Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

lunes, 25 de julio de 2022

George Weigel : Historia de Karol – Llamadme tio

 


Fue un viaje tranquilo hasta Zakopane. El tren etaba atestado. Dirigirse a un sacerdote sin sotana llamándolo “padre” podía arquear un montón de cejas, o levantaría las sospechas de cuales quiera que fuesen los tipos de seguridad estatal que husmearan por allí.  Al llegar al centro turístico de montaña, acudieron a oir misa en una pequeña capilla y luego fueron andando a casa […]  Danuta Skrabianka se preguntaba como iban a hablar con su capellán en el trayecto de vuelta sin delatarle o comprometerle. Haciendo acopio de valor, expuso sus preocupaciones y le preguntó tímidamente al sacerdote si podrían llamarle por algún nombre familiar ficticio. El capellán no titubeó. Citando la frase más famosa de la trilogía de Henryk Sienkiewicz, el padre Karol Wojyła contestó a la atribulada muchacha: «llamadme tio».



Papas anteriores, al hablar acerca de sus años de formación como jóvenes sacerdotes, habían recordado sus épocas en la Academia, la escuela romana altamente selectiva para los diplomáticos eclesiásticos, o sus primeras experiencias como profesores de seminario. En cambio, de cualquier discusión sobre su temprano sacerdocio, Juan Pablo II resaltaba la importancia de «mi Srodowisko», lo cual supone una considerable diferencia. Srodowisko, termino sugerido por el propio Wojtyła en los años sesenta, es ahora la descripción que de si mismo hace un grupo de unos doscientos hombres y mujeres, muchos de ellos parejas casadas que tienen nietos, que empezó a adquirir forma por primera vez durante la capellanía universitaria de Wojtyła en san Florián. No es fácil traducir el término. «Medio ambiente» es una posibilidad, pero Juan Pablo II prefiere el mas humanístico «entorno». En cualquier caso, lo que luego daría en llamarse Srodowisko involucraba la fusión de varias redes de jóvenes adultos y parejas casadas con quienes trabajaba el padre Wojtyła. Los primeros se llamaban a sí mismos rodzinka, o pequeña familia. Un grupo posterior de los jóvenes de Wojtyła se hacia llamar paczka, «paquete». Srodowisko seria testigo de cómo los grupos de jóvenes evolucionaban hacia redes de conversación intelectual.  Tanto los jóvenes como los intelectuales se involucraron en excursiones vacacionales. La palabra en si misma puede resultar difícil de traducir, pero que esa de de amistades seria crucial a la hora de conformar las ideas y el ministerio de Karol Wojtyła, como sacerdote, obispo y en definitiva como Papa es indiscutible.

Rodzinka, la pequeña familia que se convirtió en primer componente del Srodowisko de Wojtyła, se inicio la noche del 2 de febrero de 1951. Era la festividad de la presentación del Niño Jesus en el templo y, según la costumbre polaca, el ultimo dia en que se cantaban villancicos. Danuta Skrabianka, estudiante de literatura en la universidad, vivía en la residencia para mujeres de las hermanas de Nazaret, a una manzana más o menos de la iglesia de San Florián.  Ella y algunas amigas habían conocido previamente a un «sacerdote joven, humildemente vestido y devoto», que  había resultado hallarse a cargo de la capellanía para los estudiantes de la parroquia. Cuando las invito a ayudarle a formar un coro parroquial, accedieron a hablar del tema. Al ascender los veintitrés peldaños de piedra hasta la galería del coro de San Florián, primero se toparon con un par de zapatos baratos, luego con una raída sotana, y por fin con el joven sacerdote, que estrecho las manos de todas e hizo que empezaran a cantar villancicos. Cuando hubieron concluido con los cánticos navideños, el sacerdote les pidió que se quedasen y trato de despertar su interés por el canto gregoriano. También  las invito a su misa de las seis de la mañana el miércoles siguiente. Las chicas volvieron, y pronto se les unieron chicos de Politécnico de Cracovia, a quienes el joven sacerdote también había invitado a formar parte del naciente coro.  […]  Poco tiempo después, aquel grupo de jóvenes, menos de veinte en total, empezó a reunirse en sus casas […] Su punto de unión era la oración, en especial la oración litúrgica. EL padre Wojtyła les concedía días para ordenar sus pensamientos, en lo que constituían mini ejercicios espirituales para marcar ocasiones especiales durante el año. En la festividad del santo en honor del cual les habían nombrado (según la costumbre polaca, se celebraba en lugar de los cumpleaños) decía misa por ellos y asistía a fiestas en sus casas. Como a los estudiantes de todas partes, les ponían nerviosos los exámenes. El padre Wojtyla celebraba misa con ellos las mañanas de los exámenes y acudía a las fiestas nocturnas posteriores a los mismos. Empezaban a formarse amistados profundas entre los estudiantes, que se llamaban a si mismos rodzinka, pequeña familia. El carismático padre Wojtyła continuaba atrayendo seguidores y Rodzinka se expandía a través de los familiares. [...]

Previametne, la tarea del capellán había consistido en proveer de servicios sacramentales a los estudiantes. Wojtyla, quien de hecho intensificara el ministerio sacramental de la capellanía e involucrara a los estudiantes en el litúrgicamente, consideraba su capellanía un ministerio de «acompañamiento», un modo de «acompañar» a aquellos estudiantes en sus vidas. La presencia del capellán no podía limitarse al presbiterio y al confesionario. Una  capellanía realmente efectiva, opinaba, debía estar presente en aquellas jóvenes vidas, tanto en el mundo como en la iglesia.  […]

George Weigel, Testigo de esperanza, Plaza Janes 1999

martes, 19 de julio de 2022

Eucaristia, el verdadero centro de la vida del Papa Wojtyla – Slawomir Oder

 


«Dejadme arrodillar. Aquí está Jesus». Con estas palabras, una persona muy cercana a Juan Pablo II recordaba la última procesión del Corpus Domini en la que participó el Pontífice antes de volver a la casa del Padre.

Su cuerpo estaba gravemente probado por la enfermedad que progresaba, su palabra era a veces difícil de entender, pero su mirada penetrante, profunda, iluminada por la luz de la fe permanecía atenta y vigilante en la presencia del Señor. No quería, no podía permanecer sentado ante Jesus Eucaristía, desbaratando así el plan de los premurosos ceremonieros que, teniendo en cuenta la debilidad física del Papa, habían preparado un sillón para que, sentado, acompañase, con un poco menos de dolor, la procesión hasta la basílica de Santa Maria la Mayor.

Es una imagen simbólica, como lo es la del último Vía Crucis que recuerda a Juan Pablo II agarrado a la Cruz, icono de su pontificado: de rodillas, ante el Maestro presente en le Santísimo Sacramento. ¡La Eucaristia, centro de su vida”.

Como no recordar la mesita en la capilla de la casa del obispo en la calle Franciszkanska en Cracovia, su “despacho privado” , donde trabajaba, oraba, tomaba decisiones de gobierno, donde sentía el latido del corazón de Cristo y donde hacia crecer y perfeccionar su amor al Señor!. En su libro ¡Alzaos, Vamos! Recordaba en este modo aquel lugar: «La capilla en casa, tan cerca, que era suficiente alargar la mano para alcanzarla, es el privilegio del obispo, pero es para él, al mismo tiempo, un gran compromiso. La capilla está tan cerca para que en la vida del obispo todo – la predicación, las decisiones, la pastoral – tenga inicio a los pies de Cristo, escondido en el Santísimo Sacramento»

¡De rodillas, o muchas veces postrado en tierra, ante el Señor! Hay algo particularmente auténtico y conmovedor en esta actitud, en este movimiento espiritual del hombre al mismo tiempo cercano a la gente y propenso hacia la trascendencia de Dios: una tensión constante por llevar a todos los que tenia en su corazón hacia Aquel que es el termino ultimo de todo ser viviente punto de encuentro y de unidad del género humano.

No debe, pues, sorprender que la Eucaristia haya sido centro de la vida de Juan Pablo II y el maravilloso prisma a través del cual escrutaba al hombre, a la Iglesia, la historia del mundo.

No puede no llamar la atención que su última encíclica esté dedicada a este tema tan vital: Ecclesia de Eucharistia.  ¡Es casi como su testamento, la entrega a la Iglesia de lo que consideraba mas precioso, de lo que constituía el hilo conductor de su entera existencia, el ardor de su empuje misionero, la determinación de su compromiso ecuménico, la esencia de su sacerdocio!

La celebración eucarística era para el la medida suprema de ladeuda de amor que le hombre, viviendo un estilo de vida eucarístico, puede intentar de restituir en un acto de amor y de justicia. Habla de ello en el libro Don y Misterio«En la Eucaristía, Cristo devuelve al Padre todo lo que de Él proviene. Se realiza así un profundo misterio de justicia por parte de la creatura hacia el Creador. Es necesario que el hombre haga honor al Creador ofreciendo, con un acto de agradecimiento y de alabanza, todo lo que de Él ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que él solamente, entre todas las otras realidades terrestres, puede reconocer y saldar como creatura hecha a imagen y semejanza de Dios.»

Toda la vida de Juan Pablo II, hombre y sacerdote, fue un acto de justicia realizado con la fuerza del amor. «Debitor factus sum», como anotaba al inicio de su pontificado. Esta profunda espiritualidad eucarística no podía pasar inobservada a quien tenía la posibilidad de frecuentarlo y ha dado de ello un testimonio autorizado. Durante el encuentro con los fieles en ocasión del Ángelus, recordando la figura de su predecesor, el Papa Benedicto XVI  decía asi: «Con cuanta devoción celebraba la santa Misa, centro de sus jornadas. Y cuanto tiempo transcurría en adoración, silencioso, ante el Sagrario! En los últimos meses, la enfermedad lo asemejo cada vez más a Cristo doloroso. Impresiona pensar que, en la hora de la muerte, el haya unido el ofrecimiento de la propia vida a la de Cristo en la Misa que se celebraba junto a su lecho (Ángelus 4/9/2005) .  

Meditando sobre su unión con la Eucaristía, Juan Pablo II indicaba en esa la clave de lectura para descubrir el sentido de lo que acontece en la vida del hombre y el horizonte de esperanza para quien inicia el camino fascinante del “Mysterium fidei”, con el que el sacerdote invita a los fieles después de las palabras de la transubstanciación en la celebración de la Santa Misa, haciendo realmente presente al Señor en medio de su Iglesia: « Hablo de esto desde le lugar al que me ha conducido el amor de Cristo Salvador – explica Juan Pablo II – pidiéndome salir de mi tierra para llevar, a todas partes, fruto con su gracia, un fruto destinado a permanecer (Jn 15,16).Haciéndome eco de las palabras de nuestro Maestro y Señor, repito pues a cada uno de vosotros  [Alzaos, vamos! Caminemos fiándonos de Cristo Será Él quien nos acompañe en el camino, hasta la meta que solo El conoce»,

Slawomir Oder, Postulador de la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II (Publicado en Totus Tuus, revista de la Postulacion, Nr 6, Dic 2010/Enero 2011)

miércoles, 13 de julio de 2022

Juan Pablo II : Los derechos de las Naciones

 


La búsqueda de la libertad en la segunda mitad del Siglo XX ha comprometido no sólo a los individuos, sino también a las naciones. A cincuenta años del final de la Segunda Guerra mundial es importante recordar que aquel conflicto tuvo su origen en violaciones de los derechos de las naciones. Muchas de ellas sufrieron tremendamente por la única razón de ser consideradas "otras". Crímenes terribles fueron cometidos en nombre de doctrinas nefastas, que predicaban la "inferioridad" de algunas naciones y culturas. En un cierto sentido se puede decir que la Organización de las Naciones Unidas nació de la convicción de que semejantes doctrinas eran incompatibles con la paz; y el esfuerzo de la Carta por "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra" (Preámbulo) implicaba seguramente el compromiso moral de defender a cada nación y cultura de agresiones injustas y violentas.

Por desgracia, incluso después del final de la Segunda Guerra mundial los derechos de las naciones han continuado siendo violados. Por poner sólo algunos ejemplos, los Estados Bálticos y amplios territorios de Ucrania y Bielorrusia fueron absorbidos por la Unión Soviética, como había sucedido ya con Armenia, Azerbaiyán y Georgia en el Cáucaso. Contemporáneamente, las llamadas "democracias populares" de Europa central y oriental perdieron de hecho su soberanía y se les exigió someterse a la voluntad que dominaba el bloque entero. El resultado de esta división artificial de Europa fue la "guerra fría", es decir, una situación de tensión internacional en la que la amenaza del holocausto nuclear estaba suspendida sobre la cabeza de la humanidad. Sólo cuando se restableció la libertad para las naciones de Europa central y oriental, la promesa de paz, que debería haber llegado con el final de la guerra, comenzó a concretarse para muchas de las víctimas de aquel conflicto.

La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, adoptada en 1948, ha tratado de manera elocuente de los derechos de las personas, pero todavía no hay un análogo acuerdo internacional que afronte de modo adecuado los derechos de las naciones. Se trata de una situación que debe ser considerada atentamente, por las urgentes cuestiones que conlleva acerca de la justicia y la libertad en el mundo contemporáneo.

En realidad el problema del pleno reconocimiento de los derechos de los pueblos y de las naciones se ha presentado repetidamente a la conciencia de la humanidad, suscitando también una notable reflexión ético-jurídica. Pienso en el debate desarrollado durante el Concilio de Constanza en el siglo XV, cuando los representantes de la Academia de Cracovia, encabezados por Pawel Wlodkowic, defendieron con tesón el derecho a la existencia y a la autonomía de ciertas poblaciones europeas. Muy conocida es también la reflexión llevada a cabo, en aquella misma época, por la Universidad de Salamanca en relación con los pueblos del Nuevo Mundo. En nuestro siglo, además, ¿cómo no recordar la palabra profética de mi predecesor Benedicto XV, que en el trascurso de la Primera Guerra mundial recordaba a todos que "las naciones no mueren", e invitaba a "ponderar con conciencia serena los derechos y las justas aspiraciones de los pueblos"? (A los pueblos beligerantes y a sus jefes, 28 de julio de 1915)

El problema de las nacionalidades se sitúa hoy en un nuevo horizonte mundial, caracterizado por una fuerte "movilidad", que hace los mismos confines étnico-culturales de los diversos pueblos cada vez menos definidos, debido al impulso de múltiples dinamismos como las migraciones, los medios de comunicación social y la mundialización de la economía. Sin embargo, en este horizonte de universalidad vemos precisamente surgir con fuerza la acción de los particularismos étnico-culturales, casi como una necesidad impetuosa de identidad y de supervivencia, una especie de contrapeso a las tendencias homologadoras. Es un dato que no se debe infravalorar, como si fuera un simple residuo del pasado, éste requiere más bien ser analizado, para una reflexión profunda a nivel antropológico y ético-jurídico.

Esta tensión entre particular y universal se puede considerar inmanente al ser humano. La naturaleza común mueve a los hombres a sentirse, tal como son, miembros de una única gran familia. Pero por la concreta historicidad de esta misma naturaleza, están necesariamente ligados de un modo más intenso a grupos humanos concretos; ante todo la familia, después los varios grupos de pertenencia, hasta el conjunto del respectivo grupo étnico-cultural, que, no por casualidad, indicado con el término "nación" evoca el "nacer", mientras que indicado con el término "patria" ("fatherland"), evoca la realidad de la misma familia. La condición humana se sitúa así entre estos dos polos - la universalidad y la particularidad - en tensión vital entre ellos; tensión inevitable, pero especialmente fecunda si se vive con sereno equilibrio.

Sobre este fundamento antropológico se apoyan también los "derechos de las naciones", que no son sino los "derechos humanos" considerados a este específico nivel de la vida comunitaria. Una reflexión sobre estos derechos ciertamente no es fácil, teniendo en cuenta la dificultad de definir el concepto mismo de "nación", que no se identifica a priori y necesariamente con el de Estado. Es, sin embargo, una reflexión improrrogable, si se quieren evitar los errores del pasado y tender a un orden mundial justo.

Presupuesto de los demás derechos de una nación es ciertamente su derecho a la existencia: nadie, pues, - un Estado, otra nación, o una organización internacional - puede pensar legítimamente que una nación no sea digna de existir. Este derecho fundamental a la existencia no exige necesariamente una soberanía estatal, siendo posibles diversas formas de agregación jurídica entre diferentes naciones, como sucede por ejemplo en los Estados federales, en las Confederaciones, o en Estados caracterizados por amplias autonomías regionales. Puede haber circunstancias históricas en las que agregaciones distintas de una soberanía estatal sean incluso aconsejables, pero con la condición de que eso suceda en un clima de verdadera libertad, garantizada por el ejercicio de la autodeterminación de los pueblos. El derecho a la existencia implica naturalmente para cada nación, también el derecho a la propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve lo que llamaría su originaria "soberanía" espiritual. La historia demuestra que en circunstancias extremas (como aquellas que se han visto en la tierra donde he nacido), es precisamente su misma cultura lo que permite a una nación sobrevivir a la pérdida de la propia independencia política y económica. Toda nación tiene también consiguientemente derecho a modelar su vida según las propias tradiciones, excluyendo, naturalmente, toda violación de los derechos humanos fundamentales y, en particular, la opresión de las minorías. Cada nación tiene el derecho de construir el propio futuro proporcionando a las generaciones más jóvenes una educación adecuada.

Pero si los "derechos de la nación" expresan las exigencias vitales de la "particularidad", no es menos importante subrayar las exigencias de la universalidad, expresadas a través de una fuerte conciencia de los deberes que unas naciones tienen con otras y con la humanidad entera. El primero de todos es, ciertamente, el deber de vivir con una actitud de paz, de respeto y de solidaridad con las otras naciones. De este modo el ejercicio de los derechos de las naciones, equilibrado por la afirmación y la práctica de los deberes, promueve un fecundo "intercambio de dones", que refuerza la unidad entre todos los hombres.

Del discurso del Beato Juan Pablo II a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas - Nueva York, 5 de octubre de 1995)

 

VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS

Juan Pablo II : Asumir el riesgo de la libertad

 


Las dinámicas morales de la búsqueda universal de la libertad han aparecido claramente en Europa central y oriental con las revoluciones no violentas de 1989. Aquellos históricos acontecimientos, acaecidos en tiempos y lugares determinados, han ofrecido, no obstante, una lección que va más allá de los confines de un área geográfica específica. Las revoluciones no violentas de 1989 han demostrado que la búsqueda de la libertad es una exigencia ineludible que brota del reconocimiento de la inestimable dignidad y valor de la persona humana, y acompaña siempre el compromiso en su favor. El totalitarismo moderno ha sido, antes que nada, una agresión a la dignidad de la persona, una agresión que ha llegado incluso a la negación del valor inviolable de su vida. Las revoluciones de 1989 han sido posibles por el esfuerzo de hombres y mujeres valientes, que se inspiraban en una visión diversa y, en última instancia, más profunda y vigorosa: la visión del hombre como persona inteligente y libre, depositaria de un misterio que la transciende, dotada de la capacidad de reflexionar y de elegir y, por tanto, capaz de sabiduría y de virtud. Decisiva, para el éxito de aquellas revoluciones no violentas, fue la experiencia de la solidaridad social: Ante regímenes sostenidos por la fuerza de la propaganda y del terror, aquella solidaridad constituyó el núcleo moral del "poder de los no poderosos", fue una primicia de esperanza y es un aviso sobre la posibilidad que el hombre tiene de seguir, en su camino a lo largo de la historia, la vía de las más nobles aspiraciones del espíritu humano.

(…)

La búsqueda de la libertad en la segunda mitad del Siglo XX ha comprometido no sólo a los individuos, sino también a las naciones. A cincuenta años del final de la Segunda Guerra mundial es importante recordar que aquel conflicto tuvo su origen en violaciones de los derechos de las naciones. Muchas de ellas sufrieron tremendamente por la única razón de ser consideradas "otras". Crímenes terribles fueron cometidos en nombre de doctrinas nefastas, que predicaban la "inferioridad" de algunas naciones y culturas. En un cierto sentido se puede decir que la Organización de las Naciones Unidas nació de la convicción de que semejantes doctrinas eran incompatibles con la paz; y el esfuerzo de la Carta por "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra" (Preámbulo) implicaba seguramente el compromiso moral de defender a cada nación y cultura de agresiones injustas y violentas.

Por desgracia, incluso después del final de la Segunda Guerra mundial los derechos de las naciones han continuado siendo violados. Por poner sólo algunos ejemplos, los Estados Bálticos y amplios territorios de Ucrania y Bielorrusia fueron absorbidos por la Unión Soviética, como había sucedido ya con Armenia, Azerbaiyán y Georgia en el Cáucaso. Contemporáneamente, las llamadas "democracias populares" de Europa central y oriental perdieron de hecho su soberanía y se les exigió someterse a la voluntad que dominaba el bloque entero. El resultado de esta división artificial de Europa fue la "guerra fría", es decir, una situación de tensión internacional en la que la amenaza del holocausto nuclear estaba suspendida sobre la cabeza de la humanidad. Sólo cuando se restableció la libertad para las naciones de Europa central y oriental, la promesa de paz, que debería haber llegado con el final de la guerra, comenzó a concretarse para muchas de las víctimas de aquel conflicto.

Del discurso del Beato Juan Pablo II a la Quincuagésima Asamblea General de las Naciones Unidas - Nueva York, 5 de octubre de 1995)

 

VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS

jueves, 7 de julio de 2022

Juan Pablo II: La Eucaristía , misterio de luz

 «Les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (Lc 24,27)




“ El relato de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús nos ayuda a enfocar un primer aspecto del misterio eucarístico que nunca debe faltar en la devoción del Pueblo de Dios: ¡La Eucaristía misterio de luz! ¿En qué sentido puede decirse esto y qué implica para la espiritualidad y la vida cristiana?

Jesús se presentó a sí mismo como la «luz del mundo» (Jn 8,12), y esta característica resulta evidente en aquellos momentos de su vida, como la Transfiguración y la Resurrección, en los que resplandece claramente su gloria divina. En la Eucaristía, sin embargo, la gloria de Cristo está velada. El Sacramento eucarístico es un «mysterium fidei» por excelencia. Pero, precisamente a través del misterio de su ocultamiento total, Cristo se convierte en misterio de luz, gracias al cual se introduce al creyente en las profundidades de la vida divina. En una feliz intuición, el célebre icono de la Trinidad de Rublëv pone la Eucaristía de manera significativa en el centro de la vida trinitaria.

 (…)

La Eucaristía es luz, ante todo, porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos «mesas», la de la Palabra y la del Pan. Esta continuidad aparece en el discurso eucarístico del Evangelio de Juan, donde el anuncio de Jesús pasa de la presentación fundamental de su misterio a la declaración de la dimensión propiamente eucarística: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6,55). Sabemos que esto fue lo que puso en crisis a gran parte de los oyentes, llevando a Pedro a hacerse portavoz de la fe de los otros Apóstoles y de la Iglesia de todos los tiempos: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). En la narración de los discípulos de Emaús Cristo mismo interviene para enseñar, «comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas», cómo «toda la Escritura» lleva al misterio de su persona (cf. Lc 24,27). Sus palabras hacen «arder» los corazones de los discípulos, los sacan de la oscuridad de la tristeza y desesperación y suscitan en ellos el deseo de permanecer con Él: «Quédate con nosotros, Señor» (cf. Lc24,29).




Los Padres del Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium
establecieron que la «mesa de la Palabra» abriera más ampliamente los tesoros de la Escritura a los fieles.[9] Por eso permitieron que la Celebración litúrgica, especialmente las lecturas bíblicas, se hiciera en una lengua conocida por todos. Es Cristo mismo quien habla cuando en la Iglesia se lee la Escritura.[10] Al mismo tiempo, recomendaron encarecidamente la homilía como parte de la Liturgia misma, destinada a ilustrar la Palabra de Dios y actualizarla para la vida cristiana.[11] Cuarenta años después del Concilio, el Año de la Eucaristía puede ser una buena ocasión para que las comunidades cristianas hagan una revisión sobre este punto. En efecto, no basta que los fragmentos bíblicos se proclamen en una lengua conocida si la proclamación no se hace con el cuidado, preparación previa, escucha devota y silencio meditativo, tan necesarios para que la Palabra de Dios toque la vida y la ilumine.”

 

(Juan Pablo II Carta Apostolica Mane Nobiscum Domine)

 


martes, 5 de julio de 2022

Slavorum Apostoli – Santos Cirilo y Metodio

 


El 2 de junio de 1985 el Santo Padre Juan Pablo II dio a conocer la Encíclica Slavorum Apostoli – en memoria de la obra evangelizadora de los santos Cirilo y Metodio.


En una Encíclica muy particular pues contiene generosa información biográfica de estos dos “santos hermanos de Salónica (la antigua Tesalónica)” “apóstoles de los Eslavos, que permanecen en la memoria de la Iglesia junto a la gran obra de evangelización que realizaron”.
“En la perspectiva de la evangelización —
como indican sus biografías— los dos santos hermanos se dedicaron a la difícil tarea de traducir los textos de la Sagrada Escritura, conocidos por ellos en griego, a la lengua de aquella estirpe eslava que se había establecido hasta los confines de su región y de su ciudad natal. Sirviéndose del conocimiento de la propia lengua griega y de la propia cultura para esta obra ardua y singular, se prefijaron el cometido de comprender y penetrar la lengua, las costumbres y tradiciones propias de los pueblos eslavos, interpretando fielmente las aspiraciones y valores humanos que en ellos subsistían y se expresaban
Por otra parte Juan Pablo II aclara que “Aunque los cristianos eslavos, más que otros, consideran de buen grado a los santos hermanos como « eslavos de corazón », éstos sin embargo siguen siendo hombres de cultura helénica y de formación bizantina, es decir, hombres que pertenecen en todo a la tradición del Oriente cristiano, tanto civil como eclesiástico”.

En la Encíclica Juan Pablo II además menciona que al “considerar la veneración, plena de gratitud, que estos dos santos gozan desde hace siglos, especialmente en las naciones eslavas, y recordando la inestimable contribución dada por ellos a la obra del anuncio del Evangelio en aquellos pueblos y, al mismo tiempo, a la causa de la reconciliación, de la convivencia amistosa, del desarrollo humano y del respeto a la dignidad intrínseca de cada nación” con la Carta Apostólica Egregiae virtutis,(1) del 31 de diciembre de 1980, los había proclamado copatronos de Europa. En la Encíclica también menciona que esa Carta Apostolica “estaba inspirada por la firme esperanza de una superación gradual en Europa y en el mundo de todo aquello que divide a las Iglesias, a las naciones y a los pueblos” y se refiere extensamente a los antecedentes sobre los cuales estan basados sus propios documentos.

En el Angelus del 15 de febrero de 2004 recordando la fiesta de San Cirilo y Metodio el dia anterior 14 de febrero, decia. “Ayer, 14 de febrero, celebramos la fiesta de san Cirilo y san Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos y patronos de Europa junto con san Benito abad. Al evangelizar las regiones centro-orientales del continente, contribuyeron de modo decisivo a hacer que la Europa cristiana pudiera respirar con dos pulmones: el de occidente y el de oriente. En efecto, como es imposible pensar en la civilización europea sin la obra y la herencia benedictina, tampoco se puede prescindir de la acción evangelizadora y social de los dos santos hermanos de Salónica.”


Juan Pablo II 1985 Checoslovaquia – santos Cirilo y Metodio

 


El 5 de julio de 1985 marca un hito en la Iglesia católica checa y eslovaca. Como había ocurrido en 1979 en Polonia, ese día la Iglesia y los católicos le perdieron el miedo al régimen, con la fuerte impronta espiritual de Juan Pablo II, que hubiese querido visitar Checoslovaquia, con motivo del 1100 aniversario de la muerte de San Metodio, pero el régimen comunista le negó la visa. Fue entonces el cardenal Casaroli el encargado de llevar en su representación la rosa de oro que donaba al Santuario de Velehrad, uno de los lugares de peregrinación más importantes en Moravia, relacionado estrechamente con San Cirilo y San Metodio, quien fue primer arzobispo de la gran Moravia.

 Ante la imposibilidad de la visita Juan Pablo II el 19 de marzo de 1985 escribió un mensaje para los sacerdotes de Checoslovaquia donde les dejaba tres máximas : el el coraje de aceptar la historia y la humildad ante los misterios de la Divina Providencia; guardar celosamente el carácter religioso de su personalidad sacerdotal; y la responsabilidad. El Cardenal Frantisek Tomasek, férreo defensor de la libertad y la fe, sucesor del cardenal Beran (a quien le habia sido negado volver a su patria) leyó la carta del Papa ante 1100 sacerdotes checoslovacos en una concelebración masiva en Velehrad el 11 de abril.

Juan Pablo II continúo con su aporte y el 2 de junio de 1985 emitió su cuarta encíclica Slavorum Apostoli (los Apostoles de los Eslavos) en memoria de los dos santos Cirilo y Metodio, evangelizadores de los pueblos eslavos, considerados co-patronos de Europa, junto a san Benito.

Pero fue el 5 de julio de 1985, el dia que efectivamente se celebraba el 1100 aniversario de la muerte de san Metodio que la Iglesia Catolica recobró su fuerza y renació públicamente al congregarse para la celebración unas 200.000 personas. Dice Weigel en Testigo de Esperanza que el régimen había querido manipular la celebración tratándola de “festival pacifico” sin éxito, pues la gente comenzó a exclamar a viva voz “Esto es una peregrinación… queremos al Papa… queremos Misa”. Y la celebración se convirtió en la manifestación católica más multitudinaria en Checoslovaquia desde 1948.

No pudiendo estar presente personalmente Juan Pablo II invitó a los presentes en el Angelus de la Plaza San Pedro el 7 de julio de 1985 a “unirse espiritualmente s sus hermanos y hermanas de Checoslovaquia, que celebran solemnemente en Velehrad el XI centenario de la muerte de San Metodio. Decía en el encuentro “Precisamente con relación a este significativo acontecimiento eclesial, se ha hecho pública estos días mi Carta Encíclica Slavorum Apostoli, que lleva la fecha del 2 de junio, solemnidad de la Santísima Trinidad. Con esta Carta he querido recordar la vida santa y los grandes méritos apostólicos de los hermanos Cirilo y Metodio, nativos de Salónica (la antigua Tesalónica), que emprendieron entre los pueblos eslavos la misión evangelizadora, a la que dedicaron toda su vida”.

Aunque el gobierno comunista continuo hostigando al pueblo creyente, y el 25 de marzo de 1989, el “Viernes Santo de Bratislava” (la capital eslovaca) la policía atacó a los fieles que con velas encendidas rezaban en la plaza, definitivamente habían vencido el miedo. La represión continuó y en octubre la policía arrestó a 355 manifestantes pacifistas, entre ellos a Havel, posterior Jefe de Estado. Mas tarde se anunciaron ciertas facilidades para cruzar las fronteras y en 1989 una gran cantidad de fieles pudo peregrinar a Roma para participar en la canonización de Santa Inés de Bohemia y Adam Chmielowski.

Algunos meses después del “Viernes Santo” y la represión a los estudiantes, el pueblo de Praga salio a la calle pidiendo el final del terror rojo y el regreso a la libertad. El 4 de diciembre se desmoronó el gobierno comunista y resonó el solemne Te Deum en Praga con la presencia del cardenal Tomasek.

Finalmente el santo Padre Juan Pablo II pudo visitar Praga, la ciudad de los cien campanarios, en un momento histórico muy diferente. Fué “el milagro de Praga” : 22 de abril de 1990. Checoslovaquia ya liberada del régimen comunista lo recibía en breve visita entre el 21 y 22 de abril de 1990 en la República Federativa Checa y Eslovaca. En memoria de su visita fue erigida una gran cruz blanca contigua al Santuario de la Virgen Maria de Velehrad.

Juan Pablo II visitarìa nuevamente la Republica Checa y Eslovaca en mayo de 1995 y en abril de 1997 y Eslovaquia en junio 1995 y en septiembre 2003.


 

lunes, 4 de julio de 2022

Joseph Ratzinger / Benedicto XVI sobre el Concilio Vaticano II – Comentarios de Pablo Blanco Sarto (5 de 5)

 


En este enlacese puede leer una extensa reflexion (34 paginas) de Pablo Blanco Sarto,  profesor de teología sistemática en la Facultad de Teologia de la Universidad de Navarra titulado :   ¿Ruptura o reforma? La hermenéutica del Concilio Vaticano II en los escritos de Joseph Ratzinger. Si no funciona el enlace googlear el titulo

Pablo Blanco Sarto,  entre otros, también escribió sobre : Loscuatro puntos cardinales del Vaticano II según Joseph Ratzinger – ver enlace  - Si no funciona googlear titulo

 

En el resumen inicial Pablo Blanco Sarto comenta:

 

“Ratzinger participó de modo intenso en el debate conciliar. En los textos anteriores a 1965, se aprecian ya las ideas que defenderá más adelante. En estas líneas se ofrecen sus puntos de vista agrupados en torno a las cuatro grandes Constituciones. Respecto a la Liturgia el teólogo alemán aprecia la renovación litúrgica y la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia. Sobre la Escritura entró en el debate sobre la única fuente de la Revelación y la comprensión del cristianismo como historia de la salvación. Respecto a  la Iglesia intenta recuperar el modelo de la Iglesia primitiva:  sacramentalidad, eclesiología eucarística, primado y colegialidad. En cuanto a la Gaudium et Spes, el teólogo bávaro rechaza una politización de la misión de la Iglesia, así como una perspectiva que vería a la esposa de Cristo tan solo como una entidad  mundana. En fin, existe una clara idea de la dimensión misionera de toda la Iglesia, como «signo levantado entre las naciones» (cf. Is 11,12).”

 

Y ya mas adelante en el articulo mismo Pablo Blanco Sarto escribe:

“Fue un momento de extraordinaria expectación” recordaba en 2012 el joven perito conciliar ya convertido en papa.  En aquel entonces estaban flotando en el ambiente los precedentes movimientos bíblico y litúrgico, patrístico y ecuménico, mariano y misionero: la llamada cuestión social, la celebérrima palabra aggiornamento, el problema de la libertad religiosa y el encuentro del cristianismo con religiones no cristianas. Todo un volcán de ideas en plena erupcin que solidificaron después en una serie de documentos conciliares no siempre suficientemente conocidos. Juan Pablo II llamo al Vaticano II “brújula segura” para la Iglesia del tercer milenio. Podriamos continuar esta imagen cartográfica y situar los cuatro puntos cardinales del Concilio en las cuatro grandes constituciones: La Liturgia presentada en Sacrosantum concilium (1963) la Revelacion tal como aparece en la Dei Verbum (1965), la Iglesia descrita en la Lumen gentium (1964) y el mundo visto por la Gaudium et spes (1965). 

En medio de las cuatro se encontraría el mismo Cristo. Joseph Ratzinger fue uno de los protagonistas ocultos de aquel evento eclesial, y abordo con detenimiento todas estas cuestiones, una por una. Las afrontaremos pues ahora a lo largo de estas páginas, siguiendo estos cuatro grandes temas de la Liturgia, la Palabra, la Iglesia y el mundo, tal como aparecen en los textos anteriores a 1965…”

 

 

 

 

viernes, 1 de julio de 2022

Joseph Ratzinger / Benedicto XVI sobre el Concilio Vaticano II - Notas sobre su actividad durante el Vaticano II (4 de 5)


 Se celebró el 22 de Mayo de 2014 en la Universidad Navarra de Pamplona el Acto académico sobre “Joseph Ratzinger, teólogo del Concilio Vaticano II” en ocasión de la presentación del libro IV en lengua española de la Opera omnia de Joseph Ratzinger.

En la misma Universidad, el cardenal Ratzinger había recibido el Doctorado honoris causa en el 1998. Este año, en el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, la Facultad de Teología y su decano, don Juan Chapa, han querido organizar un significativo Acto académico con las intervenciones de don Carlos Granados, director general de la BAC de Madrid, don Pablo Blanco, profesor de la Universidad, Christian Schaller, que recibió el Premio Ratzinger en el 2013 y el monseñor Giuseppe A. Scotti, Presidente de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Enseguida os ofrecemos todas las intervenciones.

 

Lee la intervención completa de don Carlos Granados

Lee la intervención completa de don Pablo Blanco

Lee la intervención completa de Christian Schaller

Lee la intervención completa de monseñor Giuseppe A. Scotti

(de la Fundacion Vaticana Joseph Ratzinger / Benedicto XVI con abundante información que comprende noticias, comentarios, congresos y reseñas varias 

Joseph Ratzinger / Benedicto XVI y el Concilio Vaticano II (3 de 5)

 


Estamos en la víspera del día en que celebraremos los cincuenta años de la apertura del concilio ecuménico Vaticano II -  recordaba el Papa Benedicto en su Audiencia General del 10 de octubre de 2012 -. En la próxima Audiencia daría comienzo a las reflexiones sobre la fe y daba inicio al  Año de la fe.

Con esta Catequesis quiero comenzar a reflexionar —con algunos pensamientos breves— sobre el gran acontecimiento de Iglesia que fue el Concilio, acontecimiento del que fui testigo directo. El Concilio, por decirlo así, se nos presenta como un gran fresco, pintado en la gran multiplicidad y variedad de elementos, bajo la guía del Espíritu Santo. Y como ante un gran cuadro, de ese momento de gracia incluso hoy seguimos captando su extraordinaria riqueza, redescubriendo en él pasajes, fragmentos y teselas especiales.

El beato Juan Pablo II, en el umbral del tercer milenio, escribió: «Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza» (Novo millennio ineunte, 57). Pienso que esta imagen es elocuente. Los documentos del concilio Vaticano II, a los que es necesario volver, liberándolos de una masa de publicaciones que a menudo en lugar de darlos a conocer los han ocultado, son, incluso para nuestro tiempo, una brújula que permite a la barca de la Iglesia avanzar mar adentro, en medio de tempestades o de ondas serenas y tranquilas, para navegar segura y llegar a la meta.

Recuerdo bien aquel periodo: era un joven profesor de teología fundamental en la Universidad de Bonn, y fue el arzobispo de Colonia, el cardenal Frings, para mí un punto de referencia humano y sacerdotal, quien me trajo a Roma con él como su teólogo consultor; luego fui nombrado también perito conciliar. Para mí fue una experiencia única: después de todo el fervor y el entusiasmo de la preparación, pude ver una Iglesia viva —casi tres mil padres conciliares de todas partes del mundo reunidos bajo la guía del Sucesor del Apóstol Pedro— que asiste a la escuela del Espíritu Santo, el verdadero motor del Concilio. Raras veces en la historia se pudo casi «tocar» concretamente, como entonces, la universalidad de la Iglesia en un momento de la gran realización de su misión de llevar el Evangelio a todos los tiempos y hasta los confines de la tierra. En estos días, si volvéis a ver las imágenes de la apertura de esta gran Asamblea, a través de la televisión y otros medios de comunicación, podréis percibir también vosotros la alegría, la esperanza y el aliento que nos ha dado a todos nosotros tomar parte en ese evento de luz, que se irradia hasta hoy.

(continuar leyendo en el Sitio de la Santa Sede