Karol
Wojtyła pasó 40 años de su vida en Cracovia. Por las calles de la ciudad
caminaba de estudiante y de seminarista, de sacerdote, profesor, obispo y
cardenal. Observaba el río Vístula, se detenía a escuchar el Heynal (son de la
trompeta que se oye cada hora) de la Torre de la Basílica de Nuestra Señora,
rezaba ante las tumbas de reyes y de poetas polacos.
Corría el año 1938 cuando comenzó a estudiar literatura en la Universidad Jagelloniana.
Después, ya como sacerdote, Wojtyła comenzó su trabajo pastoral en
Debniki, en la orilla opuesta del rio Vístula con respecto al centro de
Cracovia, en la Parroquia de San Estanislao Kostka.
Por eso cuando llego a Roma para estudiar, se encariñó tanto con la iglesia de San Andrés en el Quirinale, que guarda las reliquias del santo polaco, y le recordaba a su primera parroquia en Cracovia.
A dos pasos de Debniki, sobre el puente de Grunwald, se puede observar el panorama del Castillo de Wavel, residencia de los reyes polacos, y de la iglesia de Skalka, uno de los Santuarios Marianos más importantes de Polonia, donde fue asesinado uno de los primeros obispos polacos, San Estanislao Mártir (1079). Fue allí mismo, frente a su ataúd, donde rezó el joven sacerdote Wojtyla, el día de su ordenación sacerdotal. Y su Primera Misa la celebró en Wavel, en la cripta del siglo XVI dedicada a San Leonardo, el 2 de noviembre de 1946.
Otro lugar estrechamente ligado a la personal de Karol Wojtyła es la Iglesia de San Florian, donde le joven sacerdote desarrolla su primera tarea de pastoral académica. Fue un día, avanzada ya la tarde, cuando dos estudiantes se cruzaron en la calle con un joven sacerdote. Ya lo habían visto antes en la iglesia: venían buscando a alguien que guiara espiritualmente su grupo académico. Años más tarde habrían de escribir: “La Misa había terminado. Nosotros aún estábamos en el banco cuando lo vimos por primera vez. Había algo particular en su persona mientras recorría toda la iglesia. Caminaba de modo muy ligero, levemente inclinado hacia adelante, con un mechón de cabellos que le caía sobre la frente.
Su
rostro marcaba una extraña ausencia, como si estuviera ensimismado, pero al
mismo tiempo viese todo a su alrededor. Esta figura contrastaba con la de otros
sacerdotes de “reciente ordenación”. Ellos eran cuidadosos en su porte, sus
cabellos alisados, hábito elegante y zapatos tan lustrados que suscitaban
dudas: pero ¿es que con estos zapatos es posible acercarse a quien los necesita
atravesando las calles sucias y llenas de barro? En cambio el sacerdote
que aminaba a lo largo de la iglesia llevaba puesto un hábito algo raído y
calzaba un par de zapatos gastados. Fueron precisamente esos zapatos que nos
revelaron del joven sacerdote mucho más de cuanto podría hacerlo una homilía
cuidadosamente preparada….”
Aleksandra Zapotoczny, Boletin
Totus Tuus Nro 5, mayo 2007
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