Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 15 de octubre de 2024

Mysterium iniquitatis (12 de 13) Las lápidas de Auschwitz

 


A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia"
(
Homilía del 7 de junio de 1979) 

En lo que fuera uno de sus últimos Mensajes, el 15 de enero de 2005,  con ocasión del 60 aniversario de la liberación de los prisioneros de Auschwitz recordaba Juan Pablo II: 

Se cumplen sesenta años de la liberación de los prisioneros del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. En esta circunstancia, no es posible sino volver con la memoria al drama que tuvo lugar allí, fruto trágico de un odio programado. Durante estos días es preciso recordar a los varios millones de personas que sin ninguna culpa soportaron sufrimientos inhumanos y fueron aniquiladas en las cámaras de gas y en los crematorios. Me inclino ante todos los que experimentaron aquella manifestación del mysterium iniquitatis.

 Cuando, ya siendo Papa, visité como peregrino el campo de Auschwitz-Birkenau en el año 1979, me detuve ante las lápidas dedicadas a las víctimas. Había inscripciones en varias lenguas:  polaca, inglesa, búlgara, gitana, checa, danesa, francesa, griega, hebrea, yiddish, española, flamenca, serbo-croata, alemana, noruega, rusa, rumana, húngara e italiana. En todas estas lenguas estaba escrito el recuerdo de las víctimas de Auschwitz, de personas concretas, aunque a menudo totalmente desconocidas: hombres, mujeres y niños. Me detuve entonces un buen rato junto a la lápida con la inscripción en hebreo. Dije:  "Esta inscripción suscita el recuerdo del pueblo, cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total. Este pueblo tiene su origen en Abraham, que es también padre de nuestra fe (cf. Rm 4, 11-12), como dijo Pablo de Tarso. Precisamente este pueblo, que recibió de Dios el mandamiento de "no matar", ha experimentado en sí mismo, en medida particular, lo que significa matar. A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia" (Homilía del 7 de junio de 1979, n. 2:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de junio de 1979, p. 13).

Hoy repito esas palabras. Ante la tragedia de la Shoah a nadie le es lícito pasar de largo.  Aquel intento de destruir de modo programado a todo un pueblo se extiende como una sombra sobre Europa y sobre el mundo entero; es un crimen que mancha para siempre la historia de la humanidad…Ante la tragedia de la Shoah a nadie le es lícito pasar de largo.. Que esto sirva, al menos hoy y en el futuro, como una advertencia: no se debe ceder ante las ideologías que justifican la posibilidad de pisotear la dignidad humana a causa de la diversidad de raza, de color de la piel, de lengua o de religión. Dirijo este llamamiento a todos y, particularmente, a los que en nombre de la religión recurren al atropello y al terrorismo.

 


[…]

Recuerdo que en 1979 reflexioné intensamente también delante de otras dos lápidas, escritas en ruso y en la lengua gitana. La historia de la participación de la Unión Soviética en aquella guerra fue compleja, pero no se puede por menos de recordar que durante la misma ningún pueblo sufrió tantas pérdidas humanas como el ruso. También los gitanos, en la intención de Hitler, estaban destinados al exterminio total. No se puede subestimar el sacrificio de la vida impuesto a estos hermanos nuestros en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Por eso, exhorto de nuevo a no pasar con indiferencia ante esas lápidas.

Por último, me detuve ante la lápida escrita en lengua polaca. Dije entonces que la experiencia de Auschwitz constituía una «etapa más de las luchas seculares de esta nación, de mi nación, en defensa de sus derechos fundamentales entre los pueblos de Europa. Un nuevo fuerte grito por el derecho a un puesto propio en el mapa de Europa. Una dolorosa cuenta con la conciencia de la humanidad» (ib.). La afirmación de esta verdad era sólo una invocación de la justicia histórica para esta nación, que había afrontado tantos sacrificios en la liberación del continente europeo de la nefasta ideología nazi, y que había sido vendida como esclava a otra ideología destructiva: el comunismo soviético.


[…]  Hablando de las víctimas de Auschwitz, no puedo por menos de recordar que, en medio de ese indescriptible cúmulo de mal, hubo también expresiones heroicas de adhesión al bien. Ciertamente, numerosas personas aceptaron con libertad de espíritu someterse al sufrimiento y demostraron amor no sólo a sus compañeros prisioneros, sino también a sus verdugos. Muchos lo hicieron por amor a Dios y al hombre; otros, en nombre de los valores espirituales más elevados. Gracias a su actitud se ha hecho patente una verdad que a menudo aparece en la Biblia:  aunque el hombre es capaz de hacer el mal, a veces un mal enorme, el mal no tendrá la última palabra. Incluso en el abismo del sufrimiento puede triunfar el amor. El testimonio de este amor, dado en Auschwitz, no puede caer en el olvido. Debe despertar incesantemente las conciencias, extinguir los conflictos y exhortar a la paz.

 

 

 

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