Este
testimonio escrito por Gianluigi De Palo (*) fue publicado en la revista Totus Tuus (Causa de Beatificación y Canonización de Juan Pablo
II) Nr 4 año 2010.
Recuerdo
aún hoy la noche del 19 de agosto de 2000. Al anochecer, estaba muerto de
cansancio por la marcha para llegar a la explanada y la espalda me quemaba por
el peso de la mochila y el calor del sol. Estaba un poco distraído por el
cansancio, y entre bostezos, esperaba ansiosamente el momento de meterme, sin
fuerzas, en el saco de dormir, que me había acompañado en Loreto y en París. Y
mientras tanto – de verdad – pensaba en otras cosas. Juan Pablo II
comenzó a hablar: «Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?” Jesús plantea esta
pregunta a sus discípulos…. Jesús quiere que los discípulos… Jesús quiere que
los discípulos se den cuenta de lo que está escondido en sus
mentes y en sus corazones….» Aquella noche cambió mi vida. Las palabras del
Papa fueron como u8na patada ean el estomago cuando menos te lo esperas. Todo
lo que decía era aquello que había deseado siempre. Daba voz a las palabras
escritas en mi interior. «Hoy estáis reunidos aquí para afirmar que en el
nuevo siglo no os prestaréis a ser instrumentos de violencia y
destrucción; defenderéis la paz, incluso a costa de vuestra ida si fuera
necesario. No os conformaréis con el mundo en el que otros seres humanos mueren
de hambre, son analfabetos, están sin trabajo. Defenderéis la vida en cada
momento en su desarrollo terreno; os esforzaréis con todas vuestras energías en
hacer que esta tierra sea cada vez más habitable para todos.» No quería
darme por contento: quería que mi vida fuese una obra de arte, quería dar mi
vida, mi energía, mi entusiasmo por algo grande: me daba cuenta de ello con
claridad. Y sin embargo, hasta ese momento me había resistido. Un freno,
algo que me ataba y que no comprendía bien. Pero sentía que explotaba
dentro de mí una fuerza mayor. En aquellas horas, mientras el Papa hablaba,
sentía que el Espíritu Santo soplaba en mi corazón. Aquel hombre anciano y
enfermo era para mí la voz de Jesús, que me estaba cambiando la vida. Me
empujaba a decisiones más fuertes y hermosas.
«¿es difícil creer en un mundo así? En el año 2000, ¿es difícil creer? Sí, es difícil. No hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible». ¿Quería una vida fácil y cómoda, quería contentarme de poco? ¿Quería fáciles certezas? No, quería enamorarme cada vez más. Quería saciar una sed de infinito. Y Juan Pablo II me indicaba la vía. «En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad: es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis: es Él la belleza que tanto os atrae» Buscaba la plenitud, pero no encontraba su nombre. El Señor me estaba llamando: era precisamente yo un centinela de la mañana y tenía que prender fuego al mundo. Y el Papa me trazaba un programa de vida, que – aún hoy – continúa marcado en el fondo de mi alma.
En los años sucesivos, he encontrado muchas personas que han vivido el mismo milagro de aquella noche. Mi generación – nacida en 1976 – ha quedado profundamente marcada por Juan Pablo II y por las Jornadas mundiales de la Juventud. Y los frutos de la magnífica intuición de estos “laboratorios de la fe” los veremos en los próximos años, cuando nuestros hijos serán mayores. Y tendremos una generación de jóvenes confiados y trabajadores. Si reflexionamos bien, nos daremos cuenta que nadie ha invertido tanto en los jóvenes como Karol Wojtyla. Nadie había creído en mi como aquel hombre.
En
diversas ocasiones, en las JMJ y en los encuentros con los jóvenes romanos he
sentido casi como una confianza personal del Papa hacia mí. Era uno
de tantos, pero su mirada estaba sobre mi, sus palabras iban dirigidas a
mí. Una sensación muy particular que sè que han percibido otros muchos.
Han pasado diez años desde aquel 19 de agosto. Diez años muy intensos. De
chiquillo me he convertido en un hombre. De novio inmaduro me he
convertido en esposo y padre de tres hijos. Pero sobre todo, aquel deseo de no
resignarme ha dado frutos más allá de mis fuerzas y voluntad. Llevo a
cabo un servicio como Presidente de las Acli de Roma y como Presidente del Forum
de las Asociaciones Familiares del Lacio. Dos cargos que me superan, dos
responsabilidades inmensas que, a veces, me aplastan.
Aquel dia en Tor Vergata – me doy cuenta sólo hoy – el Papa hablaba de mi presente, me llamaba a ser lo que soy. Pequeño y débil, pero con la consciencia de no tener que resignarme.”
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