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“ Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la
vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden
llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el
misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta
dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando
anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco
momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de
Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su
autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando
a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía,
expresión sacramental del misterio pascual.
Cada uno de estos misterios revela el Reino ya
presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo
en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por
nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre
y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y
el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera.
Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2,
1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos
a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de
luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e
invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de
quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2,
3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él
continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del
sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por
excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte
Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras
el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen »
(cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso
de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una
vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la
institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo
y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor
por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se
ofrecerá en sacrificio.
Excepto en el de Caná, en estos misterios la
presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su
eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús
(cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia
en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún
modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La
revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y
ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se
convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los
tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que
introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública,
siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».”
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