«Lumen ad revelationem gentium: Luz para iluminación de las
gentes».
La liturgia de la fiesta de hoy nos recuerda en
primer lugar las palabras del Profeta Malaquías: «He aquí que entrará en su
templo el Señor a quien buscáis..., he aquí que viene»….
Y he aquí que entra. Llevado por las manos de
María y José…..
Aunque todo parezca
indicar que nadie lo espera en este momento, que nadie lo divisa, en realidad
no es así. El anciano Simeón va al encuentro de María y José, toma al Niño en
sus brazos y pronuncia las palabras que son eco vivo de la profecía de Isaías:
«Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tu palabra: porque
han visto mis ojos tu salud, la que has preparado ante la faz de los pueblos:
luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 29-32;
cf. Is 2, 2-5; 25, 7).
Estas palabras son la síntesis de toda la
espera, la síntesis de la Antigua Alianza. El hombre que las dice no habla por
sí mismo. Es Profeta: habla desde lo profundo de la revelación y de la fe de
Israel. Anuncia el final del Antiguo Testamento y el comienzo del Nuevo.
La luz.
Hoy la Iglesia bendice las candelas que dan luz.
Estas candelas son al mismo tiempo símbolo de otra luz, de la luz que es
precisamente Cristo. Comenzó a serlo desde el instante de su nacimiento. Se
reveló como luz a los ojos de Simeón a los 40 días de su nacimiento. Como luz
permaneció después 30 años en la vida oculta de Nazaret. Luego comenzó a
enseñar, y el período de su enseñanza fue breve. Dijo: «Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn 8,
12). Cuando fue crucificado «se extendieron las tinieblas sobre la tierra» (Mt 27,
45 y par.), pero al tercer día estas tinieblas cedieron su lugar a la luz de la
resurrección.
¡La luz está con nosotros!
(de la Homilia de Juan Pablo el 2 de febrero de 1979 –Festividad de la Presentacion del Señor en el Templo)
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