro de todos sus discípulos. El llama al
hombre a ser discípulo. No puede ser un hombre tibio, neutro: debe ser
confesor, porque en la profesión de fe se expresa la relación plena con la
verdad, con Dios que es la verdad.
Nuestros tiempos tienen especial necesidad de confesores y crean confesores.
Citare un ejemplo que ha llegado a mis manos en estas últimas semanas y que se
encuentra entre las actas de la Curia Metropolitana. Se trata de un hecho
doloroso pero por otro lado extremadamente constructivo.
Un joven que asistía a la escuela profesional llevaba como la mayoría de los
cristianos, jóvenes o ancianos, una cruz sobre el pecho. Le fue ordenado
quitarse la cruz y no asistir mas a la escuela con aquella cruz, no presentarse
a las clases con ella. El joven respondió que no. Fue expulsado de la escuela y
se convoco a la madre. Al presentarse la madre se trato de convencerla que el
comportamiento de su hijo era inapropiado y ella respondió: estoy orgullosa de
mi hijo!
Recordamos también el caso de los niños polacos en Wrzesnia que eran
perseguidos y expulsados de la escuela porque rezaban en polaco!
Hace falta poner un freno. Estamos en presencia de una clase de personas que
buscan construir su propia carrera violando la libertad de conciencia y de
religión. Hace falta poner un freno. Tenemos una constitución que hoy como en
el pasado se expresa sobre este tema de manera inequívoca y que prevé sanciones
para aquellos que ofenden los sentimientos religiosos y buscan impedir la
practica religiosa. Portar una cruz es una práctica religiosa y nadie puede
prohibirla.
Si por un lado este episodio suscita pensamientos dolorosos, por el otro sin
embargo es edificante. No vivimos solamente en una época de oportunistas,
vivimos también una época de confesores, madres e hijos, padres e hijos.
Al hablar de esto querido hermanos y hermanas, pienso en todos los niños que al
fin del año escolar se irán de vacaciones, a una colonia, a un campamento.
Pensamos con angustia si también le arrancaran las cruces del pecho. Si les
prohibirán ir a la iglesia. Es necesario que madres y padres apoyen a sus
hijos, como aquella madre que exclamo: Estoy orgullosa de mi hijo!
Y otro ejemplo: en una gran ciudad fuera de Cracovia, se construyo un nuevo barrio.
Junto al barrio se sintió la necesidad de contar con un espacio para
catequesis. Obviamente la Curia metropolitana, los párrocos, en estos casos
hacemos lo imposible para conseguir un lugar para el servicio divino, para el
catecismo, para la iglesia. Estad seguros que siempre lo hacemos siguiendo los
caminos legítimos. Pero nuestros esfuerzos quedan sin respuesta.
Entonces en la ciudad que mencionaba, había una pequeña casa particular que
contaba con una habitación libre porque los jóvenes de la familia residían en
otra parte. Por lo tanto la dueña de casa, de acuerdo con el esposo, la ofreció
como espacio para catequesis. Y al ser convocada y amenazada con ser castigada
declaró: El Señor Dios no me abandonara. Si me suspenden iré a limpiar. Y la
habitación finalmente tuvo su uso. Tenemos necesidad de este testimonio de fe
viva, de la fe valiente de esta mujer intrépida y de su marido y de sus hijos
porque en aquel lugar en aquel nuevo barrio y recordémoslo, en todo nuestro
país nacen nuevos barrios con la intención de ser lugares sin Dios y que no
existan lugares para la catequesis donde los niños junto a su sacerdote y por
su intermedio junto a Cristo puedan decir “Te reconozco, Padre, Señor del cielo
y de la tierra!”.
Y quizás en este ultimo caso se confirma otro paso de las palabras de Cristo
“Haz revelado estas palabras a los humildes”. Una mujer humilde, una mujer
pequeña ha tenido una visión esplendida, digna de los grandes genios, de la
verdad sobre Dios! Y lo ha testimoniado tal como lo habían hecho el niño y su
madre.
Hermanos y hermanas, vivimos en una época de confesores. En otras épocas la
Iglesia registraba estos hechos en el libro de los mártires, Acta Martyrum.
Mártir es una palabra que nos viene del griego y significa testimonio, confesor
delante de todos. También hoy es necesario escribir estas Actas Martyrum
contemporáneas, documentos de confesores, para alentarnos mutuamente, para
saber unos de otros, para que una repentina injusticia hacia alguien debido a
sus convicciones, o por motivos de su fe o de su conciencia se convierta
también en un asunto nuestro. A veces se enfadan conmigo porque digo estas
cosas. Pero como podría no hablar? Como podría no escribir? Y como podría no
intervenir? Cada caso, de cada niño, de cada madre, de cada uno de nosotros,
modesto o culto, profesor universitario o estudiante, cada caso es algo que
atañe a todos nosotros. Y yo obispo debo ser el primero en ponerme al servicio
de esta causa! De esta gran causa del hombre! Porque la causa de la libertad
espiritual del hombre, la causa de la libertad de conciencia, de la libertad de
religión, es la gran causa del hombre! Del hombre de todos los tiempos, del
hombre de nuestros tiempos!
Hermanos y hermanas, mientras permanecemos aquí por la gracia de Dios reunidos
alrededor de Cristo, en torno a la Eucaristía, mientras junto a el nos
congregamos en la unidad de la profesión de fe, pensemos en todos nuestros
hermanos y hermanas en cualquier parte del mundo que comparten nuestra comunión
de fe pero no tienen la posibilidad de confesarla públicamente y son
perseguidos y maltratados por este motivo. Pensemos en toda la humanidad, en
todo el mundo, porque Cristo esta en el centro de la entera familia humana y en
nombre de toda la familia humana le dice a Dios ”Te reconozco Padre, Señor del
cielo y de la tierra”.
La confesión de fe necesidad de este momento
La confesión de la fe es una necesidad peculiar de nuestros tiempos. El
reconocimiento de Dios es la fuente de la libertad del hombre. Satanás, el
príncipe de las tinieblas ha tratado desde el comienzo mismo de erradicar a
Dios del hombre. Desde el principio el príncipe de las tinieblas se ha empeñado
en satisfacer al hombre con el espíritu de este mundo como si este mundo
pudiese bastarle al hombre. El corazón del hombre no tiene paz hasta que no
descansa en Ti exclamo San Agustín. Esta es la gran verdad sobre el hombre.
Este es el gran fundamento de la libertad cuya fuente se halla en Dios.
Queridos hermanas y hermanos, no permitamos que nos quiten a Dios! No
permitamos que a ningún costo se le quite Dios a nuestros niños, a nuestros
jóvenes cualquiera fuese el precio. Seamos testimonios de Jesucristo. Sea El
nuestro alimento..
El sale en procesión con nosotros bajo la especie del pan para decirnos ante
todo que es nuestro alimento. Quiere ser el alimento de cada hombre envuelto en
la tempestad, en las vicisitudes del mundo, que no logra encontrar a Dios, que
lo ha perdido de vista, que piensa que el mundo le puede bastar, que pueden
satisfacerle autos y construcciones, fabricas y grandes empresas industriales,
conquistas espaciales y otros adelantos: que piensa que todo esto le basta….
Cristo es el alimento de nuestras almas, para que seamos confesores de Dios,
testimonios de Dios y de El mismo. Es el quien ha dicho: “Al que me reconozca
ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi Padre” También ha dicho “cualquiera
que me negare delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi
Padre”.
Durante esta procesión oremos para que crezca una generación de confesores, que
no se llegue a renegar de Dios y de Cristro en nuestra nacion que desde hace
siglos esta unida al Verbo de la Vida, a la Luz del mundo, a Jesucristo, a
nuestro maestro y pan eucarístico. Amen.”
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