Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 30 de agosto de 2019

Pontificio Instituto Juan Pablo II, Roma – Sus comienzos por D. Juan de Dios Larrú (1de5)



En la miríada de cambios y reformas iniciadas por el Papa Francisco en todos los ámbitos, también le ha tocado al Pontificio Instituto Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia de Roma. 

Se han generado toda clase de debates y controversias al respecto, por eso creo que este blog se merece reflexiones profundas desde el comienzo mismo, fundación, objetivos  y los cambios realizados ahora y sus motivos. 

Para  comenzar una historia detallada escrita por D. Juan de Dios Larrú, quien amablemente me concediera su permiso para publicarla. Lo haré en varios posts porque no solo sería injusto abreviar sino también dificil.  

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Repasar la historia de una institución académica nos puede permitir conocer mejor su inspiración y originalidad específicas. El pasado está continuamente contenido en el presente y nos proyecta hacia el futuro. Es necesario favorecer una comprensión más profunda de la herencia recibida, para afrontar la propia misión con una conciencia más clara del don que lo impulsa. Esta tarea de memoria histórica ha sido ya iniciada de forma sucinta en otras ocasiones. Por este motivo, intentaremos ahora recoger los datos ya existentes para presentarlos de una forma cronológicamente ordenada y que el lector pueda apreciar, de un modo más nítido, los fines de esta joven institución, determinado sus momentos más sobresalientes.
Vamos a presentar la historia del Instituto, subdividiéndola en cinco grandes apartados siguiendo un criterio cronológico: en primer lugar, intentaremos presentar los orígenes del mismo, para conocer cómo nació, cuál fue su inspiración fundacional y cómo dio sus primeros pasos. En segundo lugar, nos detendremos en la primera década de su vida (1981-1991). Estos años representan la etapa en la que el Instituto comienza a darse a conocer, van llegando los primeros alumnos y se va formando un primer cuerpo docente. En tercer lugar, veremos el desarrollo que experimenta en la segunda década (1992-2002). Son años en los que, paso a paso, el Instituto se va extendiendo geográficamente, donde se verifican también los primeros relevos institucionales importantes y donde nacen proyectos de investigación comunes entre los distintos profesores. En cuarto lugar veremos el inicio del nuevo decenio marcado por los últimos años del Pontificado y la muerte de Juan Pablo II. Finalmente, presentaremos la fase actual con la elección de Benedicto XVI como Sucesor de Pedro y la confirmación que él mismo nos ha dado de la misión del Instituto.
Como en la vida de toda familia, en ella encontramos momentos de luces y sombras, tiempos de esperanzas e incertidumbres, y periodos de crecimiento y de madurez. Pero es evidente a lo largo de estos más de veinticinco años la fecundidad de la intuición de su fundador y la capacidad formativa del Instituto, que ha transformado el corazón de tantas personas, matrimonios y familias, iluminando su misión en la Iglesia.
1. El inicio del Instituto
El 13 de mayo de 1981, el mismo día en que sufría el atentado en la Plaza de San Pedro, Juan Pablo II fundaba, junto al Pontificio Consejo para la Familia, el Pontificio Instituto para los estudios sobre matrimonio y familia que todavía lleva su nombre. Las palabras que tenía pensado pronunciar en aquella audiencia revelan con claridad su personalísima intención originaria: “He decidido fundar en la Pontificia Universidad Lateranense, que es la Universidad de la diócesis del Papa, un Instituto internacional de Estudios sobre matrimonio y familia que comenzará su actividad académica en el próximo octubre. Dicho Instituto se propone presentar a toda la Iglesia la aportación de la reflexión teológica y pastoral sin la que la misión evangelizadora de la Iglesia se vería privada de una ayuda esencial. Será un lugar donde la verdad sobre el matrimonio y la familia se estudien a fondo a la luz de la fe y con la contribución también de las distintas ciencias humanas”. En estas palabras se percibe cómo el Instituto nace de un carisma personal y una intuición original del mismo Pontífice. El objeto de la iniciativa no es crear un instituto más entre los muchos ya existentes sobre matrimonio y familia, sino instituir un espacio privilegiado para profundizar en el designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia.
Tanto la vocación universal del Instituto cuanto la conexión entre reflexión y misión evangelizadora de la Iglesia son subrayados de nuevo con más precisión, el 19 de diciembre de 1981, con ocasión del primer encuentro con los profesores y estudiantes del Instituto recién nacido, el Papa explicitaba la intención y el objetivo que pretendía en los siguientes términos: “He querido yo mismo este Instituto, atribuyéndoos una particular importancia para toda la Iglesia. En efecto, él está llamado a ser un centro superior de estudios y de investigación al servicio de todas las comunidades cristianas, con una finalidad precisa: profundizar cada vez más en el conocimiento de la verdad del matrimonio y de la familia a la luz conjunta de la fe y de la recta razón. Esta verdad debe ser objeto de toda vuestra investigación científica, profundamente conocedores de que sólo la fidelidad a ella salva completamente la dignidad del matrimonio y de la familia”.
En este discurso, se pone singularmente de manifiesto la importancia de colocar a la base de la reflexión del Instituto una sólida y adecuada antropología, que comprenda la completa verdad sobre la persona humana. Esta antropología integral, que tiene como objetivo profundizar en el misterio del hombre sin falsos reduccionismos, ha de tener como luz el Misterio del Verbo Encarnado (GS 22). Unida a esta reflexión antropológica ha de desarrollarse la reflexión moral, asimismo esencial para el Instituto.
Conviene caer en la cuenta del contexto histórico en el que se enmarcan estas palabras. En efecto, apenas un mes antes, el 22 de noviembre de aquel mismo año, el Papa había publicado la Exhortación Apostólica Familiaris consortiofruto de los trabajos del Sínodo de los Obispos celebrado en Roma del 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980. El relator del sínodo fue el Cardenal J. Ratzinger, que valoró del siguiente modo la publicación de la exhortación: “El texto es un estímulo para los cristianos y al mismo tiempo una gran tarea”.
Es bien conocido que, como preparación a este sínodo, Juan Pablo II había comenzado a pronunciar una serie de catequesis que se extendieron desde el 5 de septiembre de 1979 hasta el 28 de noviembre de 1984, durante las audiencias de los miércoles, con dos únicas interrupciones debidas al atentado de 1981 y al año de la redención de 1983. Un total de 134 catequesis, distribuidas en seis ciclos. Con ellas, el Papa deseaba “acompañar desde lejos” los trabajos preparativos del Sínodo sobre los Deberes de la familia cristiana (De muneribus familiae christianae). Es significativo cómo con estas catequesis, Juan Pablo II no quiso abordar directamente el tema del Sínodo sino que concentró su atención en las profundas raíces de las que brota la propuesta sinodal. Esta intención del Pontífice de ir a la raíz para desde ella iluminar la cuestión del matrimonio y la familia se debe a varios motivos: su pasión por el Evangelio del matrimonio y la familia, su compasión por la situación actual de la familia y la ayuda pastoral que la Iglesia le debe dar. Ya en el discurso a las familias, con motivo de la celebración del Sínodo, mostró claramente la necesidad de volver a dar la confianza a las familias. Estas catequesis son para el Instituto como el documento fundante e inspirador, y constituyen una auténtica novedad metodológica y teológica, aún en buena parte por conocer, asimilar y difundir.
La inspiración del Instituto nace, pues, unida a la vocación y carisma personal de Karol Wojtyla. Ya como joven sacerdote, Karol sintió una llamada interior a dedicarse a preparar a los jóvenes para el matrimonio, a mostrarles la belleza del amor humano: “hay que enseñarles el amor (...) pues si se ama el amor humano, nace también la necesidad de dedicar todas las fuerzas a la búsqueda de un «amor hermoso»”. La experiencia de K. Wojtyla con estos jóvenes que él denominaba “su pequeña familia” (rodzinka), que posteriormente dio lugar a un entorno (Srodowisko) más numeroso, muchos de ellos casados entre sí, a los que prestaba una atención pastoral extraordinaria, es como el sustrato sobre el que irá creciendo su interés por el matrimonio y la familia. Es en esta experiencia personal donde se le muestra a Karol cómo todo hombre se revela en su unicidad e irrepetibilidad en la familia, cuyo fundamento es el matrimonio.
La intuición de Juan Pablo II al fundar el Instituto que lleva su nombre tiene su origen, por tanto, en su propia experiencia sacerdotal que sabe conjugar la reflexión teológica, filosófica y científica con una constante atención pastoral al matrimonio y la familia. Esta intrínseca relación entre pensamiento y vida, entre teología y pastoral, es verdaderamente decisiva para comprender la originalidad de esta institución, que ha de profundizar siempre más en el designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia. El Concilio Vaticano II que Juan Pablo II vivió en primera persona de un modo muy intenso, y particularmente el capítulo “Dignidad del matrimonio y de la familia” de la constitución Gaudium et spes, y la posterior publicación de la encíclica Humanae vitae 
(25.VII.1968) de Pablo VI, se encuentran siempre como en la raíz de la reflexión del Pontífice sobre el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. La necesidad creciente de un desarrollo orgánico de la teología del matrimonio y de la familia, a partir de estos documentos, es lo que va conduciendo a desplegar todos los medios para alcanzar este fin.
La actual visión inmanentista y secularista del matrimonio y la familia, de sus valores y exigencias, se funda en el rechazo de la fuente divina, de la que proceden el amor y la fecundidad de los esposos, y que expone hoy al matrimonio y la familia a disolverse incluso como experiencias humanas. Para superar esta visión, resulta decisivo profundizar en el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia.

jueves, 22 de agosto de 2019

María, Reina del universo



La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.
Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación, ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternas; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (AAS 46 [1954] 636-637).

 Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.
Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).


sábado, 17 de agosto de 2019

Karol Wojtyla: Aqui en Borek Falecki he aprendido a ser devoto de Maria



En mis frecuentes visitas a las parroquias  suelo comenzar o finalizar mi visita ante la imagen de Nuestra Señora de Jasna Gora.  Hablo como obispo,  pues para un obispo una parroquia es como su casa, al igual que para el párroco. Pero en esta parroquia quiero  hablarles no como obispo sino como parroquiano. Tan profundos son los lazos creados entre nosotros en el pasado. Por eso  -  y de modo muy particular – quiero hoy  hablar  ante ustedes como parroquiano.

 Ustedes saben que si bien nunca viví aquí he trabajado aquí. Esa enorme fábrica de productos químicos sobre la cual les  ha hablado el padre párroco, fue mi lugar de trabajo durante los cuatro años de la ocupación. Y durante esos cuatro años fue justamente aquí que nació mi vocación sacerdotal. Por eso mis lazos tan especiales con esta parroquia. Mi vocación comenzó a formarse mientras trabajaba en la cantera de piedra y terminó de madurar en esta fábrica de soda, en el predio donde se encuentra esta iglesia.  Digo “esta iglesia” pero pienso en aquella otra que ya no existe  y que vuestros hijos seguramente no podrán recordar.  Era una vieja capilla de madera, prácticamente una barraca, que servía como casa de Dios, antes que se terminara de construir esta hermosa, moderna y grande iglesia.  Como parroquiano hoy deseo saludar a Maria Santisima y deseo agradecerle  como vuestro obispo por la gracia sacerdotal que maduró justamente en esta parroquia.
Estos son los profundos lazos que me unen a ustedes. Estos lazos también me unen para siempre con nuestra Madre Santísima. Siempre que paso cerca de esta fabrica, especialmente cuando paso cerca de la Sala de calderas recuerdo el curso y los momentos decisivos de mi vida. A menudo veo ante mis ojos un pequeño librito de tapas celestes. Cuando era operario de Solvay lo llevaba siempre conmigo, junto al pedazo de pan, para el turno de la tarde o de la noche. Durante el turno de mañana era más difícil encontrar un momento para leer.  El librito se titulaba Tratado sobre la devoción a la Santísima Virgen Maria. El autor era - en aquellos tiempos era beato y fue elevado a los altares como santo -  Ludovico Maria Grignon di Monfort.  Permítanme mencionarlo el dia que Nuestra señora inicia su peregrinación en visita a vuestra parroquia.
Aquel pequeño librito de tapas celestes parecía un librito de Misa, y me sirvió de lectura durante muchos días y semanas. No solo lo leía entonces, aún lo conservo. Lo leía, en realidad desde el comienzo al final y lo volvia a empezar.   De este librito he aprendido la devoción a Nuestra Señora.   Ya  traía yo esa devoción de niño,  después como escolar, finalmente como universitario. Pero el verdadero sentido y la profundidad de esta devoción me lo ha enseñado este librito leído durante los turnos de trabajo, en esta fábrica de soda.  Lo he leído tantas veces que tanto por fuera como por dentro estaba impregnado de soda. Recuerdo muy bien aquellas manchas de soda porque justamente esas manchas son con una parte importante de toda mi vida interior. Quería recordarles esto hoy. Les recuerdo este hecho, carísimos hermanos y hermanas, pero ante todo quería recordarte a ti, Madre santísima de cuando venia aquí a la parroquia de Borek Falecki parroquia a la cual debo mi vocación, durante esa particular experiencia de trabajo manual.  Recordándolo quiero agradecértelo Madre Santísima.  Deseo además aparte de mi testimonio personal representar el testimonio de toda la  comunidad. Por eso, Madre Santísima ven a nosotros, que te acogemos en espíritu de perfecta devoción, de completa confianza en ti. Hemos puesto en tus manos nuestro pasado.  Hemos puesto en tus manos nuestro pasado una memorable tarde de aniversario del milenio de la conversión de Polonia, cuando nos visitaste en tu imagen errante. Has estado en la Catedral de Wawel y después en la procesión de Wawel a Skalka y después nuevamente de Skalka a Wawel,  allí en la pared de la capilla de Segismundo. A tu alrededor se encontraban centenares de miles, tus fieles, confesores de Cristo en esta maravillosa capital polaca. Recuerdo en aquel tiempo ante tu imagen pusimos en tus manos todo nuestro pasado. Yo he puesto en tus manos todo nuestro pasado  y  he aprendido a ser tu devoto justamente aquí en Borek Falecki. Ahora que Maria,  carísimos, sin su imagen, se encuentra entre nosotros (1), se eleva aun más la fuerza de nuestra fe. Y además se confirma nuestro acercamiento a la Santa Virgen. La ausencia de su imagen llena nuestros ánimos de desilusiones  viendo como se violan nuestros sentimientos religiosos.  No obstante en esta parroquia queremos confiarte, Madre de Cristo, todo nuestro futuro. Lo hacemos con todo nuestro esmero,  parroquia por parroquia, familia por familia, en especial porque queremos formar una base solida para el  futuro de nuestro pueblo, para el futuro de la Iglesia de Cristo en nuestra nación.  Esta base solida la encontramos en la más completa devoción a a ti, Madre de Cristo, Virgen Santísima porque es profunda nuestra veneración, nuestro amor a ti.  Un poeta polaco J. Lechon, dijo.« Porque aun aquel que en nada cree, cree en ti»   Nuestra fe es la base sobre la cual construimos y a la cual confiamos nuestro futuro.  Te confiamos aquellos que vendrán después de nosotros, para que gocen de unidad de espíritu con nosotros, para que este espíritu no se apague jamás; para que sientan dentro de si al Espíritu Santo cuya esposa eres.
Nos volvemos a ti, Madre santísima, esposa del Espíritu Santo, para que tu solicites y obtengas que el Espiritu Santo sea el Espíritu de nuestra juventud, de nuestros ancianos, de nuestros esposos, de nuestras familias; para que sea el Espíritu de nuestro trabajo, nuestras fabricas, nuestros campos y nuestras casas. Ora por nosotros y obtiene para nosotros el Espíritu Santo cuya esposa eres, o Madre de la divina gracia, Reina de Polonia, Sostén de los fieles, Madre nuestra de Jasna  Gora. Ruega por nosotros y guíanos. En tus manos está todo nuestro pasado, y en tus manos, todo nuestro futuro.  

(1)   En 1966 la imagen en peregrinación es confiscada y enviada al Santuario de Jasna Gora, pero los fieles polacos siguen con las peregrinaciones con  tan solo el marco del cuadro por toda Polonia.  

(Homilia del Obispo Karol Wojtyla en Borek Falecki 8 de noviembre de 1968) 

jueves, 15 de agosto de 2019

"Bienaventurada eres tú que has creído".


En el Evangelio de la festividad de hoy vemos a María cuando, después de la Anunciación, llena del Espíritu Santo y llena del misterio que se había realizado en su seno por obra de ese mismo Espíritu, entra en casa de Zacarías.

Traspasa el umbral de la casa de una familia que le es muy cercana por espíritu y por parentesco. Y ya en el umbral, recibe el saludo de Isabel la cual exalta su fe: "Bienaventurada tu que has creído" (cf. Lc 1, 45). Y saluda a María con las mismas palabras con que ahora la saludamos todos constantemente cuando rezamos el "Ave María".

María traspasa el umbral de una casa, entra en el círculo de una familia... ¡Cómo nos enlaza ese acontecimiento con el asunto para el que se prepara el Episcopado del mundo entero en relación con el Sínodo de los Obispos de este año! El tema del Sínodo "Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo" dirige nuestra atención hacia todas las familias que viven en el mundo contemporáneo, hacia las familias a las que es enviada la Iglesia y a través de las cuales desea cumplir su misión. Pensemos en las grandes tareas de la familia, ligadas a la transmisión de la vida y a la gran obra de la educación del nuevo hombre. Pensemos en las alegrías, pero también en las fatigas de ese amor, sobre el cual se construye la vida de los cónyuges y de las familias. Pensemos también en los sufrimientos, en las crisis, en los dramas que a veces acompañan la vida familiar. A través de los trabajos del Sínodo de los Obispos, deseamos entrar en el ámbito de todo esto con absoluto respeto, pero también con la fe y el amor con que la Iglesia rodea a la familia cristiana, construida sobre el fundamento del sacramento del matrimonio.

Y por eso invitamos a María a traspasar el umbral de todas las familias, igual que, en un tiempo, traspasó el de la casa de Zacarías. Le rogamos que lleve a todos el mismo mensaje de fe materna y de amor. Le pedimos también que visite los trabajos del Sínodo que se prepara, cuyos miembros, con los ojos puestos en Ella, desean repetir lo que Isabel dijo entonces: "Bienaventurada eres tú que has creído". El Sínodo, por su parte, siguiendo el ejemplo de esta Madre, desea dejarse guiar de la fe y del amor hacia todas las familias, a las que dirigirá próximamente su especial servicio.

sábado, 10 de agosto de 2019

Santa Faustina Kowalska, el puente al tercer milenio (2 de 2)



De esta manera la visión de la Hermana Faustina se transformo en el ”puente” al tercer milenio: un “un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.” Nadie sabía que traerían los aires del tercer milenio, pero sin dudas  los nuevos progresos no estarían exentos de experiencias penosas. Tanta mas entonces la necesidad de una “ luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.”. Por lo tanto el Papa explico que el Segundo Domingo de Pascua seria a partir de entonces conocido como el Domingo de la Divina Misericordia, porque quiso donar al tercer milenio el mensaje que le había sido confiado a la Hermana Faustina, ahora Santa Faustina.

Juan Pablo II recalco entonces en su homilía dos temas que ya eran característicos de su pontificado. Había hablado frecuentemente de la Ley del Don – la ley del donarse -  que lleva en si la persona humana; los enunciados de esta ley del Concilio Vaticano II que “el hombre puede descubrir su ser mas intimo tan solo dándose sinceramente” había sido una de los textos del Vaticano II mas mencionados en su magisterio.  La Ley del Don no era, sin embargo, fácil de llevar. Porque “no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!”  Abrazar esa misericordia se hacia esencial si pretendíamos que al tercer milenio le fueran perdonadas las penurias del segundo.

“En este amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.
Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza.” (homilía de la canonización de Santa Faustina) 

viernes, 9 de agosto de 2019

Santa Faustina Kowalska, el puente al tercer milenio (1 de 2)



El domingo 30 de abril de 2000, se congregaron en la Plaza San Pedro alrededor de 200.000 fieles para la ceremonia de canonización de la primer santa del tercer milenio.
Su trayectoria espiritual había impactado fuertemente en conventos polacos poco conocidos,  en el Index de libros prohibidos e innumerables parroquias alrededor del mundo.

Helena Kowalska,  nació el 25 de agosto de 1905 en el pueblo de Głogowiec, cerca de Łódź y  fue la tercera de diez hijos nacidos de padres tan pobres que pudieron costearle tan solo dos años de educación formal. Imposibilitada de entrar en el convento a los 17 años,  porque su familia necesitaba de sus modestos ingresos,  trabajo como ayudante domestica antes de su fracasado intento de entrar en un convento en Varsovia. Un año mas tarde, en 1925,  logro unirse a las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia donde vivió la experiencia de la visión de Cristo sufriente.  Adoptando el nombre religioso de Maria Faustina, completó su noviciado en Cracovia y realizo sus votos perpetuos en 1933. Los cinco años restantes de su vida, sirvió como hermana portera, jardinera, y cocinera en conventos de Cracovia, Płock y Vilnius (entonces parte de la Segunda Republica polaca)  
El 22 de febrero de 1931 en Płock, la Hermana Maria Faustina tuvo la visión en la cual se le apareció Jesus como un Salvador misericordioso de cuyo corazón emergían rayos rojos y blancos; el “Rey de la Divina Misericordia”  le pidió promover la instauración del Segundo Domingo o la Octava de Pascua como celebración de la divina misericordia y propagar la devoción de la misericordia de Dios con el mundo.   Después que un examen psiquiátrico confirmara que la Hermana Faustina no sufría de desordenes mentales, el padre Michał Sopocko  se hizo cargo de su dirección espiritual en 1933 y se contacto con un artista para que pintara  la imagen de la visión de Cristo que había visto la Hermana Faustina.  Sus visiones y las extraordinarias experiencias espirituales  (incluidas las estigmas escondidas) continuaron, conocidas tan solo por sus superiores religiosos y su director espiritual, y fueron debidamente registradas en el diario que ella llevaba. En 1935 ella tuvo una visión que dio origen a la coronilla de la Divina Misericordia. Al año siguiente la Hermana Faustina enfermo de tuberculosis y después de pasar un tiempo en  un sanatorio,  antes de regresar a su convento en Cracovia - Łagiewniki, murió en 1938.

El convento de Łagiewniki se hallaba cerca de la planta química Solvay donde,  entre Octubre de 1941 y Agosto de 1944,  trabajó Karol Wojtyła. El joven operario solia detenerse,  en su camino a la planta o en su regreso,  en la capilla del convento a rezar.  Entonces ya habían  empezado a aparecer las imágenes de Jesus Misericordioso en las iglesias de Polonia, pero el trabajo póstumo de la Hermana Faustina transitó por caminos insospechados pues el Papa Juan XXIII,  poco después de ser elegido,  firmó un decreto preparado por la Oficina de la Santa Sede que establecida que el diario de la monja polaca fallecida debía ser incluido en el Index de libros prohibidos.  Durante el Concilio Vaticano II el Arzobispo Karol Wojtyła se ocupo de la causa de Faustina con las autoridades romanas convencido que la devoción de la Divina Misericordia poseía importante merito pastoral y que la condenación del diario se había basado en una mala traducción al italiano del original polaco. Wojtyła le pidió a uno de sus tutores en la tesis, el sacerdote Ignacy Róźycki, que preparara una edición crítica del diario como primer paso hacia la rectificación del estado de Faustina con la Santa Sede.  

Años de arduos trabajos finalmente lograron que se levantaran las sanciones; mientras tanto la coronilla de la Divina Misericordia se había extendido por todo el mundo, pues los pastores de la iglesia habían encontrado  en ella una notable herramienta para reavivar la vida devocional católica, algo apagada en mucho países después del Vaticano II.   

 La hermana Faustina Kowalska, apostol de la Divina Misericordia, fue beatificada por Juan Pablo II el 18 de abril de 1993.  El Papa quiso dejar anclado el recuerdo de su predecesora con el tercer milenio canonizándola como la primera santa del Gran Jubileo del año 2000.
   
(George Weigel, The end and the beginning, Doubleday, 2010)


martes, 6 de agosto de 2019

Monte Tabor, el monte de la oración


Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas atestiguan de modo concorde el episodio de la transfiguración de Cristo. Los elementos esenciales son dos: en primer lugar, Jesús sube con sus discípulos Pedro, Santiago y Juan a un monte alto, y allí «se transfiguró delante de ellos» (Mc9, 2), su rostro y sus vestidos irradiaron una luz brillante, mientras que junto a él aparecieron Moisés y Elías; y, en segundo lugar, una nube envolvió la cumbre del monte y de ella salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo» (Mc 9, 7). Por lo tanto, la luz y la voz: la luz divina que resplandece en el rostro de Jesús, y la voz del Padre celestial que da testimonio de él y manda escucharlo.
El misterio de la Transfiguración no se debe separar del contexto del camino que Jesús está recorriendo. Ya se ha dirigido decididamente hacia el cumplimiento de su misión, a sabiendas de que, para llegar a la resurrección, tendrá que pasar por la pasión y la muerte de cruz. De esto les ha hablado abiertamente a sus discípulos, los cuales sin embargo no han entendido; más aun, han rechazado esta perspectiva porque no piensan como Dios, sino como los hombres (cf. Mt 16, 23). Por eso Jesús lleva consigo a tres de ellos al monte y les revela su gloria divina, esplendor de Verdad y de Amor. Jesús quiere que esta luz ilumine sus corazones cuando pasen por la densa oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz sea insoportable para ellos. Dios es luz, y Jesús quiere dar a sus amigos más íntimos la experiencia de esta luz, que habita en él. Así, después de este episodio, él será en ellos una luz interior, capaz de protegerlos de los asaltos de las tinieblas. Incluso en la noche más oscura, Jesús es la luz que nunca se apaga. San Agustín resume este misterio con una expresión muy bella. Dice: «Lo que para los ojos del cuerpo es el sol que vemos, lo es [Cristo] para los ojos del corazón" (Sermo 78, 2: pl 38, 490). (Benedicto XVI Ángelus 4 de marzo de 2012) 
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Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo.  (Juan Pablo II Carta Apostolica Rosarium Virginis Mariae ) 

sábado, 3 de agosto de 2019

Dominum et vivificantem




La Carta encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espiritu Santo en la Vida  de la Iglesia y del Mundo de S.S. Juan Pablo II fue promulgada el 18 de mayo y publicada el 30 de mayo de 1986. 

Decia Juan Pablo II:
En la Encíclica Dominum et Vivificantem he escrito: El Espíritu Santo, consubstancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y don (increado), del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la salvación' (n. 10).
…….En el Espíritu Santo se halla, pues, la revelación de la profundidad de la Divinidad: el misterio de la Trinidad en el que subsisten las Personas divinas, pero abierto al hombre para darle vida y salvación. A ello se refiere San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, cuando escribe: 'El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios'.  Como leemos en la Encíclica Dominum et Vivificantem todo 'lo que dice (Jesús) del Padre y de sí como Hijo, brota de la plenitud del Espíritu que está en Él y que se derrama en su corazón, penetra su mismo 'yo', inspira y vivifica profunda mente su acción' (n. 21). Por eso el Evangelio puede decir que Jesús 'se llenó de gozo en el Espíritu Santo' (Lc 10,21). Así la 'plenitud' del Espíritu Santo, que se halla en Cristo, se manifestó el día de Pentecostés llenando de Espíritu Santo' a todos aquellos que estaban reunidos en el Cenáculo. Así se constituyó aquella realidad cristológico eclesiológica a que alude el apóstol Pablo: 'alcanzáis la plenitud en él, que es la Cabeza' (Col 2, 10). (1 Cor 2, 10).

………. En la Encíclica sobre el Espíritu Santo Dominum et Vivificantem escribí: 'Pentecostés es un nuevo inicio en relación con el primero, inicio originario de la donación salvífica de Dios, que se identifica con el misterio de la creación. Así leemos ya en las primeras páginas del libro del Génesis: 'En el principio creó Dios los cielos y la tierra... y el Espíritu de Dios (ruah Elohim) aleteaba por encima de las aguas' (1, 1 ss.). Este concepto bíblico de creación comporta no sólo la llamada del ser mismo del cosmos a la existencia, es decir, el dar la existencia, sino también la presencia del Espíritu de Dios en la creación, o sea, el inicio de la comunicación salvífica de Dios a las cosas que crea. Lo cual es válido ante todo para el hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios' (n. 12). En Pentecostés el 'nuevo inicio' del donarse salvífico de Dios se funde con el misterio pascual, fuente de nueva vida


Y el entonces Cardenal Joseph Ratzinger (ahora Santo Padre emérito Benedicto XVI) en su conferencia acerca de Las catorce enciclicas del Santo Padre Juan Pablo II con ocasión del Congreso “Juan Pablo II 25 años de Pontificado. La Iglesia al servicio del hombre” en la Pontificia Universidad Lateranense realizado entre el 8 y el 10 de mayo de 2003expresó, entre otros

…“Las encíclicas se deben dividir por grupos de temas afines. Conviene recordar ante todo el tríptico trinitario de los años 1979-1986, que abarca las encíclicas Redemptor hominisDives in misericordia y Dominum et vivificantem


Quiero dedicar también unas pocas palabras a la encíclica sobre el Espíritu Santo, en la cual se trata el tema de la verdad y de la conciencia. Según el Papa, el auténtico don del Espíritu Santo es "el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención" («Dominum et vivificantem», 31). Así pues, en la raíz del pecado está la mentira, el rechazo de la verdad. "La "desobediencia", como dimensión originaria del pecado, significa rechazo de esta fuente por la pretensión del hombre de llegar a ser fuente autónoma y exclusiva en decidir sobre el bien y el mal" (ib., 36). La perspectiva fundamental de la encíclica «Veritatis splendor» ya aparece aquí muy claramente. Es evidente que el Papa, precisamente en la encíclica sobre el Espíritu Santo, no se detiene en el diagnóstico de nuestra situación de peligro, sino que hace ese diagnóstico para preparar el camino a la curación. En la conversión, el afán de la conciencia se transforma en amor que sana, que sabe sufrir: "El dispensador oculto de esa fuerza salvadora es el Espíritu Santo" (ib., 5)”