“La misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios
infinito es también infinita. Infinita pues e inagotable es la prontitud del
Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. Son infinitas
la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor
admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por
encima de esta fuerza y ni siquiera que la limite. Por parte del hombre puede
limitarla únicamente la falta de buena voluntad, la falta de prontitud en la
conversión y en la penitencia, es decir, su perdurar en la obstinación,
oponiéndose a la gracia y a la verdad especialmente frente al testimonio de la
cruz y de la resurrección de Cristo.
Por tanto, la Iglesia profesa y proclama la conversión. La
conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, es
decir, ese amor que es paciente y benigno 117 a medida del Creador y Padre:
el amor, al que « Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo » 118 es fiel hasta las últimas
consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta
la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto
del « reencuentro » de este Padre, rico en misericordia.
El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia
y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no
solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable,
como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo
« ven » así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a El. Viven
pues in statu conversionis; es este estado el que traza la
componente más profunda de la peregrinación de todo hombre por la tierra in
statu viatoris. Es evidente que la Iglesia profesa la misericordia de
Dios, revelada en Cristo crucificado y resucitado, no sólo con la palabra de
sus enseñanzas, sino, por encima de todo, con la más profunda pulsación de la
vida de todo el Pueblo de Dios. Mediante este testimonio de vida, la Iglesia
cumple la propia misión del Pueblo de Dios, misión que es participación y, en
cierto sentido, continuación de la misión mesiánica del mismo Cristo.”
(de la Enciclica Dives in Misericordia, 13, de
Juan Pablo II) l
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