(…)
Quiero proponer tres
breves pensamientos para la reflexión en esta fiesta.
El primero: el icono evangélico de la
Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental de la luz; la luz que, partiendo de
Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos,
sobre todos. Los Padres de la Iglesia relacionaron esta irradiación con el
camino espiritual. La vida consagrada expresa ese camino, de modo especial,
como «filocalia», amor por la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios
(cf. ib., 19). En el rostro de Cristo resplandece la luz de esa belleza.
«La Iglesia contempla el rostro transfigurado de Cristo, para confirmarse en la
fe y no correr el riesgo del extravío ante su rostro desfigurado en la cruz...
Ella es la Esposa ante el Esposo, partícipe de su misterio y envuelta por su
luz. Esta luz llega a todos sus hijos… Una experiencia singular de la luz que
emana del Verbo encarnado es, ciertamente, la que tienen los llamados a la vida
consagrada. En efecto, la profesión de los consejos evangélicos los presenta
como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo» (ib.,
15).
En segundo lugar, el icono evangélico manifiesta
la profecía, don del Espíritu Santo.
Simeón y Ana, contemplan al Niño Jesús, vislumbran su destino de muerte y de
resurrección para la salvación de todas las naciones y anuncian este misterio
como salvación universal. La vida consagrada está llamada a ese testimonio
profético, vinculado a su actitud tanto contemplativa como activa. En efecto, a
los consagrados y las consagradas se les ha concedido manifestar la primacía de
Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de vida y anunciado a
los pobres y a los últimos de la tierra. «En virtud de esta primacía no se
puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que él
vive... La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con él, de la escucha
atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia» (ib.,
84). De este modo la vida consagrada, en su vivencia diaria por los caminos de
la humanidad, manifiesta el Evangelio y el Reino ya presente y operante.
En tercer lugar, el icono evangélico de la
Presentación de Jesús en el templo manifiesta la sabiduría de Simeón y Ana, la sabiduría de una vida dedicada
totalmente a la búsqueda del rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad; una
vida dedicada a la escucha y al anuncio de su Palabra. «”Faciem tuam,
Domine, requiram”: tu rostro buscaré, Señor (Sal 26, 8… La vida
consagrada es en el mundo y en la Iglesia signo visible de esta búsqueda del
rostro del Señor y de los caminos que llevan hasta él (cf. Jn 14,
8)… La persona consagrada testimonia, pues, el compromiso gozoso a la vez que
laborioso, de la búsqueda asidua y sabia de la voluntad divina» (cf.
Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida
apostólica, Instrucción El servicio de la autoridad y la obediencia.
Faciem tuam Domine requiram [2008], I).
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