“La solemnidad de la Inmaculada Concepción está totalmente arraigada en el misterio de la redención del mundo – decía el Papa en su homilía el 8 de diciembre - , por esto adquiere una elocuencia particular en este año jubilar que la Iglesia vive como el Año de la Redención.
Dios te salve, llena de gracia..." (Lc 1, 28)
Saludaba a la Madre en su dia tan particular haciéndonos participes a todos, continuando:
“Toda la Iglesia pronuncia hoy el saludo del ángel, y lo hace subir desde una particular profundidad de su fe. Esta profundidad se manifiesta en el misterio de la Inmaculada Concepción. "Llena de gracia" quiere decir también "concebida sin pecado original": Inmaculada. Al profesar la verdad de la Inmaculada Concepción de María, nos arraigamos, al mismo tiempo, en la profundidad de la realidad de la redención. Efectivamente, he aquí que la Mujer, el Ser humano elegido para convertirse en Madre del Redentor, goza de modo especial de los frutos de la redención, como preservación del pecado. La redención la abraza con la fuerza salvadora de la gracia santificante desde el primer momento de la concepción. Ella es, pues, la primera entre los redimidos, a fin de que pueda responder dignamente a la vocación de ser Madre del que redimió a todos los hombres.”
Se acercaba el fin del segundo milenio después de Cristo y el Papa aclaraba:
“muchos manifiestan el deseo de que se venere con un júbilo especial el nacimiento de la Madre del Señor. No sabemos exactamente cuántos años hayan precedido el nacimiento de la Madre al del Hijo. Por tanto, nos limitamos a relacionar el presente Jubileo del Año de la Redención, de manera especial, con María, con su venida al mundo y con su vocación a ser la Madre del Redentor. Y así ponemos de relieve el carácter de adviento de este Año Jubilar de la Redención. El Adviento es, de modo especial, el tiempo de María. Efectivamente, por medio de María, el Hijo de Dios entró en la espera de toda la humanidad. En Ella está pues, de algún modo, el ápice y la síntesis del Adviento. La solemnidad de la Inmaculada Concepción, que celebramos litúrgicamente en el período de Adviento, da testimonio de ello de manera muy elocuente.”
Y aunque el 8 de septiembre de cada año, la Iglesia venere, con una fiesta especial, el nacimiento de María, sin embargo, la solemnidad de hoy, al comienzo del Adviento, nos introduce aún más profundamente en el sagrado misterio de su nacimiento. Antes de venir al mundo, fue concebida en el seno de su madre y en ese momento nació de Dios mismo que realizó el misterio de la Inmaculada Concepción: Llena de gracia.
Y por esto repetimos hoy con el Apóstol de las Gentes: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la Persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales" (Ef 1, 3). Y Ella, María, fue bendecida de manera totalmente particular: única e irrepetible. Efectivamente, en Él, en Cristo, Dios la eligió antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia (cf. Ef 1, 4)
Sí. El Padre Eterno eligió a María en Cristo; la eligió antes para Cristo. La hizo santa, más aún, santísima. Y el primer fruto de esta elección y vocación divina fue la Inmaculada Concepción.
Este es su “origen” en el pensamiento eterno de Dios en el Verto Eterno: y éste es, a la vez, su origen ne la tierra. Su nacimiento. El nacimiento en el esplendor de la Inmaculada Concepción.
Y precisamente por este nacimiento de María en el resplandor de la Inmaculada Concepción, adoramos hoy a la Santísima Trinidad: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La adoramos y expresamos nuestra gratitud: Gratias agamus Domino Deo nostro5. El Año de la Redención, pues, nos permite meditar y vivir de modo especial sobre lo que escribe también el Apóstol;
Nos ha destinado en la Persona de Cristo ―por pura iniciativa suya― a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1, 5-6)
Ella, María, en cuanto Inmaculada Concepción, lleva en sí, más que cualquier otro entre los hombres, el misterio de los eternos designios divinos, con los que el hombre ha sido abrazado en el Hijo querido de Dios
― el destino a la gracia y a la santidad de la filiación divina
― el destino a la gloria en el Dios de majestad infinita.
Y por esto, Ella, María, nos precede a todos en el gran cortejo de fe, de esperanza y de caridad. Efectivamente, como ha dicho bien el Concilio Vaticano II, "en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, la Santísima Virgen precedió, presentándose de forma eminente y singular como modelo, tanto de la virgen como de la madre" (Lumen gentium, 63). Ella ilumina al Pueblo de Dios con la luz divina, que refleja más plenamente la luz del Verbo Eterno. "La Madre de Jesús ―lo pone de relieve también el Concilio― precede en la tierra con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo" (Lumen gentium 68)
Cuando comenzó a brillar esta luz, por medio de María, en el horizonte de la historia de la humanidad ―cuando, con el nacimiento de María, apareció en el mundo la que era la Inmaculada Concepción― entonces comenzó, en la historia de la salvación, la aurora del Adviento del Hijo de Dios. Y entonces la obra de la redención adquirió su forma designada eternamente.”
(de la Homilía del Beato Juan Pablo II en la solemne celebración eucarística en honor de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria 8 de diciembre de 1983)
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