Al cumplirse veinticinco
años de la firma por parte de san Juan Pablo II de la Carta encíclica Ut unum sint el Papa Francisco le dirigía una
carta, fechada 24 de mayo 2020, al
Cardenal Kurt Koch,Presidente del Pontifico Consejo para la Promocion de la
Unidad de los Cristianos en estos términos: (copio textualmente del textooriginal en español en el sitio de la Santa Sede)
“Con la mirada puesta en
el horizonte del Jubileo de 2000, quería que la Iglesia, en su camino hacia el
tercer milenio, tuviera en cuenta la oración insistente de su Maestro y Señor:
“¡Que todos sean uno!” (cf. Jn 17,21). Por ello, escribió esa
encíclica que confirmó «de modo irreversible» (UUS, 3) el compromiso ecuménico de la
Iglesia Católica. La publicó en la Solemnidad de la Ascensión del Señor,
colocándola bajo el signo del Espíritu Santo, el artífice de la unidad en la
diversidad, y en este mismo contexto litúrgico y espiritual la conmemoramos y
proponemos al Pueblo de.
El Concilio Vaticano II reconoció que el
movimiento para el restablecimiento de la unidad de todos los cristianos «ha
surgido […] con ayuda de la gracia del Espíritu Santo» (Unitatis redintegratio, 1). También afirmó
que el Espíritu, mientras «obra la distribución de gracias y servicios», es «el
principio de la unidad de la Iglesia» (ibíd., 2). Y la encíclica Ut unum sint reitera que «la legítima
diversidad no se opone de ningún modo a la unidad de la Iglesia, sino que por
el contrario aumenta su honor y contribuye no poco al cumplimiento de su
misión» (n. 50). De hecho, «sólo el Espíritu Santo puede suscitar la
diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. […] Es él
el que armoniza la Iglesia». Me viene a la mente aquella bella palabra de san
Basilio, el Grande: Ipse harmonia est, él mismo es la armonía» (Homilía en la catedral católica del Espíritu Santo,
Estambul, 29 noviembre 2014).
En este aniversario, doy
gracias al Señor por el camino que nos ha permitido recorrer como cristianos en
busca de la comunión plena. Yo también comparto la sana impaciencia de aquellos
que a veces piensan que podríamos y deberíamos esforzarnos más. Sin embargo, no
debemos dejar de confiar y de agradecer: se han dado muchos pasos en estas
décadas para sanar heridas seculares y milenarias; ha crecido el conocimiento y
la estima mutua, favoreciendo la superación de prejuicios arraigados; se ha
desarrollado el diálogo teológico y el de la caridad, así como diversas formas
de colaboración en el diálogo de la vida, en el ámbito de la pastoral y
cultural. En este momento, pienso en mis queridos Hermanos que presiden las
diversas Iglesias y Comunidades Cristianas; y también en todos los hermanos y
hermanas de todas las tradiciones cristianas que son nuestros compañeros de
viaje. Al igual que los discípulos de Emaús, podemos sentir la presencia del Cristo
resucitado que camina a nuestro lado y nos explica las Escrituras, y
reconocerlo en la fracción del pan, en la espera de compartir juntos la mesa
eucarística.
Renuevo mi agradecimiento
a todos los que han trabajado y siguen haciéndolo en ese Dicasterio para
mantener viva la conciencia de este objetivo irrenunciable dentro de la
Iglesia. En particular, me complace acoger dos iniciativas recientes. La
primera es un Vademécum ecuménico para obispos, que se
publicará el próximo otoño como estímulo y guía para el ejercicio de sus
responsabilidades ecuménicas. En efecto, el servicio de la unidad es un aspecto
esencial de la misión del obispo, quien es «el principio fundamento perpetuo y
visible de unidad» en su Iglesia particular (Lumen gentium, 23; cf. CIC 383§3; CCEO
902-908). La segunda iniciativa es la presentación de la revista Acta
Œcumenica, que, en la renovación del Servicio de Información del
Dicasterio, se propone como un subsidio para quienes trabajan para el servicio
de la unidad.
En el camino hacia la
comunión plena es importante recordar el trayecto recorrido, pero también se
necesita escudriñar el horizonte con la encíclica Ut unum sint, preguntándose: «Quanta
est nobis via?» (n. 77), “¿cuánto camino nos separa todavía?”. Algo es
cierto, la unidad no es principalmente el resultado de nuestra acción, sino que
es don del Espíritu Santo. Sin embargo, esta «no vendrá como un milagro al
final: la unidad viene en el camino, la construye el Espíritu Santo en el
camino» (Homilía en las vísperas, San Pablo
extramuros, 25 enero 2014). Por lo tanto, invoquemos al Espíritu con confianza,
para que guíe nuestros pasos y cada uno escuche con renovado vigor el llamado a
trabajar por la causa ecuménica; que Él inspire nuevos gestos proféticos y
fortalezca la caridad fraterna entre todos los discípulos de Cristo, «para que
el mundo crea» (Jn 17,21) y se acreciente la alabanza al Padre que
está en el Cielo.
Francisco
No hay comentarios:
Publicar un comentario