«La verdadera elevación
del hombre [ …] no se alcanza explotando
solamente la abundancia de bienes y servicios, o disponiendo de
infraestructuras perfectas […]. Lo dice claramente el Señor en el Evangelio,
llamando la atención de todos sobre la verdadera jerarquía de valores: “¿De qué
le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” (Mt 16,26)»
(Soll, rei socialis. N.33) Nuestro compromiso debe moverse en esta dirección.
Se trata de una lucha
ardua; pero «quien quisiera renunciar a la tarea, difícil pero exultante, de
elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombres, bajo el pretexto del
peso de la lucha y del esfuerzo incesante de superación, o incluso por la experiencia
de la derrota y del retorno al punto de partida, faltaría a la voluntad de Dios
Creador» (Soll. Rei socialis, n. 30)
La doctrina social de
la Iglesia no puede limitarse a ser “doctrina”: pide convertirse en práctica
cotidiana. Juan Pablo II el Papa “trabajador” y obrero, el Papa que padeció en
su propia carne la injusticia social y los resultados nefastos de las «estructuras
del pecado», ha escrito en sus encíclicas sociales páginas ardientes sobre la
urgencia de convertir las enseñanzas de la Iglesia acerca de la vida social en elección
concreta de vida.
Ciertamente, el cristiano, al ver las injusticias del mundo, no puede sustraerse a la denuncia
profética del mal; pero no debe olvidar que «el anuncio es siempre más
importante que la denuncia» (Soll, rei socialis, n.41) Y el mejor anuncio es,
sin lugar a dudas, el testimonio.”
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