¿Otros secretos del oficio de iconógrafo?
El icono consume. Como cuando se estudia, se
tiene hambre, tienes necesidad de ir a la cocina a a tomar algo, a comer.
Recuerdo que durante mis estudios de
iconografía, el maestro en determinados momentos desaparecía, y yo pensaba que había
ido a la habitación a orar. Y sin embargo iba a la cocina, se preparaba una infusión,
chocolate, te y después volvía con biscochos. Las personas más rigidas quedaban perplejas,
pero el maestro respondia: “El icono consume, tienen necesidad de algo dulce, vengan
a recuperarse, esta es la ternura de Dios.”
¿Como se lleva a cabo la selección del tema? ¿El icono puede
representar un estado de ánimo del iconógrafo?
El estado de ánimo forma parte. Claro, hay
periodos en los cuales el estado de ánimo está inquieto y me doy cuenta que
tengo más necesidad e oración, de confesión. Te sientes apesadumbrado por cosas de la vida que derivan de la
incapacidad de abandonarte; en estos momentos es mejor no trabajar. La selección
del tema nunca depende del iconógrafo. Al
inicio del recorrido la selección puede parecer nuestra, sientes que quieres
hacer un tipo de icono; en realidad es el momento en el que, precisamente a
través de la escritura de aquel icono, Cristo te hace sentir la necesidad de Él,
de su rostro. Comienza un diálogo, una sinergia con Dios. El se sirve de tu obra,
y de ahí que el iconografo exprese el concepto del “siervo inútil”, Hay
momentos en los cuales siento el peso de tener que ponerme a trabajar. La
Deesis, or ejemplo,la he estado escribiendo durante dos años y medio. Por eso
cuando la veo en la iglesia pienso cuantas personas habrán orado ante aquel
icono. ¿Sabemos el valor que puede tener
mi cansancio? EL Señor se ha servido de aquella obra, ¿Por qué? La inutilidad
no está en aquello que haces. Hay un momento en el que sientes el peso de la
servidumbre pero después aquel peso no lo sentirás más pues el Señor te lo quita.
Este es el servicio gratuito dado a la Iglesia. No quiero entrar en comparaciones con el Papa
Wojtyla, pero quien sabe cuántas veces habrá sentido aquel peso. No quería hacer
ciertas cosas y las hacia, las llevaba a término, para finalizada la tarea,
presentarlas como sobre una bandeja de plata al Señor. Esta es la inutilidad: “He
terminado mi trabajo, ahora es Tuyo, Señor”.
Juan Pablo II hablando de la templanza, invitaba a la belleza
interior a la cual se llega por medio de la humildad. ¿Podemos encontrar esta
virtud también en la icnografía?
En la vida existen momentos en los cuales uno es
más humilde, más moderado, momentos en los cuales percibes mejor la belleza,
pero también momentos de introversión, porque te aceptas menos. Afortunadamente
para nosotros el Señor no lleva una agenda donde escribe nuestras faltas, no se
reserva un rostro severo sino amoroso, valorando nuestra vida en su integridad.
La templanza es una virtud del hombre:
la percibes, la vives, se manifiesta, pero no es algo que se pueda expresar con
imágenes: en el momento en el que la expreso con imágenes, es una verdad que va
explicada y entramos en el plano alegórico, no simbólico. La templanza en el
icono se podría comparar con la armonía de colores. En la física la introducción
de la luz produce un determinado color. Si este concepto lo transportamos a un nivel
espiritual se asume que la luz es Cristo y cada uno de nosotros, absorbiendo la
luz puede ser considerado un color. El mío será azul, el tuyo amarillo: todos
somos luces de Cristo, y formamos parte del arco iris.
Hoy la gente está en continua búsqueda de espiritualidad.
¿Podemos hablar de un redescubrimiento del icono?
Durante mis cursos el aula está en continua
búsqueda: el sentido de lo sagrado es fuerte. Cuando ocurre que el hombre se
aleja de Dios, en un determinado momento retorna al Padre, El Padre Florenski
comparaba el icono con la ventana. Si estoy en una habitación oscura, mis ojos
terminan por ver también en la oscuridad porque se acostumbran. Pero de pronto
se abre una ventana y entra un haz de luz, no solo veo mi habitación ahora
completamente distinta, sino que percibo los colores que antes no lograba
distinguir: veo una cantidad de pormenores, también las sombras. Apenas entra
la luz de Dios comienzo a conocerlo y a distinguir la sombra de mi vida, de mis
limites. Me resguardo a la luz de Cristo
y ya no podría vivir sin ella. Nadie que se haya encontrado con Cristo puede ya
volver a cerrar la ventana.
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