1. De la vida y del
martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla
a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia,
la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, "es el núcleo más secreto
y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo
más íntimo de ella" (Gaudium et spes, 16). Cuando el hombre y la
mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con
seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido
hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el
poder, santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia
moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están
llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como
fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio
a la persona humana.
[…]
2. Tomás Moro vivió una
extraordinaria carrera política en su País. Nacido en Londres en 1478 en el
seno de una respetable familia, entró desde joven al servicio del Arzobispo de
Canterbury Juan Morton, Canciller del Reino. Prosiguió después los estudios de
leyes en Oxford y Londres, interesándose también por amplios sectores de la
cultura, de la teología y de la literatura clásica. Aprendió bien el griego y
mantuvo relaciones de intercambio y amistad con importantes protagonistas de la
cultura renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rotterdam.
Su sensibilidad religiosa
lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua práctica ascética: cultivó
la amistad con los frailes menores observantes del convento de Greenwich y
durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales
centros de fervor religioso del Reino. Sintiéndose llamado al matrimonio, a la
vida familiar y al compromiso laical, se casó en 1505 con Juana Colt, de la
cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias
con Alicia Middleton, viuda con una hija. Fue durante toda su vida un marido y
un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa,
moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos y
estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad o de la propia
vocación. La vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración
común y la lectio divina, así como para sanas formas de recreo hogareño. Tomás
asistía diariamente a Misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias
que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos.
3. En 1504, bajo el rey
Enrique VII, fue elegido por primera vez para el Parlamento. Enrique VIII le
renovó el mandato en 1510 y lo nombró también representante de la Corona en la
capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración pública. En
la década sucesiva, el rey lo envió en varias ocasiones para misiones
diplomáticas y comerciales en Flandes y en el territorio de la actual Francia.
Nombrado miembro del Consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal
importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es decir,
presidente de la Cámara de los Comunes.
Estimado por todos por su
indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y
simpático y su erudición extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis
política y económica del País, el Rey le nombró Canciller del Reino. Como
primer laico en ocupar este cargo, Tomás afrontó un período extremadamente
difícil, esforzándose en servir al Rey y al País. Fiel a sus principios se
empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los
propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo dar su
apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia
en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida pública aceptando
sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron
falsos amigos.
Constatada su gran
firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el Rey,
en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a
diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó
prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la
aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno a
un despotismo sin control. Durante el proceso al que fue sometido, pronunció
una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad
del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores
cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado por el
tribunal, fue decapitado.
Con el paso de los siglos
se atenuó la discriminación respecto a la Iglesia. En 1850 fue restablecida en
Inglaterra la jerarquía católica. Así fue posible iniciar las causas de
canonización de numerosos mártires. Tomás Moro, junto con otros 53 mártires,
entre ellos el Obispo Juan Fisher, fue beatificado por el Papa León XIII en
1886. Junto con el mismo Obispo, fue canonizado después por Pío XI en 1935, con
ocasión del IV centenario de su martirio.
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