“En
efecto, no se puede decir que la globalización sea sinónimo de orden mundial;
todo lo contrario. Los conflictos por la supremacía económica y el
acaparamiento de los recursos energéticos e hídricos, y de las materias primas,
dificultan el trabajo de quienes, en todos los niveles, se esfuerzan por
construir un mundo justo y solidario.
Es necesaria una
esperanza mayor, que permita preferir el bien común de todos al lujo de pocos y
a la miseria de muchos. "Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, (...)
pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano" (Spe salvi, 31), el Dios que se
manifestó en el Niño de Belén y en el Crucificado Resucitado.
Si
hay una gran esperanza, se puede perseverar en la sobriedad. Si falta la
verdadera esperanza, se busca la felicidad en la embriaguez, en lo superfluo,
en los excesos, y los hombres se arruinan a sí mismos y al mundo. La moderación
no sólo es una regla ascética, sino también un camino de salvación para la
humanidad.
Ya
resulta evidente que sólo adoptando un estilo de vida sobrio, acompañado del
serio compromiso por una distribución equitativa de las riquezas, será posible
instaurar un orden de desarrollo justo y sostenible. Por esto, hacen falta
hombres que alimenten una gran esperanza y posean por ello una gran valentía.”
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