Un pensamiento que sintetiza y al mismo tiempo
identifica la obra pastoral que ha encarnado en el Papa Wojtyla la esperanza
concreta de pobres, marginados, enfermos y explotados de todo el mundo, quienes
han encontrado en él consuelo y una firme voz clamando paz y justicia.
Juan Pablo II – el pontífice que ha hecho del
mundo una sola gran parroquia y también fuera es reconocido universalmente como
guía espiritual por hombres y mujeres no creyentes y pertenecientes a otros
credos – ha sido para nosotros, los romanos, Obispo y Padre.
Desde el comienzo de su pontificado, había afirmado
«soy plenamente consciente de haber llegado a ser Papa de la Iglesia universal
por ser Obispo de Roma», y como guía de la Iglesia de Roma, ratificó la opción fundamental
por los pobres Una opción que en estos años ha inspirado y guiado el trabajo de
las parroquias y de la comunidad cristiana, pero también de las instituciones y
la sociedad civil, hacia políticas y mensajes tendientes a valorizar la
dignidad del hombre.
Recuerdo haberme encontrado por primera vez
con Wojtyla cuando era arzobispo en un viaje a Cracovia organizado por el Seminario
Romano Mayor en 1972. Junto a otros jóvenes sacerdotes, varias veces a la
semana durante mi permanencia en Polonia, tuve oportunidad de conocer la obra
que se llevaba a cabo en la diócesis, y de observar su particular interés por
las personas mas indigentes haciendo involucrar en ello a toda la comunidad.
Esto ocurría en un contexto por cierto nada fácil en cuanto a las libertades
individuales, pero precisamente por eso supo hacer crecer la diócesis en solidaridad.
Una obra pastoral que continuó al mando de la
Iglesia como Obispo de Roma, fundando ya el primer año de su pontificado la Caritas
diocesana. Una presencia que nos fue acompañando durante tantos años, y que
día tras día, nos animaba. Sabíamos que
cuando, como instrumentos de la caridad, estábamos al lado de los vagabundos,
de los inmigrantes defendíamos los derechos más elementales de los extranjeros
ilegales, de los enfermos o de los sin vivienda, nuestro guía era nuestro
Obispo.
Frente a los grandes dramas mundiales de pobreza
y marginación, Juan Pablo II supo mostrar a la comunidad cristiana y también a
la internacional el camino de un amor concreto y tangible que no era un nuevo sentimiento abstracto e individual. Ha
guiado a la Iglesia y en particular a los jóvenes, hacia la caridad, virtud
teologal vivida como estilo de existencia cotidiana marcada por el servicio
gratuito inspirado en los mas auténticos valores evangélicos.
Una caridad que se dirige al hombre en cuanto imagen
del Cristo que sufre, y por tal motivo, no fácil de adoptar porque no es solo
un deber a cumplir o un trabajo a realizar, sino una cercanía espiritual y mística
con aquel que sufre.
Una invitación a vivir con el pobre y con el
desprotegido porque es él quien encarna a Jesus: una perspectiva que se nutre del Evangelio que
Juan Pablo II supo testimoniar.
En octubre de 2004, en ocasión del XXV
aniversario de la fundación de la Caritas Diocesana de Roma,él nos trazo el
camino a seguir: «Auguro (…) un renovado deseo de fidelidad al carisma
originario: este hace referencia esencial al amor gratuito y misericordioso de
Dios a los hombres, así como a la virtud sobrenatural de la caridad, infundida
en el corazón de los creyentes. Con estas sólidas referencias espirituales,
animo a seguir adelante confiadamente y con impulso apostolico.»”
Mons. Guerino DI Tora - Director Caritas Diocesana
(Texto publicado en Totus Tuus 3/2008
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