Decia Juan Pablo II en su Carta apostolica Orientale Lumen con ocasión del centenario de la Carta Apostolica Orientaliumn Dignitas del Papa Leon XIII: “La
luz del Oriente (Orientale Lumen) ha iluminado a la Iglesia universal,
desde que apareció sobre nosotros «una Luz de la altura» (Lc 1,
78), Jesucristo, nuestro Señor, a quien todos los cristianos invocan como
Redentor del hombre y esperanza del mundo.Esa luz inspiró a mi Predecesor el
Papa León XIII la Carta Apostólica Orientalium Dignitas con la
que quiso defender el significado de las Tradiciones orientales para toda la
Iglesia[1].
(…) Nuestros hermanos orientales católicos
tienen plena conciencia de ser, junto con los hermanos ortodoxos, los
portadores vivos de esa tradición. Es necesario que también los hijos de la
Iglesia católica de tradición latina puedan conocer con plenitud ese tesoro y
sentir así, al igual que el Papa, el anhelo de que se restituya a la Iglesia y
al mundo la plena manifestación de la catolicidad de la Iglesia,
expresada no por una sola tradición, ni mucho menos por una comunidad contra la
otra; y el anhelo de que también todos nosotros podamos gozar plenamente de ese
patrimonio indiviso, y revelado por Dios, de la Iglesia universal[2] que
se conserva y crece tanto en la vida de las Iglesias de Oriente como en las de
Occidente.”
Sin
indagar demasiado en los lineamientos del Santo Padre León XIV podemos
vislumbrar claramente su firme decisión de no solo continuar con el anhelo de
sus predecesores (y de Leon XIII) de entrar
en comunión con las iglesias orientales, sino mas bien reforzar los vínculos y buscar la
tan ansiada unión, ya desde sus primeras
intervenciones según citara en su discurso a los participantes en el Jubileo de
las Iglesias Orientales, los primeros días de su ministerio petrino.
“Ustedes son valiosos – les decía -- Al mirarlos, pienso en la variedad de sus procedencias, en la historia gloriosa y en los duros sufrimientos que muchas de sus comunidades han padecido o padecen. Y quisiera reiterar lo que dijo el papa Francisco sobre las Iglesias orientales: «Son Iglesias que deben ser amadas: custodian tradiciones espirituales y sapienciales únicas, y tienen tanto que decirnos sobre la vida cristiana, la sinodalidad y la liturgia; piensen en los Padres antiguos, en los Concilios, en el monacato: tesoros inestimables para la Iglesia» (Discurso a los participantes en la Asamblea de la ROACO, 27 de junio de 2024). Deseo citar también al Papa León XIII, que fue el primero en dedicar un documento específico a la dignidad de sus Iglesias, dada ante todo por el hecho de que «la obra de la redención humana comenzó en Oriente» (cf. Lett. ap. Orientalium dignitas, 30 de noviembre de 1894). Sí, ustedes tienen «un papel único y privilegiado, por ser el marco originario de la Iglesia primitiva» (San Juan Pablo II, Carta. ap. Orientale Lumen, 5). Es significativo que algunas de sus liturgias —que estos días están celebrando solemnemente en Roma según las diversas tradiciones— sigan utilizando la lengua del Señor Jesús. Pero el papa León XIII hizo un sentido llamamiento para que «la legítima variedad de la liturgia y la disciplina oriental [...] redunde en [...] gran decoro y utilidad de la Iglesia» (Lett. ap. Orientalium dignitas). Su preocupación de entonces es muy actual, porque en nuestros días muchos hermanos y hermanas orientales, entre los que se encuentran varios de ustedes, obligados a huir de sus territorios de origen a causa de la guerra y las persecuciones, de la inestabilidad y de la pobreza, corren el riesgo, al llegar a Occidente, de perder, además de su patria, también su identidad religiosa. Así, con el paso de las generaciones, se pierde el patrimonio inestimable de las Iglesias orientales”.
“Hace más de un siglo, León XIII señaló que «la conservación de los ritos orientales es más importante de lo que se cree» y, con este fin, prescribió incluso que «cualquier misionero latino, del clero secular o regular, que con consejos o ayudas atraiga a algún oriental al rito latino» sea «destituido y excluido de su cargo» (ibíd.). Acogemos el llamamiento a custodiar y promover el Oriente cristiano, sobre todo en la diáspora; aquí, además de erigir, donde sea posible y oportuno, circunscripciones orientales, es necesario sensibilizar a los latinos. En este sentido, pido al Dicasterio para las Iglesias Orientales, al que agradezco su trabajo, que me ayude a definir principios, normas, y directrices a través de los cuales los pastores latinos puedan apoyar concretamente a los católicos orientales de la diáspora, y a preservar sus tradiciones vivas y a enriquecer con su especificidad el contexto en el que viven.”
La Iglesia los necesita. ¡Cuán grande es la contribución que el Oriente cristiano puede darnos hoy! ¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido del misterio, tan vivo en sus liturgias, que involucran a la persona humana en su totalidad, cantan la belleza de la salvación y suscitan asombro por la grandeza divina que abraza la pequeñez humana! ¡Y cuán importante es redescubrir, también en el Occidente cristiano, el sentido del primado de Dios, el valor de la mistagogia, de la intercesión incesante, de la penitencia, del ayuno, del llanto por los propios pecados y de toda la humanidad (penthos), tan típicos de las espiritualidades orientales! Por eso es fundamental custodiar sus tradiciones sin diluirlas, tal vez por practicidad y comodidad, para que no se corrompan por un espíritu consumista y utilitarista.
Sus espiritualidades, antiguas y siempre nuevas, son medicinales. En ellas, el sentido dramático de la miseria humana se funde con el asombro por la misericordia divina, de modo que nuestras bajezas no provocan desesperación, sino que invitan a acoger la gracia de ser criaturas sanadas, divinizadas y elevadas a las alturas celestiales. Necesitamos alabar y dar gracias sin cesar al Señor por esto. Con ustedes podemos rezar las palabras de San Efrén el sirio y decir a Jesús: «Gloria a ti, que hiciste de tu cruz un puente sobre la muerte. […] Gloria a ti, que te revestiste del cuerpo mortal y lo transformaste en fuente de vida para todos los mortales» (Discurso sobre el Señor, 9). Es un don que hay que pedir: saber ver la certeza de la Pascua en cada tribulación de la vida y no desanimarnos recordando, como escribía otro gran padre oriental, que «el mayor pecado es no creer en las energías de la Resurrección» (San Isaac de Nínive, Sermones ascéticos, I, 5).
En este enlace (en ingles) la guia pastoral (del Dicasterio deIglesias Orientales) de Iglesias Católicas orientales para el Año Jubilar 2025, con valiosísima información de consideraciones teológicas y espirituales y propuestas practicas en los primeros capítulos; la segunda parte titulada “El rostro oriental de Roma” se presenta en varios capítulos titulados: raíces orientales, tesoros orientales y las mayores basílicas en Roma, patrimonio artístico y cultural, principales instituciones e iglesias católicas orientales en Roma. En total son nueve capítulos de riqueza informativa
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