El camino hacia el Padre implica
también el redescubrimiento del sacramento de la penitencia en su significado
profundo de encuentro con él, que perdona mediante Cristo en el espíritu
(cf. Tertio millennio adveniente, 50).
Son varios los motivos por los que urge en la
Iglesia una reflexión seria sobre este sacramento. Lo exige, ante todo, el
anuncio del amor del Padre, como fundamento del vivir y el obrar cristiano, en
el marco de la sociedad actual, donde a menudo se halla ofuscada la visión
ética de la existencia humana. Si muchos han perdido la dimensión del bien y
del mal, es porque han perdido el sentido de Dios, interpretando la culpa
solamente según perspectivas psicológicas o sociológicas. En segundo lugar, la
pastoral debe dar nuevo impulso a un itinerario de crecimiento en la fe que
subraye el valor del espíritu y de la práctica penitencial en todo el arco de
la vida cristiana.
(…)
En el sacramento de la
reconciliación se realizan y hacen visibles mistéricamente esos valores
fundamentales anunciados por la palabra de Dios. Ese sacramento vuelve a
insertar al hombre en el marco salvífico de la alianza y lo abre de nuevo a la
vida trinitaria, que es diálogo de gracia, comunicación de amor, don y acogida
del Espíritu Santo.
Una relectura atenta del Ordo
paenitentiae ayudará mucho a profundizar, con ocasión del jubileo, las
dimensiones esenciales de este sacramento. La madurez de la vida eclesial
depende, en gran parte, de su redescubrimiento. En efecto, el sacramento de la
reconciliación no se limita al momento litúrgico-celebrativo, sino que lleva a
vivir la actitud penitencial como dimensión permanente de la experiencia
cristiana. Es «un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro de la
propia verdad interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación en
lo más profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría
perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro
tiempo ha dejado de gustar» (Reconciliatio et paenitentia, 31, III).
Para los contenidos doctrinales de este
sacramento remito a la exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia (cf. nn.
28-34) y al Catecismo de la Iglesia católica (cf.
nn. 1420-1484), así como a las demás intervenciones del Magisterio eclesial.
(…)
En particular, deseo
recordar a los pastores que sólo es buen confesor el que es auténtico
penitente. Los sacerdotes saben que son depositarios de un poder que viene de
lo alto: en efecto, el perdón que transmiten «es el signo eficaz de la
intervención del Padre» (Reconciliatio et paenitentia, 31, III),
que hace resucitar de la muerte espiritual. Por eso, viviendo con humildad y
sencillez evangélica una dimensión tan esencial de su ministerio, los
confesores no deben descuidar su propio perfeccionamiento y actualización, a
fin de que no les falten nunca las cualidades humanas y espirituales, tan
necesarias para la relación con las conciencias.
Pero, juntamente con los pastores, toda la
comunidad cristiana debe participar en la renovación pastoral del sacramento de
la reconciliación. Lo exige la «eclesialidad» propia del sacramento. La
comunidad eclesial es el seno que acoge al pecador arrepentido y perdonado y,
antes aún, crea el ambiente adecuado para un camino de vuelta al Padre. En una
comunidad reconciliada y reconciliadora los pecadores pueden volver a encontrar
la senda perdida y la ayuda de los hermanos. Y, por último, a través de la
comunidad cristiana se puede trazar nuevamente un sólido camino de caridad que,
mediante las buenas obras, haga visible el perdón recuperado, el mal reparado y
la esperanza de poder encontrar de nuevo los brazos misericordiosos del Padre.
(de la Audiencia Generalde Juan Pablo II 15 de septiembre de 1999)
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