andrea Tornielli
CIUDAD DEL VATICANO
Entrevista con el filósofo Rocco Buttiglione, gran conocedor del
magisterio de San Juan Pablo II: «La perspectiva de Francisco es perfectamente
tradicional. La novedad consiste en aplicar también al pecado cometido por los
divorciados que se han vuelto a casar los posibles atenuantes previstos para
todos los demás pecados tal y como aparecen citados en el Catecismo de san Pío
X»
«‘Amoris laetitia’ implica riesgos pastorales. Algunos podrán
decir que la consideran una decisión pastoral equivocada, pero, por favor,
dejemos los tonos apocalípticos y no digamos que se está poniendo en discusión
la doctrina sobre la indisolubilidad cuando nos encontramos frente a una
decisión pastoral que tiene que ver con la disciplina de los sacramentos y que
forma parte de un recorrido cuyas premisas fueron sentadas por Juan Pablo II».
El profesor Rocco Buttiglione, filósofo, estudioso y gran conocedor del
magisterio de Papa Wojtyla, quedó sorprendido por algunas de las críticas
expresadas contra la exhortación post-sinodal de Francisco. Vatican Insider lo
entrevistó.
¿Qué le parece en conjunto la exhortación ‘Amoris laetitia’?
Me parece un gran intento para decir la palabra de la fe en el contexto del mundo de hoy. Que era también la gran preocupación de Juan Pablo II: el hombre concreto, el hombre existente, el hombre de la realidad, no el que describen los libros o el que quisiéramos que fuera.
¿Qué relación hay entre este documento de Francisco y el magisterio de Papa Wojtyla?
Hace tiempo, la Iglesia excomulgaba a los divorciados que se han vuelto a casar. Lo hacía por una justa preocupación: no escandalizar o no poner en discusión la indisolubilidad del matrimonio. Pero entonces vivíamos en una cristiandad compacta. Se podía suponer que todos sabían qué era el matrimonio, un sacramento en el que los esposos se vuelven garantes recíprocamente del amor de Dios, por lo que si te abandono, de alguna manera, es como si Dios te abandonara. Juan Pablo II dijo que no pueden ser excomulgados los divorciados que se han vuelto a casar, recordando que existen factores objetivos y subjetivos en cualquier pecado. Hay personas que pueden hacer algo equivocado, un mal, pero sin ser completamente responsables. Y entonces Papa Wojtyla abrió, invitando a los divorciados a entrar en la Iglesia, acogiéndolos, bautizando a sus hijos, reintegrándolos en la comunidad cristiana. Pero sin volver a admitirlos a la comunión —es el punto 84 de la ‘Familiaris consortio’—, a menos que no volvieran con el cónyuge legítimo, que se separaran del nuevo cónyuge o que vivieran la segunda unión como hermano y hermana, es decir absteniéndose de las relaciones sexuales.
¿Y qué es lo que ahora propone ‘Amoris laetitia’?
Francisco da un paso más en esta dirección. No dice que los divorciados que se han vuelto a casar pueden recibir o pretender la comunión, ¡viva! ¡No! El divorcio es pésimo y no puede haber actos sexuales fuera del matrimonio. Esta enseñanza moral no ha cambiado. El Papa dice que ahora los divorciados que se han vuelto a casar pueden ir a confesarse, comenzar un recorrido de discernimiento con el sacerdote. Y, como en cualquier confesión, con cada pecado, el sacerdote debe sopesar si existen todas las condiciones para que un pecado sea considerado pecado mortal. A mis colegas que han dicho palabras fuertes contra ‘Amoris laetitia’, quisiera recordarles que san Pío X —que no era propiamente un Papa modernista— en su Catecismo recordaba que el pecado mortal exige la materia grave, pero también la plena advertencia y el consenso deliberado, es decir la plena libertad para asumir completamente la responsabilidad de lo que he hecho.
¿Qué le parece en conjunto la exhortación ‘Amoris laetitia’?
Me parece un gran intento para decir la palabra de la fe en el contexto del mundo de hoy. Que era también la gran preocupación de Juan Pablo II: el hombre concreto, el hombre existente, el hombre de la realidad, no el que describen los libros o el que quisiéramos que fuera.
¿Qué relación hay entre este documento de Francisco y el magisterio de Papa Wojtyla?
Hace tiempo, la Iglesia excomulgaba a los divorciados que se han vuelto a casar. Lo hacía por una justa preocupación: no escandalizar o no poner en discusión la indisolubilidad del matrimonio. Pero entonces vivíamos en una cristiandad compacta. Se podía suponer que todos sabían qué era el matrimonio, un sacramento en el que los esposos se vuelven garantes recíprocamente del amor de Dios, por lo que si te abandono, de alguna manera, es como si Dios te abandonara. Juan Pablo II dijo que no pueden ser excomulgados los divorciados que se han vuelto a casar, recordando que existen factores objetivos y subjetivos en cualquier pecado. Hay personas que pueden hacer algo equivocado, un mal, pero sin ser completamente responsables. Y entonces Papa Wojtyla abrió, invitando a los divorciados a entrar en la Iglesia, acogiéndolos, bautizando a sus hijos, reintegrándolos en la comunidad cristiana. Pero sin volver a admitirlos a la comunión —es el punto 84 de la ‘Familiaris consortio’—, a menos que no volvieran con el cónyuge legítimo, que se separaran del nuevo cónyuge o que vivieran la segunda unión como hermano y hermana, es decir absteniéndose de las relaciones sexuales.
¿Y qué es lo que ahora propone ‘Amoris laetitia’?
Francisco da un paso más en esta dirección. No dice que los divorciados que se han vuelto a casar pueden recibir o pretender la comunión, ¡viva! ¡No! El divorcio es pésimo y no puede haber actos sexuales fuera del matrimonio. Esta enseñanza moral no ha cambiado. El Papa dice que ahora los divorciados que se han vuelto a casar pueden ir a confesarse, comenzar un recorrido de discernimiento con el sacerdote. Y, como en cualquier confesión, con cada pecado, el sacerdote debe sopesar si existen todas las condiciones para que un pecado sea considerado pecado mortal. A mis colegas que han dicho palabras fuertes contra ‘Amoris laetitia’, quisiera recordarles que san Pío X —que no era propiamente un Papa modernista— en su Catecismo recordaba que el pecado mortal exige la materia grave, pero también la plena advertencia y el consenso deliberado, es decir la plena libertad para asumir completamente la responsabilidad de lo que he hecho.
(leer completo en La Stampa español)
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