Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

lunes, 28 de noviembre de 2022

Juan Pablo II: Los tres Advientos, el Adviento eterno, el historico y Maria de nuestro Adviento


 (Imagen de  Wikipedia: Robert Campin  Adviento )

 "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual... En El nos seleccionaron antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El" ( Efesios  1:3-4) .

En estas palabras de la Carta a los Efesios delinea San Pablo la imagen del Adviento. Y se trata de ese  Adviento eterno,  cuyo comienzo se encuentra en Dios mismo "antes de la creación del mundo", porque ya la "creación del mundo" fue el primer paso de la venida de Dios al hombre, el primer acto del Adviento. Todo el mundo visible, eficaz, fue creado para el hombre, como atestigua el libro del Génesis. El comienzo del Adviento en Dios es su eterno  proyecto de creación  del mundo y del hombre, proyecto nacido del amor. Este amor se manifiesta con la eterna  elección del hombre en Cristo. Verbo Encarnado.

"En El nos eligio antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El".

En este Adviento eterno está presente  María. Entre todos los hombres que el Padre ha elegido en Cristo, Ella lo ha sido de modo especial y excepcional, porque fue elegido en Cristo para ser Madre de Cristo. Y asi Ella, mejor que cualquier otro entre los hombres "predestinados por el Padre" a la dignidad de sus hijos e hijas adoptivos, ha sido predestinada de modo especialísimo "para alabanza y gloria de su gracia", que el Padre "nos ha dado" en El, su Hijo querido (cf.  Ef 1,6  ).

La gloria sublime de su gracia especialisima debia ser la  Maternidad  del Verbo Eterno. En consideración a esta Maternidad, Ella obtuvo en Cristo también la gracia de la  Inmaculada Concepción. De este modo María se inserta en ese primer Adviento de la Palabra, que predispuso el Amor del Padre para la creación y para el hombre.

El segundo Adviento  tiene carácter histórico. Se realiza en el tiempo entre la caída del primer hombre y la venida del Redentor. La liturgia de hoy nos cuenta también este Adviento, y muestra como María está inserta en él desde sus comienzos. Efectivamente, cuando se manifestó el primer pecado, con la inesperada vergüenza de los progenitores, entonces también Dios reveló por vez primera al Redentor del mundo, preanunciando también a su Madre. Esto sucedió mediante las palabras, en las que la tradición ve el "Proto-Evangelio", esto es, como el embrión y el preanuncio del Evangelio mismo, de la Buena Nueva.

He aquí las palabras: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; Este te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal" ( Gen  3, 15).

Son palabras misteriosas. Sin embargo, con su carácter arcaico, revelan el futuro de la humanidad y de la Iglesia. Este futuro se ve en la  perspectiva de una lucha entre el espiritu de las tinieblas,  el que "es mentiroso y padre de la mentira" ( John 8:44)  ,  y el  Hijo de la Mujer  que debe venir a los hombres como "el camino, la verdad y la vida" ( Juan  14:6).

De este modo, Maria está presente en ese segundo Adviento histórico desde el comienzo. Nos es prometida junto con su Hijo, Redentor del mundo. Y también está esperando con El. El Mesías-Emmanuel ("Dios con nosotros") es esperado como Hijo de la Mujer, Hijo de la Inmaculada.

 La venida de Cristo no constituye soleo el cumplimiento del segundo Adviento, sino al mismo tiempo también  la revelación del tercero y definitivo Adviento. Ella escucha de la boca del ángel Gabriel, a quien Dios envía a María de Nazareth, las siguientes palabras:

"Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo... y reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" ( Lc  1 , 31-35).

Maria is el comienzo  del tercer  Adviento, porque por Ella viene al mundo el que realizará esa elección eterna que hemos leído en la Carta a los Efesios. Al realizarla, hará de ella el hecho culminante de la historia de la humanidad. Le dara la forma concreta del Evangelio, de la Eucaristía, de la Palabra y de los Sacramentos. Asi esa elección eterna penetrara la vida de las almas humanas y la vida de esta comunidad particular que se llama Iglesia.

La historia de la familia humana y la historia de cada uno de los hombres madurarán según la medida de los hijos y de las hijas de adopción por obra de Jesucristo. "En El en quien hemos sido heredados por la predestinación, según el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad"  (Efesios  1:11).

María  es el comienzo de este tercer Adviento  y permanece continuamente en él  siempre presente (como lo ha expresado maravillosamente el Concilio Vaticano II en el capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia " Lumen gentium "). Como el segundo Adviento nos acerca a Aquella cuyo Hijo debía "aplastar la cabeza de la serpiente", así el tercer Adviento no nos aleja de Ella, sino que nos permite permanecer continuamente en su presencia, acercarnos a Ella. Es Adviento ... la espera del cumplimiento definitivo de los tiempos, y es a la vez el tiempo de la lucha y de los contrastes, continuando la originaria previsión: "pondré enemistades entre ti  la Mujer"...

( Gén 3:15  )  .

La diferencia está en el hecho de que ya conocemos a la Mujer por su nombre. Es la Inmaculada Concepción. Es conocida por su virginidad y por su maternidad. Es la Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre de Dios y de los hombres:  María de Nuestro Adviento”

(Juan Pablo II Homilia en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción - Basílica de Santa María la Mayor 8 de diciembre de 1979).

 

viernes, 25 de noviembre de 2022

Juan Pablo II y Tierra Santa

 


Durante mucho tiempo he nutrido en el corazón el deseo de hacer una peregrinación sobre las huellas de Abraham, pues había ya hecho numerosas peregrinaciones en todas partes del mundo…. Pablo VI fue a aquellos Santos Lugares en su primer viaje. Yo deseaba que mi viaje fuera durante el Año Jubilar. Tenia que haberlo comenzado en Ur de los caldeos, situada en el territorio del actual Irak, de donde hace tantos siglos salió Abraham siguiendo la llamada de Dios (Gn 12,1-4). Tendría que haber proseguido hacia Egipto, siguiendo las huellas de Moisés, de donde saco a los israelitas y recibió, al pie del monte Sinaí los Diez andamientos como fundamento de la alianza con Dios. Mi peregrinación terminaría en Tierra Santa, comenzando por el lugar de la Anunciación. Acto seguido me hubiera trasladado a Belén, donde nació Jesús, y a otros lugares relacionados con su vida y su actividad.

 

El viaje no fue precisamente como lo  había proyectado. No me fue posible realizar la primera parte, la dedicada a las huellas de Abraham. Fue el único sitio al que no pude llegar, porque las autoridades iraquíes no lo permitieron. Me traslade a Ur de los Caldeos espiritualmente, durante una ceremonia organizada a propósito en el aula Pablo VI. Pude en cambio trasladarme personalmente a Egipto, a los pies del monte Sinaí, donde el señor  reveló su propio nombre a Moisés. Allí fui recibido por los monjes ortodoxos. Fueron muy hospitalarios.

 

Después fui a Belén, a Nazaret y a Jerusalén. Me traslade al Huerto de los Olivos, al Cenáculo y, naturalmente, al Calvario, al Gólgota.  Era la segunda vez que iba a aquellos Santos Lugares. Había estado una primera vez como arzobispo de Cracovia, durante el Concilio. En el ultimo día de peregrinación jubilar a Tierra Santa celebre la Santa Misa junto al sepulcro de Cristo con el secretario de Estado cardenal Ángel Sodano, y con otros oficiales de la Curia. ¿Qué se puede decir después de todo esto? .  Aquel viaje fue una grande, grandísima, experiencia. El momento más importante de toda la peregrinación fue indudablemente estar sobre el Calvario, sobre el monte de la Crucifixión y junto al Sepulcro, aquel Sepulcro que fue al mismo tiempo el lugar de la resurrección. Mis pensamientos volvían a la emoción vivida durante mi primera peregrinación  Tierra Santa. Entonces escribí:

 

·         Lugares de la tierra, lugares de Tierra Santa, no se cómo guardaros aquí dentro, dentro de mí.  No se cómo pisaros, no puedo: arrodillarme quiero ante vosotros. Doblo la rodilla y callo. Algo mío te quedara, tierra, te quedara mi silencio. Y mientras tanto te llevo dentro para ser como tu, lugar de testimonio. Me voy, me marcho como testigo, me voy para atestiguar lo que ha pasado a través de los milenios  (Poesías «Peregrinación a los Santos Lugares, 3 Identidades»

 

¡El lugar de la Redención! No basta decir: Estoy contento de haber estado allí. Se trata de algo más: del signo del gran sufrimiento, del signo de la muerte salvadora, del signo de la resurrección.

 

(Fuente: Juan Pablo II ¡Levantaos! ¡Vamos!p. 175/6/7, Editorial Sudamericana)

 

 

 Invito ver :  Peregrinacion Jubilar de Juan Pablo II a Tierra Santa (20 al 26 de marzo de 2000


Audiencia General Miercoles 1 de marzo de 2000 Peregrinacin jubilar al Monte Sinai  24 al 26 de febrero de 2000

Audiencia General Miércoles 29de marzo de 2000 Peregrinación Jubilar a Tierra Santa


martes, 22 de noviembre de 2022

Santa Cecilia, la música sacra y los documentos papales

 

(imagen de Wikimedia)

Con motivo del primer centenario de la "Asociación italiana Santa Cecilia" sus miembros quisieron festejarlo en Roma con la celebración de la Santa Misa por el Santo Padre Juan Pablo II,  quien en su homilia se refería a esa “historia de confianza y de amor a la música "sacra", a la que habéis dedicado y seguís dedicando una parte, quizá la mejor, la más entusiasta, de vuestro tiempo, de vuestros intereses, de vuestras energías.”

 

Recordaba Juan Pablo II que la  Asociación había nacido el 4 de septiembre de 1880 en Milán, pero – agregaba - podríamos ir aún más atrás: el verdadero origen de la "Asociación italiana de Santa Cecilia" podríamos hacerla remontar a 1584, cuando fue instituida en Roma la "Congregación de Santa Cecilia", aprobada por Sixto V en 1585. También el gran Giovanni Pier Luigi da Palestina formó parte de esa Congregación, que duró hasta el siglo XVIII. En el siglo XIX volvió a cobrar vida, dividiéndose en dos ramas, para la música "profana" con el nombre de "Academia estatal de Santa Cecilia", y para la música "sacra" con el nombre de "Asociación italiana Santa Cecilia". El afecto y la estima que mis predecesores, en particular San Pío X y Pablo VI, tuvieron por vuestra Asociación, son bien conocidos; como también es conocido que la Asociación ha tenido entre sus miembros a los más calificados compositores, maestros, directores de las catedrales y de las iglesias de Italia.”

En su homilía Juan Pablo II recordaba también los documentos papales relacionados con la música sagrada :

Sacrosanctum Concilium, 112.  (..) “Por esto, el Concilio Vaticano II ha podido afirmar que "el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria e integral de la liturgia solemne", y que "la música sacra será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración y fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo con mayor solemnidad los ritos sagrados”

Y

“Han pasado casi 80 años desde el "Motu proprio" Inter pastorales officii, emanado de San Pío X el 22 de noviembre de 1903, en un período difícil para las condiciones de la música "sacra", la cual —como notan los historiadores y los especialistas— no mantenía siempre y en todas partes ese decoro, que corresponde al culto divino. El documento de mi santo predecesor fue, durante más de medio siglo, estímulo fecundo de frutos abundantes de arte auténtico y de profunda espiritualidad. El Concilio Vaticano II, por su parte, publicaba una Constitución sobre la Liturgia que, refiriéndose explícitamente al citado "Motu proprio" de San Pío X, dedicaba una parte relevante a la música sacra (Sacrosanctum Concilium, 112-121); y en marzo de 1967, la entonces Sagrada Congregación de Ritos publicaba una amplia y articulada Instrucción con el título Musicam Sacram.”

“La Iglesia ha insistido e insiste, en sus documentos, sobre el adjetivo "sacro", aplicándolo a la música destinada a la liturgia. Esto quiere decir que ella, por su experiencia secular, está convencida de que esta calificación tiene un valor importante. En la música destinada al culto sagrado —ha dicho Pablo VI— "no todo es válido, no todo es lícito, no todo es bueno"; sino sólo cuanto, en armonía de dignidad artística y de superioridad espiritual, puede "expresar plenamente la... fe, para gloria de Dios y para edificación del Cuerpo místico" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 25 de abril de 1971, pág. 9). Por tanto, no se puede afirmar que toda música sea sacra por el hecho y desde el momento en que se inserta en la liturgia; en esta actitud falta ese sensus Ecclesiae "sin el cual el canto, en lugar de ayudar a fundir los espíritus .en la caridad, puede ser fuente de malestar, de disipación, de rompimiento de lo sagrado, cuando no de división en la misma comunidad de los fieles" 

El 22 de  noviembre de 2003, memoria de Santa Cecilia y con  motivo del centenario del Motu proprio "TRA LE SOLLECITUDINI"  del Papa Pio X, Juan Pablo II publicaba un quirógrafo (con una historia de los documentos papales) expresando “a la luz del magisterio de san Pío X y de mis demás predecesores, y teniendo en cuenta en particular los pronunciamientos del concilio Vaticano II, deseo proponer de nuevo algunos principios fundamentales para este importante sector de la vida de la Iglesia, con la intención de hacer que la música litúrgica responda cada vez más a su función específica”. 

Allí también agregaba la referencia a la  carta encíclica Mediator Dei del Papa Pio XII, sobre la sagrada liturgia 

Marco Frisina: La música: don extraordinario de Dios al hombre

 


La música es un don extraordinario de Dios para que pueda comprender y penetrar en ese extraordinario misterio oculto en la armonía del mundo, para escuchar la infinita belleza oculta en las innumerables vibraciones de lo creado.

 Cada sonido, es mas cada rumor de la creación, comporta el eco del gesto divino que le ha dado vida y solo el hombre sabe entender este lenguaje misterioso.

«El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos»; así lo expresa el salmo 18 y prosigue: “Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.” El lenguaje de Dios, su Palabra resuena en la creación y es canto, sinfonía admirable que nos revela el rostro del Verbo. Solo los hombres saben escuchar tanta música, precisamente porque los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, son capaces de escuchar y comprender el sonido inefable de la voz del Creador e imitarlo, dejarse infundir y vibrar en consonancia.  Así el hombre se convierte en cantor de la armonía de Dios, se convierte el mismo en músico y cantor, y a semejanza de Dios, creador de armonía y de música.   Todo ello extendido y fortalecido, llega a ser increíblemente elocuente, majestuosamente poderoso en el momento en que el Verbo eterno se hace carne para nosotros. En el momento en que la creación misma acoge a su Creador y se vuelve capaz de cantar con el mismo Dios, de ser uno con su música. Cristo Jesus, al encarnar nuestra naturaleza humana, se hace cantor de la belleza de Dios, y a la par autor mismo de la belleza de lo creado. Cada gesto suyo, cada palabra suya se convierte en esplendido movimiento de una sinfonía divina cuyos protagonistas son Dios y el hombre al unísono con Cristo.

La música de Jesus es dulce y dramática, severa y gozosa, fuerte y frágil, tal como se nos revela en su Evangelio. Dios se relata a si mismo y modula en el canto de amor de Cristo al Padre toda la verdad y la belleza: en aquel dialogo de obediencia y de amor, el hombre descubre y escucha el misterio de Dios y lo comprende porque en Jesucristo se revela también como misterio del hombre.  El canto de la creación se convierte a veces en dolor, a veces en gozo pero siempre es canto de amor, revelación sublime del dialogo que desde la eternidad es dueto de Padre e Hijo y que ahora, en la Encarnación, nosotros podemos escuchar y hacerlo nuestro.

El momento excelso de este canto es el Misterio Pascual, el momento en que la Cruz y después en la Resurrección se revela completamente el misterio oculto y aparece en todo su esplendor el rostro glorioso del resucitado y él canta con nosotros al Padre, saliendo del sepulcro.   «He resucitado  y siempre estoy contigo, aleluya». Este canto se convierte en canto de todos los bautizados, de cada uno de nosotros, llamados a resucitar con Cristo y a alabar al Padre con el mismo canto de alabanza. La Iglesia vibra junto a Cristo cantando la liberación del pecado y de la muerte y en la Iglesia resuena de modo particular la voz de Maria que con su ”Magnificat” se regocija contemplando la obra de Dios en Ella.  Es Ella la que ilumina con la luz de su canto la vida de la Iglesia y la conduce, día a día, por los caminos tortuosos y dolorosos de la historia, es el gozo que surge de su fe en la misericordia de Dios que nos consuela y nos alienta.

El Misterio pascual nos impulsa al canto y nos impele de modo irresistible hacia  los hermanos para compartir con ellos la misma música divina de la resurrección y de la gloria. Estamos llamados a cantar la gloria de Dios y a entonar alto con Cristo el aleluya pascual. Es por ello que el canto se convierte en mensaje de esperanza para el mundo, se convierte en evangelización, en cuanto es instrumento para revelar el amor de Dios y el gozo de la redención. EL mundo necesita de la esperanza y del gozo para disipar las profundas oscuridades que a menudo invaden el corazón de los hombres. El pecado envenena la vida del mundo y acalla el canto arrebatando a las almas el amor y el gozo. La música de Dios, en cambio, obra un milagro extraordinario, cual brisa de aire puro vivifica el mundo y hace florecer los corazones en la esperanza y en el gozo.

 Mis años de  experiencia personal me han llevado a constatar la fuerza evangelizadora de  la música, a descubrir como compartir el canto de amor de Cristo Resucitado ayuda a los hombres a descubrir la esperanza y el gozo que el Evangelio de la salvación produce en nosotros.  El misterio del canto de Cristo continúa de esta manera revelándose e iluminando el mundo.

¡ Cuántas veces hemos compartido con el Papa Juan Pablo II el estupor al comprobar la fuerza de la música que toca los corazones, haciéndolos vibrar al unísono con el corazón de Cristo, cuantas veces lo hemos visto cantar con nosotros y sonreír feliz al sentirse participe del canto del Resucitado unido a todos aquellos que, cantando la misma música, recibían la caricia del Espíritu de amor, sintiéndose Iglesia unida en un mismo canto”!    El recuerdo de tantos momentos musicales vividos con él me han hecho comprender cada vez más profundamente la importancia y la belleza de la música que se convierte en oración y gozo, en suplica y alabanza y que se une misteriosamente al canto de Cristo.

 

 Marco Frisina, Totus Tuus  Nr 6, Nov/Dic 2009

 

jueves, 17 de noviembre de 2022

Karol Wojtyla : Homenaje a la "Humanae Vitae" en el decimo aniversario de la encíclica.

 


El 21 de junio de 1978, tan solo unos pocos meses antes de su elección al pontificado el cardenal Karol Wojtyla en su discurso ante el Congreso del CISF (Centro Internazionale Studi Familia, Milano) recordaba los diez años de la publicación de la Encíclica Humanae Vitae del Papa Pablo VI. (este es un pequeño extracto publicado en la revista de la Postulación Totus Tuus)

El significado que, siguiendo el Vaticano II y toda la tradición de la enseñanza de la doctrina de la fe y de la moral cristiana, Pablo VI atribuye a la paternidad responsable es esencialmente ético.  Sobre esta base, se confirma también una neta diferencia entre esta forma de la «regulación de la natalidad», que la Iglesia puede reconocer como conforme a la ley divina, y lo que se define normalmente como una anticoncepción, que en la encíclica de Pablo VI viene llamada «regulación artificial de la natalidad.»  «En realidad», se lee en la Humanae Vitae, «entre las dos casos existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural. En el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales. Es verdad que tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles, buscando la seguridad de que no se seguirá, pero es igualmente verdad que solamente en  el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los periodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es deseable, y hacen uso después en los periodos agenésicos para manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así ellos dan prueba de amor verdadero e integralmente honesto.» (Humanae vitae, n.16)

El Autor mismo de la encíclica Humanae Vitae se da cuenta de las diferencias psicológicas, y quizás también intelectuales, que la posición de la Iglesia puede encontrar. Y por eso, aquellos que comparten la posición de la Iglesia tienen que tener  una visión muy clara no solo de las decisiones a llevar a cabo, sino también de todas las razones que se encuentran a la base de las mismas. Ante todo, en la práctica tienen que actuar de modo que la moral de la acción no se confunda con la técnica de la acción, es decir no se confundan los principios con el método.  Uno de los errores fundamentales que se comete en la interpretación de la encíclica Humanae Vitae surge precisamente ahí. La mentalidad contemporánea, que es técnica, quiere ver sobre todo la técnica y la manipulación, incluso allí donde le hombre y la mujer deben ponerse uno ante el otro con la verdad entera de la reciproca donación, siguiendo en ello la voz de la conciencia recta y madura. La Iglesia quiere salvar para ellos el sentido esencial del amor y de la madura dignidad de la conducta, es decir de aquella a medida de las personas humanas. Tal es también la razón fundamental de la abstinencia – especialmente no solo para una paternidad responsable, sino también para el amor conyugal mismo.

A la sustancia de este amor, cuyo maestro insustituible es Cristo mismo, pertenece que ese sepa poner y asumir las justas exigencias, sin las cuales el amor cesa de ser un verdadero amor. La preocupación por un tal y autentico perfil del amor humano ha dictado las exigencias que, siguiendo el magisterio católico, Pablo VI ha formulado en la encíclica Humanae Vitae.  Se siente esta preocupación por ejemplo en el párrafo siguiente: «Podría también temerse que el hombre habituándose al uso de las practicas anticonceptivas acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibro físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoistico y no como a compañera respetada y amada.» (Humanae vitae, n.17)

 

Cardenal Karol Wojtyla, Discurso al Congreso del CISF a los diez años de la Humanae Vitae, 21 de junio de 1978.

 

 

 

 

martes, 15 de noviembre de 2022

Karol Wojtyla: La verdad de la “Humanae Vitae” (4 de 4)

 


La encíclica Humanae Vitae formula esta jerarquía de valores, que resulta ser esencial y decisiva para todo la cuestión de la paternidad responsable. No es posible invertir esta jerarquía ni alterar el justo orden de los valores. Correríamos el riesgo de semejante inversión y mutación de los valores si para resolver el problema partiésemos de aspectos parciales en vez de hacerlo «a partir de la visión integral del hombre y su vocación».

 

Cada uno de estos aspectos parciales es sumamente importante en sí mismo, y Pablo VI ciertamente no reduce la importancia tanto del aspecto demográfico sociológico como del biopsicologico. Por el contrario, el Pontífice los considera atentamente. Solo quiere impedir que cualquiera de los aspectos parciales en particular, independientemente de su grado de importancia, pueda destruir la recta jerarquía de los valores y despojar de su verdadero significado al amor como comunión de personas y al hombre mismo como persona capaz de una autentica donación en la cual no puede ser sustituido por la «tecnica». Sen todo esto, sin embargo, el Papa no omite aspecto parcial alguno del problema, afrontando en cambio cada uno de ellos y estableciendo su contenido fundamental, y en conexión con lo mismo la recta jerarquía de valores. Y precisamente en este camino existe la posibilidad de un control de los nacimientos y por consiguiente también la posibilidad de resolver las dificultades socio-demográficas. Y por eso Pablo VI pudo escribir con plena seguridad que «los poderes públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico» (n.23)   Cuando se trata del aspecto bio9logico y también del aspecto psicológico – como de hecho enseña la encíclica - , el camino de la realización de los respectivos valores pasa por la valorización del amor mismo y de la persona.  He asqui las palabras del eminente biólogo,  el profesor P.P. Grasset dela Academia de ciencias: «La encíclica esta de acurdo con los datos d ela biología, recuerda a los médicos sus obligaciones y marca al hombre el camino en el cual su dignidad, tanto física como moral, no estará sometida a ofensa alguna» (Le Figaro, 8 de octubre de 1968)  Se puede decir             que la encíclica penetra en el núcleo de esta problemática universal adoptada por el concilio Vaticano II. El problema del desarrollo «del mundo» tanto en sus instancias modernas como en sus perspectivas mas lejanas, suscita una serie de interrogantes que el hombre se plantea sobre si mismo. Algunos de estos se expresan en la constitución pastoral Gaudium et spes. No es posible una justa respuesta a estos interrogantes sin percatarse del significado de los valores que deciden sobre el hombre y la vida verdaderamente humana. En la encíclica Humanae vitae PabloVI se ocupa de examinar estos valores en su punto neurálgico.

El examen de los valores y a través de este la norma misma de la paternidad responsable formulada en la encíclica Humanae vitae son portadores de manera especial de la huella del Evangelio. Es conveniente destacarlo de nuevo al final de estas consideraciones, si bien desde el comienzo ninguna otra idea ha sido su hilo conductor.  Las cuestiones que agitan a los hombres contemporáneos «exigían del Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión acerca de los principios de la doctrina moral del matrimonio, doctrina fundada sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina» (n.4)  La Revelación  como expresión del eterno pensamiento de Dios nos permite y al mismo tiempo nos ordena considerar el matrimonio como la institución para transmitir la vida humana, en la cual los cónyuges son colaboradores libres y responsables de Dios creador (n.1) Cristo mismo confirmo esta dignidad perenne de ellos e incluyo el conjunto de la vida matrimonial en la obra de la Redención, insertándola en el orden sacramental. Con el sacramento del matrimonio, los cónyuges son corroborados y como consagrados para cumplir fielmente los propios deberes, para realizar su vocación hasta la perfección y para dar un testimonio propio de ellos delante del mundo (n.25) Habiéndose expuesto en la encíclica la doctrina de la moral cristiana, la doctrina de la paternidad responsable, entendida como recta expresión del amor conyugal y la dignidad de la persona humana, constituyeun componente importanet del testimonoi cristiano.

 

Y nos parece propio de este testimonio el hecho de que el hombre  haga cierto sacrifico en aras de los valores auténticos. El Evangelio confirma constantemente la necesidad de semejante sacrificio, así como la obra misma de la redención, que se expresa totalmente en el Misterio pascual. La cruz de Cristo se ha convertido en el precio de la redención humana. Todo hombre que transita por el camino de los verdaderos valores debe asumir algo de esta cruz como precio que el mismo debe pagar por los valores auténticos. Este precio consiste en un esfuerzo especial.  Escribe el Papa: «La ley divina exige un serio compromiso y muchos esfuerzos». Y enseguida agrega que «tales esfuerzos ennoblecen al hombre y benefician a la comunidad humana» (n.20)

 

La ultima parte de la encíclica es una llamada a este compromiso serio y estos esfuerzos, dirigida tanto a las comunidades, para que «creen un clima favorable para la educación de la castidad», como a los poderes públicos y a los hombres de ciencia, con el fin de que logren «dar una base suficientemente segura para una regulación de los nacimientos fundada en la observancia de los ritmos naturales de fecundidad» (n.24) La encíclica, por último, se dirige a los cónyuges mismos, al apostolado de las familias por la familia, a los médicos, a los sacerdotes y a los obispos como pastores de almas.

 

A los hombres contemporáneos, inquietos e impacientes y amenazados al mismo tiempo en el ámbito de los valores y principios más fundamentales, el Vicario de Cristo recuerda las leyes que rigen a este sector.  Y como estos no tienen paciencia y buscan simplificaciones y aparentes facilitaciones, les recuerda el precio de los verdaderos valores y en qué medida se requiere paciencia y esfuerzo para obtener estos valores. Al parecer, a través de todas las argumentaciones y llamadas de la encíclica, por lo demás llenos de dramática tensión, nos llegan las palabras del Maestro: «Con vuestra perseverancia salvareis vuestras almas» (Lc 21,19). Porque en definitiva se trata precisamente de esto.

 

(Karol Wojtyla, 5 de enero de 1969)

 

 Fuente L Osservatore Romano, 1 de mayo 2011

 

viernes, 11 de noviembre de 2022

Karol Wojtyla: La verdad de la “Humanae Vitae” (3 de 4)

 



La verdad normativa de la encíclica Humanae Vitae está vinculada directamente con los valores expresados en el orden moral objetivo según su propia jerarquía. Estos son los auténticos valores humanos vinculados con la vida conyugal y familiar. La Iglesia se siente guardiana y garante de estos valores, como leemos en la encíclica.  Ante la amenaza de un peligro para los mismos, la Iglesia se siente obligada a defenderlos. Los valores auténticamente humanos constituyen la base y al mismo tiempo la motivación de los principios de la moral conyugal recordados en la encíclica.

(…)

El valor que se encuentra en la base de esta demostración es el valor de la vida humana, es decir, de la vida ya concebida y también al surgir está en la convivencia de  los cónyuges. De este valor habla la responsabilidad misma de la paternidad, a la cual está dedicada principalmente la totalidad de la encíclica.

El hecho de que este valor de la vida ya concebida o al surgir no se examine en la encíclica sobre el fondo de la procreación misma como fin del matrimonio, sino en la perspectiva del amor y la responsabilidad de los cónyuges, sitúa el valor mismo de la vida humana en una nueva luz. En su convivencia matrimonial, que es convivencia de personas, el hombre y la mujer deben dar origen a una nueva persona humana. La concepción de la persona a través de las personas es precisamente la justa medida de los valores que debe aplicarse aquí, y es al mismo tiempo la justa medida de la responsabilidad que debe guiar la paternidad humana.

La encíclica reconoce este valor. Si bien no parece hablar mucho del mismo, no deja de destacarlo indirectamente aun más al ponerlo claramente en el contexto de otros valores. Estos son valores fundamentales para la vida humana y además los valores específicos para el matrimonio y la familia. Son específicos ya que únicamente el matrimonio y la familia – y ningún otro ambiente humano- constituyen el campo especifico donde se manifiestan estos valores, prácticamente un suelo fértil en el cual crecen. Uno de estos es el valor del amor conyugal y familiar: el otro es el valor de la persona, es decir, su dignidad, que se manifiesta en los contactos humanos mas íntimos. Estos dos valores se penetran tan profundamente entre sí que en cierto modo constituyen un solo bien.

Este es precisamente el bien espiritual del matrimonio, la mayor riqueza de las nuevas generaciones humanas: «Los cónyuges desarrollan integralmente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: la disciplina aporta a la vida familiar frutos de serenidad y de paz (…), favorece la atención hacia el otro cónyuge, ayuda a los esposos a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraiza mas su sentido de responsabilidad en el cumplimiento de sus obligaciones. Los padres adquieren asi la capacidad de un influjo mas profundo y eficaz para educar a los hijos, los niños y los jóvenes crecen en la justa apreciación de los valores humanos y en le desarrollo sereno y armonioso de sus facultades espirituales y sensibles» (n.21)

He aquí el contexto pleno y al mismo tiempo la perspectiva universal de los valores ne los cuales se basa la doctrina de la paternidad responsable. La actitud de responsabilidad se extiende a toda la vida conyugal y a todo el proceso de educación. Únicamente los hombres que han alanzado la plena madurez de  la apersona mediante una educación completa logran educar a los nuevos seres humanos. La paternidad responsable y la castidad de las relaciones mutuas entre los cónyuges propia de aquella son prueba de su madurez espiritual. Por consiguiente proyectan su luz en todo el proceso de educación que se lleva a cabo en la familia.

Además de contener normas claras y explicitas sobre la vida matrimonial, la paternidad consciente y el justo control de la natalidad, la encíclica Humanae Vitae señala los valores a través de dichas normas, confirma un recto sentido y nos pone en guardia contra el falso sentido, expresando asimismo el profundo interés por proteger al hombre del peligro de alterar los valores mas fundamentales.

Uno de los valores más fundamentales es el del amor humano. El amor encuentra su fuente en Dios, que «es Amor». Pablo VI plantea esta verdad revelada al comienzo de su penetrante análisis del amor conyugal ya que este expresa el valor más grande que debe reconocerse en el amor humano. El amor humano es rico en experiencias que lo constituyen pero su riqueza esencial consiste en ser una comunión de personas, es decir, de un hombre y una mujer en su mutua donación. El amor conyugal se enriquece con la autentica donación de una persona a otra. Precisamente esta mutua donación de la persona misma no debe alterarse. Si en el matrimonio debe realizarse el amor autentico de las personas a través de la donación de los cuerpos, es decir, «a través de la unión en el cuerpo» del hombre y la mujer, precisamente por consideración al valor mismo del amor no se puede alterar esta mutua donación en aspecto alguno del acto conyugal interpersonal.

El valor mismo del amor humano y su autenticidad exigen la castidad del acto conyugal en la forma en que lo pide la Iglesia y se alude en la encíclica misma. En diversos campos, el hombre domina la naturaleza y la subordina a si mismo mediante medios artificiales. El conjunto de estos medios equivalen en cierto modo al progreso y a la civilización.  Sin embargo, en este campo, en el cual es preciso actuar a través del acto conyugal, el amor entre persona y persona, y donde la persona debe darse auténticamente  asi misma (y «dar»  quiere decir también «recibir» recíprocamente) el uso delos medios artificiales equivale a una alteración del acto de amor. El autor de la encíclica Humanae vita tiene presente el valor autentico del amor humano que tiene a Dios como fuente y viene confirmado por la recta conciencia y el sano «sentido moral».   Y precisamente en nombre de este valor le Papa en seña los principios de la responsabilidad ética. Esta es también la responsabilidad que protege la calidad del amor humano en el matrimonio. . Este amor se expresa también en la continencia – incluso cuando es periódica – por cuanto el amor es capaz de renunciar al acto conyugal, pero no puede renunciar al autentico don de la persona. La renuncia al acto conyugal en ciertas circunstancias puede ser un autentico don personal Palo VI escribe al respecto «Esta disciplina, propia de la purea de los esposos, lejos de perjudicar al amor conyugal, le confiere un valor humano mas sublime» (n21).

 

Fuente: L Osservatore Romano 1 de mayo 2011

Karol Wojtyla: La verdad de la “Humanae Vitae” (2 de 4)

 

Toda respuesta que se de desde perspectivas parcial es, por fuerza deberá ser también parcial. Para encontrar una respuesta adecuada es necesario tener presente una correcta visión del hombre como persona, puesto que el matrimonio establece una comunión de personas, que nace y se realiza a traes de su mutua donación.  El amor conyugal se caracteriza con las notas que resulta de tal comunión de personas y que corresponden a la dignidad personal del hombre y de la mujer, del marido y de la esposa. Se trata del amor total, es decir, del amor que compromete a todo el hombre, su sensibilidad y su afectividad así como también su espiritualidad, y que además debe ser fiel y exclusivo. Este amor «no se agota en la comunión entre los cónyuges, sino que está destinado a perpetuarse suscitando nuevas vidas.»(n.9)  y por eso es amor fecundo. Una tal comunión amorosa de los cónyuges, en virtud de la cual ellos constituyen «un solo cuerpo», según las palabras de Gn2, 24, es como la condición de la fecundidad, la condición de la procreación. Esta comunión, en cuanto es una particular actuación de la comunión conyugal entre personas, dado su carácter corporal y sexual, en sentido estricto, debe realizarse en el nivel de la persona y respetando la dignidad de la misma.

Con este fundamento se debe formular un juicio exacto de la paternidad responsable. Este juicio atañe antes que nada a la esencia misma de la paternidad y, bajo este aspecto, es un juicio positivo: «El amor conyugal exige que los esposos conozcan convenientemente su misión de paternidad responsable.» (n.10) La encíclica, valorada en conjunto, formula este juicio y lo propone como respuesta fundamental a las preguntas previamente planteadas: el amor conyugal debe ser amor fecundo, es decir, «orientado a la paternidad.»  La paternidad propia del amor de personas es paternidad responsable. Se puede decir que  la encíclica Humanae vitae la paternidad responsable se convierte en el nombre propio de la procreación humana.  Este juicio, fundamentalmente positivo, sobre la paternidad responsable exige sin embargo hacer algunas matizaciones. Solo gracias a ellas encontraremos una respuesta universal a las preguntas con que comienza la encíclica. PabloVI nos las ofrece. Según la encíclica, la paternidad responsables significa tanto (…) la deliberación ponderada y generosa de hacer crecer una familia numerosa, como  (…) la de evitar temporalmente o también a tiempo indeterminado un nuevo nacimiento (n.10). Si el amor conyugal es aor fecundo, es decir, orientado a la paternidad, es difícil pensar que el significado de la paternidad responsable, deducido de sus propiedades esenciales, pueda identificarse solamente con la limitación de los nacimientos. La paternidad responsable puede decirse realizada tanto por parte de los cónyuges que, después de una ponderada y generosa deliberación, deciden procrear una prole numerosa, como también de quienes llegan a la determinación de limitarla, «por graves motivos y en el respeto de la ley moral» (n.10)

Según la doctrina de la Iglesia, la paternidad responsable no es ni puede ser solo el efecto de una cierta «técnica» de la colaboración conyugal, sino que tiene antes que nada y per se un valor ético. Existe un verdadero y fundamental peligro – al cual la encíclica quiere servir de remedio providencial – que consiste en la tentación de considerar este problema fuera de la órbita de la ética, de esforzarse por arrebatarle al hombre la responsabilidad de las propias acciones que están profundamente enraizadas en toda su estructura personal.  La paternidad responsable – escribe el Pontifice – «significa el necesario dominio que la razón y la voluntad deben ejercitar sobre las tendencias del instinto y de las pasiones» (n. 10). Este dominio presupone por eso «conocimiento y respeto de los procesos biológicos» (n,.10)  y por eso coloca dichos procesos no solo en su dinamismo biológico sino también en la integración personal,  es decir en el nivel de la persona, puesto que «la inteligencia descubre en el poder de dar la vida leyes biológicas que afectan a la persona humana» (n. 10).

El amor es comunión de personas. Si a ella corresponde la paternidad – y paternidad responsable – el modo de actuar que lleva a tal paternidad no puede resultar moralmente indiferente. Más aun, es ese modo de actuar el que determina si la actuación sexual de la comunión de personas es o no un amor autentico, «salvaguardando ambos aspectos esenciales, el unitivo y el procreativo, el acto conyugal conserva íntegramente el sentido del mutuo y verdadero amor» (n.12)

El hombre no puede romper por propia iniciativa la conexión inescindible entre ambos significados del acto conyugal. El significado unitivo y el significado procreador (n.12). Precisamente por esta razón la encíclica continúa sosteniendo la posición del magisterio precedente y mantiene la diferencia entre la llamada regulación natural de la natalidad que comporta una continencia periódica, y la anticoncepción, que se obtiene mediante el recurso a medios artificiales. Decimos «mantiene», porque ambos supuestos «difieren completamente entre si» (16). Existe una gran diferencia entre ambos por lo que respecta a su calificación ética.

La encíclica de Pablo VI presenta, en cuanto documento del Magisterio supremo de la Iglesia, una enseñanza de la moral humana y a la vez cristiana en uno de sus puntos clave. La verdad de la Humanae Vitae constituye por tanto una verdad normativa. Nos recuerda los principios de la moral, que constituyen la norma objetiva. Esta norma esta también inscrita en el corazón del hombre, como vimos en el testimonio dado por Gandhi. Sin embargo, este principio objetivo de la moral sufre con facilidad tanto deformaciones subjetivas como también un oscurecimiento colectivo Por otra parte, esta es la suerte de muchos otros principios morales, como por ejemplo los que han sido recordados en la encíclica Populorum progressio En la encíclica Humanae vitae, el Santo Padre expresa antes que nada su plena comprensión de todas estas circunstancias que parecen contradecir el principio de la moral conyugal, enseñada por la Iglesia.

El Papa se percata tanto de las dificultades como de las debilidades a las cuales está sujeto el hombre contemporáneo. Con todo, el camino para la solución de las dificultades y problemas solo puede pasar por la verdad del Evangelio: «No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas» (n.29) El motivo de la caridad hacia las almas, y ningún otro motivo, mueve a la Iglesia, que no deja (…) de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica (n 29).

(Fuente: L Osservatore Romano 1 de mayo 2011)

 

martes, 8 de noviembre de 2022

Karol Wojtyla: La verdad de la “Humanae Vitae” (1 de 4)

 


Parecerá extraño que comencemos nuestras reflexiones sobre la en cíclica Humanae vitae tomando como punto de partida la autobiografía de M. Gandhi.  «A mi parecer - escribe este gran hombre indio - afirmar que el acto sexual es una acción espontánea, análoga al sueño o a la nutrición, es signo de crasa ignorancia La existencia del mundo depende del acto del multiplicarse - de la procreación, diríamos nosotros - y puesto que el mundo es dominio de Dios y reflejo de su poder, el acto de multiplicarse -  de la procreación, diríamos nosotros - debe quedar sometido a la norma establecida con miras a salvaguardar el desarrollo de la vida sobre la tierra. El hombre que tiene presente todo esto aspirará a toda costa a lograr el domino de sus sentidos y se pertrechara de aquella ciencia necesaria para promover el crecimiento físico y espiritual de su prole. Después comunicara los frutos de esta ciencia a las generaciones sucesivas, además de usarlos siempre en beneficio de las mismas.»  En otro pasaje de su autobiografía, Gandhi declara que ha padecido dos veces en su ida el influjo de la propaganda que recomendaba los medios artificiales para excluir la concepción en la convivencia conyugal.  Sin embargo, llego a la convicción «de que se debe más bien actuar a través de la fuerza interior, en el señorío de sí mismo, es decir, mediante el autocontrol».

Por lo que respecta a la encíclica Humanae vitae, estos pasajes de la autobiografía de Gandh adquieren el significado de un testimonio particular.  Nos recuerdan las palabras de San Pablo en la carta a los Romanos, relativas a la sustancia de la ley esculpida en el corazón del hombre y de la cual da testimonio el dictamen de la rectda conciencia  (Rm 2,15). También en tiempos de San Pablo esa voz de la recta conciencia constituía un reproche para aquellos que, a pesar de ser los «poseedores de la ley», no la observaban. Quizas nos conviene también a nosotros tener ante los ojos el testimonio de este homre no cristiano. Es oportuno tener presente la «sustancia de la ley» escrita en el corazón del hombre y de la cual da testimonio la conciencia, para conseguir penetrar en la profunda verdad de la doctrina de la Iglesia contenida en la encíclica Humanae vitae de Pablo VI.  Por esta razón, al inicio de nuestras reflexiones, que intentan aclarar la verdad ética y el fundamento objetivo de la enseñanza de la Humanae vitae hemos recurrido a semejante testimonio.  El hecho de que sea históricamente antecedente a la encíclica, por lo menos en varias décadas, n disminuye en nada su significado. «La esencia del problema, en efecto, sigue siendo la misma en ambos casos, mas aun las circunstancias son muy parecidas.»

Con el objeto de responder a las preguntas formuladas al principio de la encíclica (HV 3,) Pablo VI realiza un análisis de dos grandes y fundamentales «realidades de la vida matrimonial»: el amor conyugal y la paternidad responsable. (n.7) en su mutua relación. El análisis de la paternidad responsable constituye el tema principal de la encíclica, puesto que las preguntas con que se inicia plantean precisamente este problema:  «No se podría admitir que la intención de una fecundidad menos exuberante, pero más racional, transformase la intervención materialmente esterilizadora en un control licito y prudente de los nacimientos? Es decir, no se podría admitir que la finalidad procreadora pertenezca al conjunto de la vida conyugal más bien que a cada uno de los actos?  Se pregunta también si dado el creciente sentido de responsabilidad del hombre moderno, no ha llegado el momento de someter a su razón y a su voluntad mas que a los ritmos biológicos de su organismo, la tarea de regular la natalidad.»(m3) Para dar una respuesta a estas preguntas, el Papa no recurre a la tradicional jerarquía de los fines del matrimonio, entre los cuales destaca en primer lugar la procreación, sino que, como ya se ha dicho, realiza el análisis de la relación mutua entre el amor conyugal y la paternidad responsable. Se trata del mismo planteamiento del problema que realizó la constitución pastoral Gaudium et spes.

Un análisis correcto y penetrante del amor conyugal presupone una idea exacta del matrimonio mismo. Este no es «producido por la evolución de fuerzas naturales inconscientes» sino «comunión de personas»(n.8) basada en su reciproca donación. Y por eso un juicio recto acerca de la concepción de la paternidad responsable presupone una« visión integral del hombre y de su vocación» (n.7) Para conseguir formular semejante juicio no son suficientes «las perspectivas parciales, provenientes de los ordenes biológico o psicológico, demográfico  o sociológico.» (n.7) Ninguna de setas perspectivas puede servir de base para una adecuada y justa respuesta a las preguntas arriba formuladas.


 (Fuente: L Osservatore Romano 1 de mayo 2011)