“El fenómeno de las
migraciones, con su compleja problemática, interpela, hoy más que nunca, a la
comunidad internacional y a todos y cada uno de los Estados. Éstos, por lo
general tienden a intervenir mediante el endurecimiento de las leyes sobre los
emigrantes y el fortalecimiento de los sistemas de control de las fronteras, y
las migraciones pierden así la dimensión de desarrollo económico, social y
cultural que poseen históricamente. En efecto, se habla cada vez menos de la
situación de emigrantes en los países de procedencia, y
cada vez más de inmigrantes, haciendo referencia a los
problemas que crean en los países en los que se establecen.
La emigración va tomando características de emergencia
social, sobre todo por el aumento de los emigrantes
irregulares, aumento que, a
pesar de las restricciones en curso, resulta inevitable. La inmigración
irregular ha existido siempre y a menudo ha sido tolerada porque favorece una
reserva de personal, con el que se puede contar en la medida en que los
emigrantes regulares suben en la escala social y se insertan de modo estable en
el mundo del trabajo.
[…]
Es
preciso prevenir la inmigración ilegal, pero también combatir con energía las
iniciativas criminales que explotan la expatriación de los clandestinos. La
opción más adecuada, destinada a dar frutos consistentes y duraderos a largo
plazo, es la de la cooperación internacional, que tiende a promover la
estabilidad política y a superar el subdesarrollo. El actual desequilibrio
económico y social, que alimenta en gran medida las corrientes migratorias, no
ha de verse como una fatalidad, sino como un desafío al sentido de
responsabilidad del género humano.
[…]
Para la solución del
problema de las migraciones en general, o de los emigrantes irregulares en particular
desempeña un papel relevante la actitud de la sociedad a la que llegan. En esta
perspectiva es muy importante que la opinión pública esté bien informada sobre
la condición real en que se encuentra el país de origen de los emigrantes, los
dramas que viven y los riesgos que correrían si volvieran. La miseria y la
desdicha que les afectan son un motivo más para salir generosamente al
encuentro de los inmigrantes.
Es necesario vigilar ante la aparición de formas de
neorracismo o de comportamiento xenófobo, que pretenden hacer de esos hermanos
nuestros chivos expiatorios de situaciones locales difíciles.
[…]
En la Iglesia nadie es
extranjero, y la Iglesia no es extranjera para ningún hombre y en ningún lugar.
Como sacramento de unidad y, por tanto, como signo y fuerza de agregación de
todo el género humano, la Iglesia es el lugar donde también los emigrantes
ilegales son reconocidos y acogidos como hermanos. Corresponde a las diversas
diócesis movilizarse para que esas personas, obligadas a vivir fuera de la red
de protección de la sociedad civil, encuentren un sentido de fraternidad en la
comunidad cristiana.
La solidaridad es asunción de responsabilidad ante quien se
halla en dificultad. Para el cristiano el emigrante no es simplemente alguien a
quien hay que respetar según las normas establecidas por la ley, sino una
persona cuya presencia lo interpela y cuyas necesidades se transforman en un
compromiso para su responsabilidad. «¿Qué has hecho de tu hermano?» (cf. Gn 4, 9). La respuesta no hay que darla
dentro de los límites impuestos por la ley, sino según el estilo de la
solidaridad.
[…]
«Era
forastero, y me acogisteis» (Mt 25, 35). Es tarea de la Iglesia no sólo volver a proponer
ininterrumpidamente esta enseñanza de fe del Señor, sino también indicar su
aplicación apropiada a las diversas situaciones que sigue creando el cambio de
los tiempos. Hoy el emigrante irregular se nos presenta como ese forastero en quien Jesús pide
ser reconocido. Acogerlo y ser solidario con él es un deber de hospitalidad y
fidelidad a la propia identidad de cristianos.”
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