Nadie, excepto Dios, conoce la verdadera
respuesta. Solo Dios es quien piensa creativamente cada hombre. Nadie lo conoce
plenamente menos aun el propio ser indicado por su nombre, pues nadie conoce el contenido de aquello que
desea y que decide en su ser la persona.
El nombre de la persona no es un
concepto. Este nombre no significa
cualquier cosa, no indica la dirección
en cuya dimensión existe el hombre, guiado por su propio deseo de mayor bondad
y belleza. Según San Tomas de Aquino el nombre de la persona indica el amor que
se da en el espacio que se extiende en la “gran pregunta” (magna questio – gran enigma - de San Agustin) del misterio del
Principio al Fin. Miramos a la persona
siempre – por así decirlo – desde atrás. Vemos las huellas dejadas en el camino
recorrido en dirección al Futuro. Vemos las acciones con las cuales la persona
entra en el laborioso amor de los otros para, juntos
con ellos, edificar una casa familiar
a todos.
El hombre recibe el nombre de aquellos que lo
aman laboriosamente y a cuya llamada debe responder del mismo modo. Lo recibe de aquellos en los cuales se fija su
mirada. Me atrevería decir que el nombre
proviene de la escucha entusiasta que la persona presta a otra persona (ex
auditu), del mirar fijamente a aquel de
quien proviene el don del amor por la otra persona. En este fijarse en la otra persona
se le revela al hombre algo primordial,
aquello de su vida que se reconduce y todo lo cual continúa existiendo no
obstante ya haber pasado.
En la tradición de la casa familiar que son
los hombres, uno para el otro, nacen en ellos las obligaciones morales, que de hecho
no se identifican con las costumbres que en aquel momento permean en la
sociedad. Las obligaciones morales se identifican, en cambio, con los llamados con los cuales el amor llama
al amor. El amor es amor en cuanto compromete al amor, y respondiendo a su
llamada crece progresivamente. Las
obligaciones morales sustentan en el hombre la esperanza de encontrar en el
Amor la salvación que le ha sido prometida y que el espera.
La persona mora en la otra persona en la
medida en que juntas construyen una casa común. Es en este estar juntos que
consiste la esencia misma del trabajo del hombre. Por eso, a la pregunta “Quien
fue Juan Pablo II”? responderé sin dudar que él fue una persona que se revelaba
en sus actos, con los cuales edificaba, junto a otros, la casa familiar, y es justamente en este
edificar juntos con los otros una casa familiar que es necesario buscar la
respuesta a la pregunta quien fue. Según
Karol Wojtyla es en los actos que se revela la persona. Los actos muestran cual
es el mensaje de una persona a las otras personas. Ser persona significa ser
enviado (missio).
Es la buena «forma del amor» - que llama al
hombre al trabajo. Lo bueno revela en el hombre el estupor y la maravilla. Lo
entusiasma por la vida en este mundo según una lógica que no es de este mundo,
lo entusiasma a transformar la propia vida en una obra de gran poesía (poiein). Haciendo así, el hombre penetra
el sentido de la existencia en esta tierra y comprende así todo con el corazón
y la mente. Se transforma en amigo de la
sabiduría, filo-sofos. La luz de lo bueno le permite mirar de modo
racional el mundo y a si mismo. Libera sus ojos “incapaces”(Lc, 24,16) a causa de la razón que fijada en sí misma en
este modo se mueve a tientas con ayuda del bastón que es su cálculo, y es por
eso la razón calculadora (ratio significa el cálculo y deriva del ver reor, reri – calcular)
En 1977 el Cardenal Karol Wojtyla dicto una
conferencia que trataba sobre las fuentes de su visión de la vida humana y la
cultura. Una de estas se inspiraba en el poema de Cypriano Kamil NOrwid
(1821-1883) Promethidion. Creo poder decir que en esta Obra Karol Wojtyla
encontró una confirmación de su antropología. (*) Las palabras de Norwid:
«Forma del amor y lo bello […]
Lo bello para entusiasmar
El trabajo – el trabajo para resurgir.»
constituyen la clave, en la dirección de la
historia de la vida del hombre, que se
compone de un estar juntos armónico y termina en la resurrección de la persona
en la persona para la cual ella trabaja. La lucha con la muerte, no en nombre del honor sino por la
resurrección, crea la cultura de la fe,
de la esperanza y del amor. En esta lucha está naciendo la cultura de la verdad
del hombre.
Dime a quien has escogido como amigo y te diré
quien eres – dice el proverbio. Con quienes construía la “casa” Juan Pablo
II? Sobre que tradición del “trabajo”
construía para transmitirlo a los demás? La respuesta a esta pregunta indica, de alguna manera, quien era él.
Juan Pablo II compartía su vida sobre todo
con los laicos. Fue con ellos que desde
los años de su juventud hasta el fin de su vida construía la casa común. Junto
a ellos entraba al trabajo de las grandes figuras de la historia polaca, que
siempre han debido luchar por la libertad y aprender a sufrir por ella. Al
mismo tiempo como sacerdote y como obispo había entrada a la tradición de tres
grandes pastores de la Iglesia de Cracovia. En tierra polaca la historia de la
Polonia coincide con la historia de la Iglesia en la lucha por la libertad y en
el sufrimiento por ella.
(*) La experiencia moral llamada por Wojtyla praxis de la persona, difiere de la praxis propuesta por los marxistas. La
praxis de la persona es la experiencia del amor que llama y obliga al amor,
mientras la praxis marxista vive de a
lucha con el enemigo indispensable para la supervivencia de los sistemas
basados en la ideología marxista.
(traducido de Dialogando con Giovanni Paolo II de Stanislaw Grygiel, Cantagalli,
2013)
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