El primer paso fundamental para realizar este cambio cultural consiste en la formación de la conciencia moral sobre el valor inconmensurable e inviolable de toda vida humana. Es de suma importancia redescubrir el nexo inseparable entre vida y libertad. Son bienes inseparables: donde se viola uno, el otro acaba también por ser violado. No hay libertad verdadera donde no se acoge y ama la vida; y no hay vida plena sino en la libertad. Ambas realidades guardan además una relación innata y peculiar, que las vincula indisolublemente: la vocación al amor. Este amor, como don sincero de sí, 125 es el sentido más verdadero de la vida y de la libertad de la persona.
No menos decisivo en la formación de la
conciencia es eldescubrimiento del vínculo constitutivo entre la libertad y
la verdad. Como he repetido otras veces, separar la libertad de la
verdad objetiva hace imposible fundamentar los derechos de la persona sobre una
sólida base racional y pone las premisas para que se afirme en la sociedad el
arbitrio ingobernable de los individuos y el totalitarismo del poder público
causante de la muerte. 126
Es esencial pues que el hombre reconozca la
evidencia original de su condición de criatura, que recibe de Dios el ser y la
vida como don y tarea. Sólo admitiendo esta dependencia innata en su ser, el
hombre puede desarrollar plenamente su libertad y su vida y, al mismo tiempo,
respetar en profundidad la vida y libertad de las demás personas. Aquí se
manifiesta ante todo que « el punto central de toda cultura lo ocupa la actitud
que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios ».127 Cuando
se niega a Dios y se vive como si no existiera, o no se toman en cuenta sus
mandamientos, se acaba fácilmente por negar o comprometer también la dignidad
de la persona humana y el carácter inviolable de su vida.
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