La conversión está orientada a la práctica del mandamiento del amor.. es particularmente oportuno poner de relieve la virtud teologal de la caridad, según la indicación de la carta apostólica Tertio millennio adveniente (cf. n. 50).
El apóstol san Juan
recomienda: «Queridos hermanos: amémonos unos a otros, ya que el amor es de
Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha
conocido a Dios, porque Dios es Amor» (1 Jn 4, 7-8).
Estas palabras sublimes,
al tiempo que nos revelan la esencia misma de Dios como misterio de caridad infinita,
ponen también las bases en que se apoya la ética cristiana, concentrada
totalmente en el mandato del amor. El hombre está llamado a amar a Dios con una
entrega total y a tratar a sus hermanos con una actitud de amor inspirado en el
amor mismo de Dios. Convertirse significa convertirse al amor.
(…)
El Dios que ama es un
Dios que no permanece alejado, sino que interviene en la historia….. Es un amor
que asume rasgos de una inmensa ternura (cf. Os 11, 8
ss; Jr 31, 20); normalmente utiliza la imagen paterna, pero a
veces se expresa también con la metáfora nupcial: «Yo te desposaré conmigo para
siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión»
(Os 2, 21; cf. 18-25).
(…)
El amor nos hace entrar
plenamente en la vida filial de Jesús, convirtiéndonos en hijos en el Hijo:
«Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo
somos. El mundo no nos conoce porque no le conoció a él» (1 Jn 3,
1). El amor transforma la vida e ilumina también nuestro conocimiento de Dios,
hasta alcanzar el conocimiento perfecto del que habla san Pablo: «Ahora conozco
de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido» (1 Co 13,
12).
Es preciso subrayar la
relación que existe entre conocimiento y amor. La conversión íntima que el
cristianismo propone es una auténtica experiencia de Dios, en el sentido
indicado por Jesús, durante la última cena, en la oración sacerdotal: «Esta es
la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has
enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). Ciertamente, el conocimiento de
Dios tiene también una dimensión de orden intelectual (cf. Rm 1,
19-20). Pero la experiencia viva del Padre y del Hijo se realiza en el amor, es
decir, en último término, en el Espíritu Santo, puesto que «el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado» (Rm 5, 5). …El corazón nuevo, que ama y conoce, late en sintonía
con Dios, que ama con un amor perenne.
(de laAudiencia de Juan Pablo II 6 de octubre de 1999)
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