(El cardenal Stanislaw Dziwisz en la Conferencia inaugural
a su lado el Dr. Bogdan Piotrowski, director del Congreso y quien tradujo las palabras inaugurales que el Cardenal Dziwisz dirigio en idioma polaco a sus conciudadanos)
Congreso Internacional: Legado de Juan Pablo II el Magno
Conferencia inaugural del cardenal Stanislaw Dziwisz
Bogotá, 19 de febrero de 2010
"El aporte de Juan Pablo II en los cambios políticos y sociales del mundo"
Eminencias,
Excelencias
Magnificencias,
ilustrísimos participantes del Congreso
Antes que nada, quisiera agradecerles de todo corazón por la oportunidad de estar aquí, en el Congreso dedicado a la persona y a la labor de Su Santidad Juan Pablo II. Siento una gratitud especial por la memoria y la atención que se dedica a un hombre al que durante veintisiete años llamamos el Pedro de nuestros tiempos. Era Pastor de la Iglesia Universal. Era una autoridad moral incuestionable, no sólo para los católicos. Era un guía genuino por los caminos de la fe, de la esperanza y del amor. Han pasado ya cinco años desde que Juan Pablo II se marchó a la casa del Señora aquel memorable dos de abril de 2005. Es asombroso que su memoria siga tan viva. Para millones de cristianos del mundo entero, Juan Pablo II continua siendo maestro de la fe y compañero del camino.Personalmente creo que permanecer al lado de Karol Wojtyla, cuando era aún cardenal, y después en la época del pontificado, trabajando con él durante treintinueve años, fue el hecho más significativo de mi vida. Todo empezó un día de 1966, cuando Karol Wojtyla me pidió que fuese su secretario. Yo tenía entonces veintisiete años. Nunca hubiese supuesto que en las décadas siguientes, día tras día, sería testigo de la vida, del trabajo, de la oración y la santidad de un hombre que se convertiría en uno de los líderes espirituales del mundo contemporáneo.
2. He de hablar de la contribución de Juan Pablo II en las transformaciones políticas y sociales en el mundo. Una transformación puede ser promovida por un líder, o sea una persona que dispone, en primer lugar, de una adecuada experiencia, en segundo lugar, que tiene una visión clara de los objetivos, en tercer lugar, que sepa presentarla, convencer a los demás y motivarlos para la acción. Karol Wojtyla, Juan Pablo II era un líder de esa clase.Tenía una experiencia amplísima. Había conocido desde cerca el rostro de los sistemas totalitarios. Durante los seis años de la segunda guerra mundial fue testigo de la demente ideología del nacionalsocialismo, que en las tierras polacas, y también fuera de ellas, abocó a un mar de sangre y lágrimas derramadas. El campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, situado en la archidiócesis de Cracovia, en las cercanías del lugar de nacimiento del futuro Papa, fue su ominoso símbolo. Durante los sombríos años de la guerra, el joven Karol Wojtyla trabajó físicamente, conociendo la amargura del duro trabajo. En aquella época maduró en él la decisión de servir a Dios escogiendo el camino del sacerdocio. Como joven sacerdote, después obispo y cardenal, conoció la verdadera cara del comunismo, inspirado en el marxismo y leninismo. El comunismo no fue la libre elección de los polacos. Había sido impuesto por el Ejército Rojo que, liberando el país de la ocupación nazi, a la vez lo sometió al dominio y a las influencias de la Unión Soviética. Como saben, la ideología comunista germinó sobre el suelo de la oposición contra el salvaje capitalismo del XIX (diecinueve). Prometía justicia. Pero a la vez introducía antagonismos en la sociedad, construyendo sobre el concepto de la lucha de clases. Exaltando la colectividad, pisoteaba los derechos básicos de las personas, incluyendo el derecho de libertad. De esta manera, la cura resultaba peor que la enfermedad. En la Polonia comunista, la Iglesia era la única institución que ofreció resistencia a la dictadura. A pesar de lo que rezaba uno de los lemas oficiales, no era la dictadura del proletariado. Era una dictadura opresora de las personas y de la nación. En esas circunstancias la Iglesia se convirtió en un espacio de libertades incluso para los no creyentes.
3. Provisto de esa experiencia, Juan Pablo II ascendió al Trono de San Pedro el 16 de octubre de 1978 (dieciséis de octubre de mil novecientos setenta y ocho). Su pontificado comenzó en un mundo dividido en dos bloques: el Occidente y el Este. En ese mundo reinaba la tensión, la incertidumbre en cuanto a la suerte de la humanidad, puesto que los bloques enfrentados disponían de un arsenal de armas mortíferas, capaces de aniquilar el planeta. En ese mundo, se suponía que el así llamado equilibrio de fuerzas era garante de la paz. El Muro de Berlín simbolizaba la división y la desconfianza mutuas.Asimismo, existía la división entre el opulento Norte y el indigente Sur. No cesaba el clamor por el pan, por el acceso a bienes injustamente distribuidos, por las condiciones de vida dignas. Dicha situación ocasionaba también tensiones en el interior de la Iglesia que, como comunidad del Señor crucificado y resucitado, debía tomar parte de los necesitados. Debía levarles esperanza. Uno de los intentos de respuesta a esa situación de evidente injusticia fue la teología de la liberación. Quiero añadir que Juan Pablo II no estaba en contra de esa teología viva, deseosa de encontrar soluciones a los problemas más encarnados de la humanidad. Al contrario, firmemente abogaba por los pobres, puesto que son ellos los amigos de Jesús. Sin embargo Juan Pablo II, conociendo por dentro la ideología marxista, no podía aceptar que ésta se convirtieses en una fuente de inspiración para la reflexión teológica sobre la condición del mundo contemporáneo y sobre las posibilidades de solución de sus problemas básicos. Repito: el Papa sabía que la cura ofrecida por esa ideología era peor que las enfermedades que acosaban el mundo.
4. ¿Cuál era pues la visión que definió el inicio del pontificado de Juan Pablo II? Era la visión del mundo y de las personas acosadas por el miedo, pero en busca de las razones de vida y de esperanza. Fuentes de vida y de esperanza el Papa las buscó en el Cristo. Recordemos un fragmento clásico de la homilía inaugural del pontificado, que ha resultado profética y que nos acompaña desde hace más de treinta años: „¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce! Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, —os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza— permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo El tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!” (22 X 1978, n. 5).¿Acaso es posible quedar indiferente frente a esas palabras, frente a una exhortación tan ardiente? Juan Pablo II hablaba a la mente y al corazón de las personas, es por lo que sus palabras eran recibidas con entusiasmo por la gente deseosa de la verdad y del sentido. Quería servir a la santa causa de la humanidad en su afán de sobrepasar las fronteras de lo terrenal. Por eso en el centro de su predicación estuvo siempre Jesucristo, "el mismo ayer y hoy, y siempre" (Hbr 13, 8). Por eso su primera encíclica estuvo dedicada al Redentor y a las importantes cuestiones de la humanidad en relación al Cristo. Escribió: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor (...) revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es – si se puede expresar así – la dimensión humana del misterio de la Redención. (...) El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo – no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes – debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser” (Redemptor hominis, 10).
5. El Papa no era revolucionario. No era político. Tenía ambiciones mucho más amplias. Su enseñanza y su actividad tenían una dimensión religiosa. Quería conducir a las personas hacia Dios y lo hacía. Por eso predicaba un evangelio de la verdad y de la libertad. Predicaba la Buena Nueva sobre la dignidad de la persona, creada a la imagen y semejanza de Dios, por tanto libre y llamada a la vida en amor. Por supuesto hablar de la libertad de la persona tenía su dimensión política, ya que era peligroso para las dictaduras que sometían a los ciudadanos, privándolos de su soberanía y del derecho de decidir sobre su vida.Una de las características de su oficio sacerdotal eran los viajes apostólicos. Juan Pablo II sabía que era necesario llegar directamente a las Iglesias locales. Llegar directamente a las personas, allí donde viven, trabajan, donde padecen y guardan esperanza. Normalmente la preparación de cada viaje consumía bastante tiempo y una enorme cantidad de energía, pero los esfuerzos eran compensados por la reafirmación de la fe de naciones enteras, la restitución de la esperanza, y en perspectiva más larga, también cambios políticos y sociales. Como saben, en el primer viaje apostólico Juan Pablo II se dirigió a México. Después en repetidas ocasiones visitó la América Latina. Eso le ayudó a conocer de cerca los problemas de esta parte del globo. El segundo viaje lo llevó a su Patria, en junio del 1979 (mil novecientos setenta y nueve). Junto a la elección para la dignidad papal de un cardenal de un país comunista, ese viaje resultó crucial para la historia de Polonia. El pueblo recobró la conciencia de su dignidad y de sus derechos. Un año más tarde nacía la Solidaridad. Ese poderoso movimiento social y su impulso hacia la libertad creció de la enseñanza y de la labor de Juan Pablo II. En lugar de la lucha de clases, promovía la solidaridad. Solía decir: "Jamás los unos contra los otros. Siempre los unos con los otros". Al cabo de diez años Polonia recuperó la libertad y su transformación indudablemente ayudó a otros países de la Europa Central y del Este para sacudir el yugo de la dictadura comunista.
6. Juan Pablo II dedicó mucha atención a los problemas sociales. Les dedicó tres encíclicas: Laborem exercens (1981), Sollicitudo rei socialis (1987) y Centessimus annus (1991). En la última escribió: Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna. De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres, la cual nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos. Se trata, en efecto, de una opción que no vale solamente para la pobreza material, pues es sabido que, especialmente en la sociedad moderna, se hallan muchas formas de pobreza no sólo económica, sino también cultural y religiosa. El amor de la Iglesia por los pobres, que es determinante y pertenece a su constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas. En los países occidentales existe la pobreza múltiple de los grupos marginados, de los ancianos y enfermos, de las víctimas del consumismo y, más aún, la de tantos prófugos y emigrados; en los países en vías de desarrollo se perfilan en el horizonte crisis dramáticas si no se toman a tiempo medidas coordinadas internacionalmente. El amor por el hombre y, en primer lugar, por el pobre, en el que la Iglesia ve a Cristo, se concreta en la promoción de la justicia” (nn. 57-58).Al tratar los problemas sociales y políticos del mundo contemporáneo, Juan Pablo II prestaba atención tanto a las cuestiones fundamentales, como a los retos nuevos. En la encíclica Veritatis splendor advertía: Después de la caída, en muchos países, de las ideologías que condicionaban la política a una concepción totalitaria del mundo —la primera entre ellas el marxismo—, existe hoy un riesgo no menos grave debido a la negación de los derechos fundamentales de la persona humana y a la absorción en la política de la misma inquietud religiosa que habita en el corazón de todo ser humano: es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto, si no existe una verdad última – que guíe y oriente la acción política –, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (n. 101).
7. Antes de terminar, me gustaría detenerme por un momento sobre una cuestión: ¿Cuál es el secreto de la influencia de Juan Pablo II en la Iglesia contemporánea, e incluso fuera de sus límites? A medida que nos alejamos del día de su muerte y del final de su oficio, en nuestra conciencia se refuerza cada vez más el convencimiento de su santidad. Era ése un hombre de Dios. Vivía con Dios y para Dios. Sin duda alguna era un místico sumergido en el Misterio. Desde la época más temprana tenía la costumbre de escribir sus textos más importantes en la capilla. La oración, la reflexión y el trabajo intelectual constituían un todo. Vivía con Dios, y Dios lo conducía hacia la personas. Era capaz de ocuparse por igual de todo tipo de asuntos, grandes o pequeños, que conllevaba su oficio. Le gustaba permanecer a solas con Dios, pero con igual entusiasmo se acercaba a la gente, tanto en Roma, como atravesando el mundo en sus viajes. Era un verdadero apóstol, enviado por Jesucristo al mundo contemporáneo. Podríamos decir que su misticismo era un misticismo de oficio. Un misticismo del servicio a las personas y a la Iglesia. Una persona santa tiene credibilidad. Una persona santa se convierte en la sal de la tierra. Se convierte en una luz que alumbra los caminos de la gente a la que acompaña. Así era el Siervo de Dios Juan Pablo II. Por eso le escuchábamos y seguimos atentos a sus palabras. Sin duda contribuyó al cambio político y social en nuestro planeta. Ahora sigue formando nuestra conciencia, aunque de otro modo. Retomamos el patrimonio de su pensamiento y de sus acciones, de su santidad y oficio. Nuestro Congreso Internacional Legado de Juan Pablo II el Magno surge de esa voluntad y sirve a ese propósito. Una vez más doy las gracias a los organizadores y participantes del Congreso. Les agradezco que la memoria de Juan Pablo II permanezca en sus corazones. Estoy convencido de que él mismo comparte mi gratitud y bendice al pueblo colombiano y a toda la América Latina.
¡Muchas gracias!
Stanislaw Cardenal Dziwisz
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Me he tomado la libertad de copiar el texto completo de las palabras del cardenal Dziwisz, directamente desde la pagina oficial de la Arquidiocesis de Cracovia
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