«La
fe y la razón son como las dos alas con que el espíritu humano se
eleva hacia la contemplación de la verdad. Es Dios quien ha puesto en el
corazón del hombre el dseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerlo
a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar la verdad plena sobre el
mismo.»
La
metáfora de las “dos alas” con que comienza la Encíclica Fides et Ratio (1998)
Hay
que reencontrar – afirma con convicción el Pontífice – esa armoniosa
colaboración entre la búsqueda racional de la verdad y su acogida por la fe,
algo que caracterizó durante tantos siglos la historia de Occidente, y que, sin
embargo, parece haberse diluido en el curso de los últimos siglos. Y ello no
para reivindicar un privilegio de la Iglesia, sino para el bien del hombre, que
esta naturalmente abierto a la Verdad y al Bien. «Ad te vivendum
factus sumn; et nondum feci propter quod factus sum» - «fui creado para
contemplarte, pero aún no he realizado aquello para lo que he sido creado»,
confiesa humildemente a Dios San Anselmo, citado en la Fides et Ratio n.42.
Todas las personas llevan en su corazón la imagen de Dios y la nostalgia de El,
y por lo tanto pueden llegar a realizarse sólo si se abren a la fe; tal
encuentro, realizado en Cristo, revelará al hombre también su misterio.
Por ello la fe que acoge el misterio de Dios en la propia vida se “esposa” perfectamente con la aspiración humanísima de la razón hacia la verdad, como dos alas que hacen volar juntas al espíritu humano. Para alcanzar ese objetivo de armonía reencontrada, la razón humana y, en particular, la filosofía, deben recuperar su dimensión sapiencial original, interrogándose sobre el sentido del ser en su totalidad y aprendiendo a reflejar el amor del Creador: «La palabra de Dios revela el fin último del hombre y da un sentido global a su actuar en el mundo. Es por ello que la palabra invita a la filosofía a ocuparse de la búsqueda del fundamento natural de este sentido, que es la religiosidad constitutiva de cada persona.
Una filosofía que quisiera negar la posibilidad de un sentido último y global sería no sólo inadecuada, sino también errónea» (n.81). En otras palabras, el hombre s invitado a no quedarse en la superficie de las cosas, sino a profundizar, a «dar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno al fundamento» (n.83) de la apariencia a la sustancia de las coas. Tanto la fe como la recta ratio revelan por tanto que el fundamento de todo lo que existe es amor sapiencial del Padre: el mundo no es un simple montón de objetos arrojados al escenario del universo, sino la señal de que existe una inteligencia amante que sólo desea ser reconocida y acogida.
Una antigua historia causídica cuenta que un niño jugaba al escondite; salió de su escondrijo y se dio cuenta de que se había quedado solo, sin que ningún amigo lo siguiese buscando. Fue a casa de su abuelo llorando, a desahogarse por aquel abandono inesperado e inmerecido. Los ojos del abuelo se llenaron de lágrimas y dijo: «También dice Dios: Yo me escondo, pero nadie me quiere buscar». Juan pablo II ha querido inspirar al hombre del tercer milenio el deseo de buscar de nuevo a Dios, y la fe para poder encontrarlo.”
Filippo Morlacchi “El deseo de buscar y la confianza de encontrar” Totus Tuus, Nr 3 mayo/junio/julio 2010 edición “Alianza entre fe y razón”
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