Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 24 de diciembre de 2021

Puer natus est nobis, filius datus est nobis!

 ¡Qué misterio inescrutable esconde la humildad de este Niño! Quisiéramos como tocarlo; quisiéramos abrazarlo. Tú, María, que velas sobre tu Hijo omnipotente, danos tus ojos para contemplarlo con fe: danos tu corazón para adorarlo con amor. En su sencillez, el Niño de Belén nos enseña a descubrir el sentido auténtico de nuestra existencia; nos enseña a "llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa" (Tt 2,12). ¡Oh Noche Santa y tan esperada, que has unido a Dios y al hombre para siempre! Tú enciendes de nuevo la esperanza en nosotros. Tú nos llenas de extasiado asombro. Tú nos aseguras el triunfo del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. Por eso permanecemos absortos y rezamos. En el silencio esplendoroso de tu Navidad, tú, Emmanuel, sigues hablándonos. Y nosotros estamos dispuestos a escucharte. Amén. Permanezcamos en silencio y adorémosle!

 FELIZ Y SANTA NAVIDAD A TODOS!!
 (no estoy en mi computadora y me cuesta horrores utilizar esta otra, ya volvere con mis posts habituales) 

lunes, 20 de diciembre de 2021

La “nostalgia” de Juan Pablo II por las Navidades polacas

La entrevistadora Brygida Gryslak le pregunta al Arzobispo Mieczyslaw Mokrzycki en el libro-entrevista (foto arriba) 

Extrañaba el Papa las festividades polacas, como por ejemplo la Vigilia de Navidad? 

 El antiguo segundo secretario de Juan Pablo II (ahora Arzobispo de Lviv) responde: Estoy seguro que sí. Pero nosotros hacíamos todo lo posible para presentarle ese mismo ambiente tan particular en el Vaticano. Es por eso que siempre había huéspedes polacos, aquellos más cercanos al Santo Padre. En una de sus habitaciones, en el dormitorio o en el estudio, siempre había un verdadero árbol de Navidad traído especialmente de Zakopane. Lo decoraban las religiosas. Imagino que el santo Padre hubiese querido adornarlo el mismo, pero nunca tenía tiempo suficiente para hacerlo. Le gustaba mucho admirarlo. El aroma era especial. Además había otros árboles de Navidad en el salón comedor y en el pasillo. 

 Y sigue preguntando la entrevistadora: Parece que también había un Pesebre.

 Era infaltable. Los Pesebres le gustaban mucho al Santo Padre. El personal del Vaticano se lo preparaba todos los años. Se colocaba en el pasillo y siempre era hermoso y original. Quienes lo preparaban siempre aparecían con alguna nueva idea que el Santo Padre apreciaba mucho. 

Luego la entrevistadora hace un comentario: El Arzobispo Mokrzycki dice que la cena de la vigilia tradicionalmente comenzaba con la lectura de la Sagrada Escritura, que leía alguno de los huéspedes: Mons. Stanisław Ryłko o el padre Styczeń.. Después se compartía el oplatek. Emocionante, igual que en sus casas en Polonia. El deseo para ellos del Santo Padre era que encuentren al Cristo recién nacido y que El colme de gozo y paz sus corazones. Y se cantaban villancicos, era una parte de la vigilia que el Santo Padre gustaba mucho: : cantábamos villancicos al comienzo y después de la cena. Era una tradición importante en la casa de Juan Pablo II: en Cracovia y en el Vaticano. Al Santo Padre le gustaba mucho cantar, especialmente villancicos. El cantaba a viva voz y podíamos ver que esto lo hacía feliz. El canto de los villancicos no duraba mucho tiempo, alrededor de media hora quizás algo más. Pero la Vigilia era para nosotros solo el comienzo de esas veladas de canto de villancicos pues los seguiríamos cantando hasta el 6 de enero todos los días. En esas veladas familiares con villancicos invitábamos también a dos o tres sacerdotes polacos, a menos que hubiese otros invitados. Y después de la cena, durante media hora o 40 minutos se cantaban villancicos: desde Duérmete pequeño Jesús (Lulajże Jezuniu) hasta Dios ha nacido (Bóg sie rodzi) 

 Cuál era el villancico que más le gustaba a Juan Pablo II? 

 Creo que Oh mi pequeño Niño (Oj, maluśki, maluśki) Todo lo relacionado con las montañas lo llevaba en el corazón. 

Disfrutaban los secretarios de aquellas veladas de villancicos? O se llegaban a cansar del canto?

No, no nos cansábamos. Todo lo contrario, era fuente de alegría para nosotros. Además, el Santo Padre tenía el don de contagiar su entusiasmo sobre todo lo que hacía: la buena energía, la humilde oración, cantando O mi pequeño Niño…. 

Se comía en base a 12 platos?

Si siempre. De eso se ocupaban las religiosas. Siempre había sopa de remolacha, ravioles polacos, carpa, ensaladas y por supuesto dulces. Aquellas veladas eran hermosas, excepcionales. Sentarse a la mesa con Juan Pablo II - en la vigilia Navidad de manera especial – sentíamos la presencia de Cristo. Nos acompañaban en la Vigilia amigos del Santo Padre de Cracovia. Con su presencia el Santo Padre se sentía más alegre que de costumbre. Reía más a menudo porque se sentía más en casa, mas en familia.
Recuerda usted la ultima Vigilia de Navidad juntos? Se notaba alguna diferencia con las anteriores? 

 No ninguna. Todo era como siempre. El Santo Padre aun se sentía bastante bien. Había invitados con nosotros, cantamos villancicos y se servían 12 platos. Después la Misa de Medianoche. La basílica de San Pedro se llenaba a tope. No había entradas para todos. La multitud en la Plaza San Pedro podía ver y escuchar en las pantallas gigantes como la voz del Santo Padre, ya avanzado en edad, se iba volviendo más débil. En realidad sus secretarios no podían comprender: de donde emanaba tanta fuerza! Juan Pablo II se preparaba para la Misa de Medianoche en su capilla privada. Rezaba como lo hacía antes de toda Eucaristía. Fortalecido por Dios salía a las multitudes y les hablaba del Cristo recién nacido. Después de la Misa de medianoche simbólicamente colocaba al Niño en el pesebre cerca de la Basílica de San Pedro. Para los católicos y en especial para los polacos, la Navidad es una solemnidad muy emotiva. Viene al mundo el Salvador y trae esperanza y alegría para todos. Tiene significado religioso. Y además existe la tradición que el Santo Padre gustaba tanto: el árbol de Navidad, el pesebre, los villancicos. Todo esto lo llenaba paz interior al igual que a nosotros. El Santo Padre le gustaba celebrar la Vigilia de Navidad en medio de un círculo numeroso, pero la vigilia del Año Nuevo (en San Silvestre) la celebraba solamente en compañía de sus estrechos colaboradores. Así quería el que fuese. El 31 de diciembre a medianoche, solamente los secretarios y las religiosas que se ocupaban del apartamento del papa participaban en la Misa de acción de gracias. A veces también alguien de la Curia, dice el Arzobispo Mokrzycki. Ellos no sabían porque era así y nunca preguntaron. Parecía que Juan pablo II quería vivir los últimos momentos del año que terminaba en silencio y recogimiento. Vivía esta noche de acción de gracias muy intensamente porque tenía mucho para agradecer: por otro año siempre difícil, si bien buen año de su pontificado. Y tenía algo para pedir: fuerza para los próximos 365 días. Nadie sabe porque oraba durante la medianoche del 2005. Aparentemente todo era como de costumbre, al menos así lo veían y sentían sus más estrechos colaboradores. Cuando salía de la capilla el papa expresaba su deseo, tal como lo hacía cada año, que puedan continuar juntos y que todo vaya bien. Ellos esperaban y rezaban apara que así fuera. Después de la Misa el Santo Padre se retiraba a sus habitaciones.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

La solemnidad de la Inmaculada y la redención del mundo

Era el Año de la Redención: 1983 y había sido inaugurado por el Papa Juan Pablo II el 25 de marzo de ese año, solemnidad de laAnunciación del Señor.

 “La solemnidad de la Inmaculada Concepción está totalmente arraigada en el misterio de la redención del mundo – decía el Papa en su homilía el 8 de diciembre - , por esto adquiere una elocuencia particular en este año jubilar que la Iglesia vive como el Año de la Redención.

Dios te salve, llena de gracia..." (Lc 1, 28) 

Saludaba a la Madre en su dia tan particular haciéndonos participes a todos, continuando:

 “Toda la Iglesia pronuncia hoy el saludo del ángel, y lo hace subir desde una particular profundidad de su fe. Esta profundidad se manifiesta en el misterio de la Inmaculada Concepción. "Llena de gracia" quiere decir también "concebida sin pecado original": Inmaculada. Al profesar la verdad de la Inmaculada Concepción de María, nos arraigamos, al mismo tiempo, en la profundidad de la realidad de la redención. Efectivamente, he aquí que la Mujer, el Ser humano elegido para convertirse en Madre del Redentor, goza de modo especial de los frutos de la redención, como preservación del pecado. La redención la abraza con la fuerza salvadora de la gracia santificante desde el primer momento de la concepción. Ella es, pues, la primera entre los redimidos, a fin de que pueda responder dignamente a la vocación de ser Madre del que redimió a todos los hombres.” 

Se acercaba el fin del segundo milenio después de Cristo y el Papa aclaraba: “muchos manifiestan el deseo de que se venere con un júbilo especial el nacimiento de la Madre del Señor. No sabemos exactamente cuántos años hayan precedido el nacimiento de la Madre al del Hijo. Por tanto, nos limitamos a relacionar el presente Jubileo del Año de la Redención, de manera especial, con María, con su venida al mundo y con su vocación a ser la Madre del Redentor. Y así ponemos de relieve el carácter de adviento de este Año Jubilar de la Redención. El Adviento es, de modo especial, el tiempo de María. Efectivamente, por medio de María, el Hijo de Dios entró en la espera de toda la humanidad. En Ella está pues, de algún modo, el ápice y la síntesis del Adviento. La solemnidad de la Inmaculada Concepción, que celebramos litúrgicamente en el período de Adviento, da testimonio de ello de manera muy elocuente.” 

 Y aunque el 8 de septiembre de cada año, la Iglesia venere, con una fiesta especial, el nacimiento de María, sin embargo, la solemnidad de hoy, al comienzo del Adviento, nos introduce aún más profundamente en el sagrado misterio de su nacimiento. Antes de venir al mundo, fue concebida en el seno de su madre y en ese momento nació de Dios mismo que realizó el misterio de la Inmaculada Concepción: Llena de gracia. 

Y por esto repetimos hoy con el Apóstol de las Gentes: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la Persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales" (Ef 1, 3). Y Ella, María, fue bendecida de manera totalmente particular: única e irrepetible. Efectivamente, en Él, en Cristo, Dios la eligió antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia (cf. Ef 1, 4) 

Sí. El Padre Eterno eligió a María en Cristo; la eligió antes para Cristo. La hizo santa, más aún, santísima. Y el primer fruto de esta elección y vocación divina fue la Inmaculada Concepción. 
Este es su “origen” en el pensamiento eterno de Dios en el Verto Eterno: y éste es, a la vez, su origen ne la tierra. Su nacimiento. El nacimiento en el esplendor de la Inmaculada Concepción. 

 Y precisamente por este nacimiento de María en el resplandor de la Inmaculada Concepción, adoramos hoy a la Santísima Trinidad: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La adoramos y expresamos nuestra gratitud: Gratias agamus Domino Deo nostro5. El Año de la Redención, pues, nos permite meditar y vivir de modo especial sobre lo que escribe también el Apóstol; 
Nos ha destinado en la Persona de Cristo ―por pura iniciativa suya― a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1, 5-6) 

 Ella, María, en cuanto Inmaculada Concepción, lleva en sí, más que cualquier otro entre los hombres, el misterio de los eternos designios divinos, con los que el hombre ha sido abrazado en el Hijo querido de Dios

 ― el destino a la gracia y a la santidad de la filiación divina 

― el destino a la gloria en el Dios de majestad infinita.

 Y por esto, Ella, María, nos precede a todos en el gran cortejo de fe, de esperanza y de caridad. Efectivamente, como ha dicho bien el Concilio Vaticano II, "en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, la Santísima Virgen precedió, presentándose de forma eminente y singular como modelo, tanto de la virgen como de la madre" (Lumen gentium, 63). Ella ilumina al Pueblo de Dios con la luz divina, que refleja más plenamente la luz del Verbo Eterno. "La Madre de Jesús ―lo pone de relieve también el Concilio― precede en la tierra con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo" (Lumen gentium 68) Cuando comenzó a brillar esta luz, por medio de María, en el horizonte de la historia de la humanidad ―cuando, con el nacimiento de María, apareció en el mundo la que era la Inmaculada Concepción― entonces comenzó, en la historia de la salvación, la aurora del Adviento del Hijo de Dios. Y entonces la obra de la redención adquirió su forma designada eternamente.” 

 (de la Homilía del Beato Juan Pablo II en la solemne celebración eucarística en honor de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria 8 de diciembre de 1983)

sábado, 4 de diciembre de 2021

Juan Pablo II : ¿Qué significa el Adviento? (2 de 2)


“El Adviento, en cuanto tiempo litúrgico del año eclesial, nos remonta a los comienzos de la Revelación. Y precisamente en los comienzos nos encontramos enseguida con la vinculación fundamental de estas dos realidades: Dios y el hombre. 

Tomando el primer libro de la Sagrada Escritura, el Génesis, se comienza leyendo estas palabras: “Beresit bara: Al principio creó...”. Sigue luego el nombre de Dios que en este texto bíblico suena “Elohim”. Al principio creó, y el que creó es Dios. Estas tres palabras constituyen como el umbral de la Revelación. Al principio del libro del Génesis, no sólo con el nombre de “Elohim” se define a Dios; otros pasajes de este libro utilizan también el nombre de “Yavé”. Habla de Él aún más claramente el verbo “creó”. En efecto, este verbo revela a Dios, quién es Dios. Expresa su sustancia, no tanto en sí misma cuanto en relación con el mundo, o sea, con el conjunto de las criaturas sujetas a la ley del tiempo y del espacio. El complemento circunstancial “al principio”, señala a Dios como Aquel que existe antes de este principio, Aquel que no está limitado ni por el tiempo ni por el espacio, y que “crea”, es decir, que “da comienzo” a todo lo que no es Dios, lo que constituye el mundo visible e invisible (según el Génesis, el cielo y la tierra). En este contexto el verbo “creó” dice acerca de Dios, en primer lugar, que Él existe, que es, que Él es la plenitud del ser, que tal plenitud se manifiesta como Omnipotencia, y que esta Omnipotencia es a un tiempo Sabiduría y Amor. Esto es lo que nos dice de Dios la primera frase de la Sagrada Escritura. De este modo se forma en nuestro entendimiento el concepto de “Dios”, si nos queremos referir a los comienzos de la Revelación. Sería significativo examinar la relación en que está el concepto “Dios”, tal y como lo encontramos en los comienzos de la Revelación, con el que encontramos en la base del pensar humano (incluso en el caso de la negación de Dios, es decir, del ateísmo)…” 

Si queremos hacer constar que en los comienzos de la Revelación —en el mismo libro del Génesis—, y ya en el primer capítulo, encontramos la verdad fundamental acerca del hombre que Dios (Elohim) crea a su “imagen y semejanza”. Leemos en él: “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén 1, 26), y a continuación: “Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra” (Gén 1, 27)… hoy debemos señalar esta relación particular entre Dios y su imagen, que es el hombre. Esta relación ilumina las bases mismas del cristianismo. Nos permite además dar una respuesta fundamental a dos preguntas: primera, ¿qué significa el Adviento?; y segunda, ¿por qué precisamente el Adviento forma parte de la sustancia misma del cristianismo?...La realidad del Adviento está llena de la más profunda verdad sobre Dios y sobre el hombre.” 

(Juan Pablo II Audiencia General 29 de noviembre de 1978)

Juan Pablo II : ¿Qué significa el Adviento? (1 de 2)

 


“Estamos ya  habituados al término “adviento”, sabemos qué significa: pero precisamente por el hecho de estar tan familiarizados con él, quizá no llegamos a captar toda la riqueza que encierra dicho concepto.

Adviento quiere decir “venida”. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién es el que viene?, y ¿para qué viene?

Enseguida encontramos la respuesta a esta pregunta. Hasta los niños saben que es Jesús quien viene para ellos y para todos los hombres. Viene una noche en Belén, nace en una gruta, que se utilizaba como establo para el ganado.

Esto lo saben los niños, lo saben también los hombres que participan de la alegría de los niños y parece que se hacen niños ellos también la noche de Navidad. Sin embargo, muchos son los interrogantes que se plantean. El hombre tiene el derecho e incluso el deber de preguntar para saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad, aunque participen de su alegría.

Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo.

La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos perder nunca de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este vínculo íntimo, hasta el punto de que una realidad parece explicar la otra, es la nota característica del cristianismo. La primera realidad se llama “Dios”, y la segunda “el hombre”. El cristianismo brota de una relación particular entre Dios y el hombre. En los últimos tiempos — en especial durante el Concilio Vaticano II— se discutía mucho sobre si dicha relación es teocéntrica o antropocéntrica. Si seguimos considerando por separado los dos términos de la cuestión, jamás se obtendrá una respuesta satisfactoria a esta pregunta. De hecho el cristianismo es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo singular.

Pero es cabalmente el misterio de la Encarnación el que explica por sí mismo esta relación. Y justamente por esto el cristianismo no es sólo una “religión de adviento”, sino el Adviento mismo. El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta realidad palpita y late constantemente. Esta es sencillamente la vida misma del cristianismo. Se trata de una realidad profunda y sencilla a un tiempo, que resulta cercana a la comprensión y sensibilidad de todos los hombres y, sobre todo, de quien sabe hacerse niño con ocasión de la noche de Navidad. No en vano dijo Jesús una vez: “Si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3).

Para comprender hasta el fondo esta doble realidad de la que late y palpita el cristianismo, hay que remontarse hasta los comienzos mismos de la Revelación o, mejor, hasta los comienzos casi del pensamiento humano.

 

En los comienzos del pensar humano pueden darse concepciones diferentes; el pensar de cada individuo tiene la propia historia en su vida ya desde la infancia. Sin embargo, hablando del “comienzo” no nos proponemos tratar propiamente de la historia del pensamiento. En cambio, queremos hacer constancia de que en las bases mismas del pensar, en sus fuentes, se encuentran el concepto de “Dios” y el concepto de “hombre”. A veces están recubiertos del estrato de muchos otros conceptos distintos (sobre todo en la actual civilización, de “cosificación materialista” e incluso “tecnocrática”); pero ello no significa que aquellos conceptos no existen o no están en la base de nuestro pensar. Incluso el sistema ateo más elaborado sólo tiene sentido en el caso de que se presuponga que conoce el significado de la idea “Theos”, Dios. A este propósito la Constitución Pastoral del Vaticano II nos enseña con razón que muchas formas de ateísmo se derivan de que falta la relación adecuada con este concepto de Dios. Por ello, dichas formas son o, al menos pueden serlo, negaciones de algo o, más bien, de Algún otro que no corresponde al Dios verdadero.”

 

(Juan Pablo II Audiencia General   29 de noviembre de 1978)