“Después
de la noche trágica del Viernes Santo, cuando el “poder de las tinieblas” (cf.
Lc 22, 53) parecía prevalecer sobre Aquel que es “la luz del mundo” (Jn 8, 12),
después del gran silencio del Sábado Santo, en el cual Cristo, cumplida su
misión en la tierra, encontró reposo en el misterio del Padre y llevó su
mensaje de vida a los abismos de la muerte, ha llegado finalmente la noche que
precede el “tercer día”, en el que, según las Escrituras, el Señor habría de
resucitar, como Él mismo había preanunciado varias veces a sus discípulos.
¡Oh
María!, esta es por excelencia tu noche. Mientras se apagan las últimas luces
del sábado y el fruto de tu vientre reposa en la tierra, tu corazón también
vela. Tu fe y tu esperanza miran hacia delante. Vislumbran ya detrás de la
pesada losa la tumba vacía; más allá del velo denso de las tinieblas, atisban
el alba de la resurrección.
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