(Svidercoschi)
Juan Pablo II quería regresar a Polonia a toda
costa. Sentía que era su deber ayudar a
aquel pueblo a reencontrar, al menos, la fe en sí mismo, la fuerza para tener
esperanza.
¿Pero podía ir a
Polonia durante el estado de sitio? ¿No corría asi el riesgo de legitimarlo,
aunque nada estuviera más lejos de su intención? En suma ¿Qué era mejor,
estrechar la mano de aquella gente o negarse a hacerlo?
Al final, tras
una larga reflexión, brotó la respuesta más natural: el Papa podía,
perfectamente, ir a Polonia y, al mismo tiempo, mostrar claramente que no aceptaba
aquella situación. Y fue una decisión justa, sabia, eficaz, porque de esa
forma, sólo de esa, fue posible que se salvaran Lech Walesa y Solidaridad.
(Dziwisz)
Pero
comencemos por el principio.
Intentaré
contar cómo fue aquel viaje de junio de 1983, un viaje decisivo para le futuro
de Polonia, en sus momentos más cruciales. Intentaré hacerlo, en parte,
basándome en mis apuntes y en parte confiando en la memoria.
En
esa época, Walesa no existía para los dirigentes comunistas. No lo llamaban ni
siquiera por su nombre: cuando se referían a él, decían, simplemente, «el electricista».
Precisamente por eso, el Papa dejó muy claro que visitaría Polonia con la condición
de entrevistarse con Walesa. Pero el general Jaruzelski se oponía a ello
frontalmente. Para superar el impase se llegó a un compromiso que no solo era
muy precario, sino que estaba cargado de dudas, de omisiones, de detalles
dejados en una nebulosa.
De
hecho, cuando llegó a Polonia, el 16 de junio, el Santo Padre descubrió que el encuentro no estaba en modo alguno
asegurado, es más, existía el riesgo de que se anulase. Desconcertado, se
desahogó con sus más estrechos colaboradores:«Si no puedo verlo, regreso a
Roma». Alguien de su séquito manifestó su perplejidad. Él repuso: «Tengo que
ser coherente de cara a los demás»
En
cualquier caso, que su intención era la de apoyar a Solidaridad lo había dejado
muy claro desde un principio, nada más descender del avión. Besó el suelo
polaco (aunque a lo había hecho en su primera visita) y explicó que era como si
besase a su propia madre, una madre que estaba sufriendo mucho una vez
más. Añadió que venía para todos,
incluidos los que estaban en la cárcel. Luego en la catedral, donde está la
tumba del cardenal Wyszynski, agradeció a la Providencia que le hubiese
ahorrado al primado los dolorosos sucesos del 13 de diciembre de 1981. Esta
frase, al día siguiente fue censurada en todos los periódicos.
El
encuentro con el general Jaruzelski….En el discurso público, el Papa pidió
expresamente que se respetasen los acuerdos de agosto de 1980, los que habían
rubricado tanto el Gobierno como los sindicatos. En el coloquio privado, lo que
le dijo al general, esencialmente, fue que podía incluso entender que hubiera
decretado el estado de sitio, pero que jamás aprobaría la abolición de
Solidaridad, el sindicato a través del cual se había expresado el alma polaca.
Ya
de regreso, Juan Pablo II se detuvo en la iglesia de los Capuchinos donde se
conserva el corazón de un gran soberano, Jan Sobieski. Y allí pudo hablar con
diversos miembros de la oposición, sobre todo con intelectuales y artistas, así
como con la madre de un joven que había sido asesinado por la policía.
Llegó
el momento de acudir a Czestochowa; el aumento de la tensión se advirtió de
inmediato. La policía se mantenía en estado de alerta, estaba preocupada por la
masiva participación de los jóvenes. Pero, no obstante el encendido entusiasmo
y no obstante la evidente intención de los jóvenes de trasformar el encuentro
en una manifestación en contra del
régimen, el Santo Padre freno en seco toda forma se contestación. A pesar de
que su consigna - «Debéis permanecer
vigilantes» - no se entendió precisamente como una frase retórica.
Al
día siguiente, el domingo 19, estaba prevista la jornada mariana, con una misa
y la coronación de cuatro imágenes de la Virgen, veneradas en otros tantos
santuarios. Asistió una multitud ingente, dos millones de personas, y en la
homilía Juan Pablo II dijo expresamente que Polonia debía ser un Estado
soberano y que la soberanía se basa en la libertad de los ciudadanos.
A
esa misma hora llegaron a Czestochowa algunos dirigentes del Politburó. Si ya
se habían quedado profundamente turbados por las diversas intervenciones del
Santo Padre ahora estaban doblemente preocupados ante lo que pudiera decir esa
tarde en el «solemne llamamiento». Solicitaron tener un coloquio con monseñor
Bronislaw Dabrowski, secretario del episcopado, y le dijeron con total claridad
que el Papa tenía que cambiar el contenido de sus discursos.
Mons.
Dabrowski se lo refirió al Pontífice y regreso junto a los representantes del
Partido con la respuesta del Papa. La respuesta era que, si no podía decir lo
que pensaba, si no podía pronunciar los discursos que había preparado en su
propio país, en su patria, ¡estaba dispuesto a volverse a Roma!
Frente
a la firmeza de Juan Pablo II, éstos no replicaron y regresaron a Varsovia para
presentar su informe. Por su parte, el Santo Padre atenuó ligeramente el texto
del «llamamiento», pero sólo en el tono, no en lo concerniente a los conceptos,
a los argumentos. Pidió, entre otras cosas, que se tuviese el valor de retomar
el diálogo social. Justo lo que Jaruzelski no quería hacer, según había
repetido hasta el propio Papa.
Continuó
la visita. En Poznan, el Pontífice pronunció por primera vez el nombre de
Solidaridad. En Katowice afirmó que los obreros tenían derecho a contar con
sindicatos libres. En Breslavia, que era preciso conservar cuanto había de
positivo en Solidaridad, mientras tanto, los monaguillos se alzaban la túnica
blanca para enseñar la camiseta con aquella inscripción que ya se había hecho
famosa en el mundo entero.
Fotografias (con excepcion de la tapa del libro).
No hay comentarios:
Publicar un comentario