Del Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz 1ro de enero 2009
Mi venerado predecesor Juan Pablo II, en
el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993 ,
subrayó ya las repercusiones negativas que la situación de pobreza de
poblaciones enteras acaba teniendo sobre la paz. En efecto, la pobreza se
encuentra frecuentemente entre los factores que favorecen o agravan los
conflictos, incluidas las contiendas armadas. Estas últimas alimentan a su vez
trágicas situaciones de penuria. «Se constata y se hace cada vez más grave en
el mundo –escribió Juan Pablo II– otra seria amenaza para la paz: muchas
personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema
pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso
en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que
se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que
se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad
innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la
comunidad mundial»
En este cuadro, combatir la pobreza implica considerar atentamente el fenómeno complejo de la globalización. Esta consideración es importante ya desde el punto de vista
metodológico, pues invita a tener en cuenta el fruto de las investigaciones
realizadas por los economistas y sociólogos sobre tantos aspectos de la
pobreza. Pero la referencia a la globalización debería abarcar también la
dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la
perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación
de construir una sola familia en la que todos —personas, pueblos y naciones— se
comporten siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad.
[…]
Una de las vías maestras para construir la paz es una globalización que tienda
a los intereses de la gran familia humana[8]. Sin embargo, para guiar la
globalización se necesita una fuerte solidaridad global[9], tanto entre países ricos y
países pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico. Es preciso un «código
ético común»[10], cuyas normas no sean sólo
fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas en la ley natural inscrita por el
Creador en la conciencia de todo ser humano (cf. Rm 2,14-15). Cada uno de
nosotros ¿no siente acaso en lo recóndito de su conciencia la llamada a dar su
propia contribución al bien común y a la paz social?
[…]
No hay comentarios:
Publicar un comentario