Grandes cosas se le revelaron al joven Wojtyla cuando sus oídos se
prestaron a la escucha de las palabras del sastre Jan Tyranowski y sus ojos se
fijaron en el brillo de aquellos otros ojos.
Ya como sacerdote maduro Karol Wojtyla lo cuenta en sus textos
hablando no solo del sastre sino también del estudiante que lo escuchaba. La
ciencia de Jan Tyranowski no estaba a la altura del joven Wojtyla, y sin
embargo no era Wojtyla el maestro de Jan, sino Jan de Wojtyla. Jan comprendía
sobre todo aquello que el hombre solamente recibe de Dios, o sea aquello que no
se aprende en los libros. Jan era un
arbusto que ardia para Dios. Miraba a Dios
y Dios lo miraba a el. La labor de Jan
no sobresalía, pero muy grande era la
importancia de su ser de donde emanaba su forma de actuar, o sea el gran amor y
la profundidad del conocimiento del hombre. Ese sastre de un barrio periférico de Cracovia
educaba a los jóvenes sin tener la mas mínima idea de que se trataba la educación. Les daba a ellos aquello mismo que el
experimentaba buscando a Dios. Les hablaba de su vida con Dios y en Dios. Les
hablaba - como escribe Wojtyla - de una manera que nada tenía que ver con la perfección,
y sin embargo sus palabras eran más adecuadas al misterio del hombre y de Dios
que muchos elucubraciones académicas. No debe maravillarnos entonces que Jan
haya influenciado tanto la manera de pensar y filosofar de Wojtyla. La persona
y los actos de Jan Tranowski fueron la primera fuente inconsciente de inspiración
para Persona y acto. Meditando junto
a el sobre el hombre y sobre Dios, Karol Wojtyla vio como el hombre-persona es
un evento del amor divino humano y de la verdad divino humana. Es justamente esto que vemos de lejos y nunca
directamente.
Karol Wojtyla tomaba conocimiento de Jan y aprendía de él en
momentos particulares, como por ejemplo aquella noche en la cual se quedaron, junto a otros jóvenes, para escucharlo mientras hablaba con expresiones
poco sofisticadas de la intimidad del hombre con Dios. Aquella noche el
estudiante Wojtyla escuchaba las “voces” que le llegaban mediante frases torpes
en gramática pero con las cuales Jan Tyranowski se abria y se daba por entero. Prestando
oídos a las palabras de Jan sobre la convivencia con Dios, vio que le hombre es
grande solo cuando es Epifanía de Dios.
El sastre Tyranowski introdujo al joven Wojtyla en el mundo de la mística,
en un tiempo en el cual arreciaba con furia y calculada precisión la mentira
del nazismo alemán, y el azote ruso ya había
comenzado a pesar sobre los polacos. Tyranowski infundía en los jóvenes las
fuentes místicas, en busca de la
libertad. Con la ayuda de grandes místicos
como San Juan de la Cruz y Luis Maria Grignon de Montfort, les enseñaba a
conquistar la libertad a diario, sin
importar el precio a apagar. En el espacio de la experiencia de las personas,
en comunión con otras, les enseñaba a leer la Biblia, la poesía y las obras de
grandes pensadores. Sin recurrir a manuales. Iba por delante de ellos, aferrándose
a la persona de Cristo, en el cual encontraban el «agua viva» (Jn 4,10), que apagaba
su deseo de la realidad más lejana y al mismo tiempo la mas cercana al hombre.
Con su sola presencia, el sastre Jan le mostro a Wojtyla el sentido
de estar ante el hombre. Como sacerdote, como obispo y después como Papa, Karol
Wojtyla siempre tuvo presente este dialogo de los dones recibidos en aquel
cuartito del sastre, en la convivencia pastoral con los estudiantes y con los
profesores de Cracovia, de los cuales nació el así llamado “ambiente” (środowisko).
(traducido de Stanislaw Grygiel: Dialogando con Giovanni Paolo II, Cantagalli, 2013)
1 comentario:
La guerra no se gana con el hierro,piedras y tecnologia, se gana con la oracion, alabanza, confianza y esperando en la voluntad de Dios.
No hay victoria plena sin nuestro Dios, Luz del
mundo, dulzura que no se acaba, Pan de Vida...
Ave Maria Por Siempre😇
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