Es verdad para todos los pontífices, naturalmente. Pero lo
es, de manera especial, para Juan Pablo II, el primer papa eslavo, polaco, que
conoció en carne propia las tragedias del siglo XX. Y, por lo tanto, no se
puede comprender la figura de Karol Wojtyla –del mismo modo en que no se puede
comprender su pontificado, basado en la defensa de la persona humana, de su
dignidad, de sus derechos– sin remontarse a los orígenes, a las raíces de su
vocación, a las diversas situaciones y experiencias que ha vivido. Incluida la
experiencia artística.
Karol se acercó a la literatura en los años del bachillerato, en Wadowice, donde nació. Y al comenzar entonces a hacer teatro, su otra pasión, se dedicó obviamente a los mayores autores clásicos: Mickiewicz, Slowacki, Krasinski. Los cuales en el siglo XIX, con una Polonia borrada del mapa geopolítico de Europa, lograron preservar el patrimonio de su cultura y, por lo tanto, salvaguardar la identidad de la nación.
Pero,
más aún que de los grandes poetas románticos, Wojtyla fue influenciado por la
poesía de Cyprian Norwid. Otro extraordinario cantor de Polonia, pero más
atento al hombre, a la relación entre fe y vida, a una visión más universal de
la historia humana. Y, precisamente de Norwid, el joven Wojtyla aprendió el
lenguaje de la poesía como comunicación de las emociones, de los
sentimientos, de los propios ideales, de la propia tensión espiritual y,
conjuntamente, como interpretación de la realidad, de los hechos de la vida
humana.
La
poesía de Karol, desde los inicios, se intuía a menudo con alusiones autobiográficas.
Como la composición de la primavera de 1939, una de las primeras, si no es que
la primera, cuando él tenía 19 años. Un desahogo dramático, porque expresaba
toda su añoranza, pero se podría también decir su nostalgia, por la falta de su madre, fallecida desde
hacía tiempo.
«Sobre tu
blanca tumba
florecen las flores blancas de la vida.
Oh, cuántos años han desaparecido ya
sin ti – ¿cuántos años?
Sobre tu tumba blanca
cerrada desde hace años
algo parece levantarse:
inexplicable como la muerte.
Sobre tu tumba blanca,
Madre, amor mío apagado,
desde mi amor filial
una oración:
Dale a ella el eterno reposo».
Wojtyla
fue un artista poliédrico. Hizo teatro, escribió de todo; dramas históricos,
textos teatrales, ensayos científicos. Pero fue especialmente en la poesía
donde logró expresar mejor el sentido profundo de lo que él mismo definió como
el «continente hombre». El hombre en carne y hueso que se enfrenta con su
libertad y con la esperanza cristiana. El hombre lidiando con las grandes
preguntas de la vida. El hombre a menudo desfigurado, humillado por los falsos
humanismos y, en cambio, en cuanto hijo de Dios, en posesión de su dignidad
fundamental.
Mientras
tanto, estalló la II Guerra Mundial, Polonia había sido invadida por los nazis.
Y Karol, para no ser deportado a un campo de concentración, fue obligado a
trabajar como obrero en una cantera de mármol. Sin embargo, precisamente esa
experiencia le hizo conocer la dureza pero también el valor decisivo del
trabajo: y de ahí –como recordará siendo Papa– el «misterio del hombre» tomó el
primer lugar en sus reflexiones, y se sintió impulsado irresistiblemente a
«defender el respeto del hombre».
«La piedra
te da su poder, el trabajo madura al hombre
que recibe de él inspiración para un difícil bien.
Con el trabajo empieza un crecimiento de corazón y de mente
que a tantas personas implica y tantos eventos importantes
y entre los martillos madura el amor…».
Esta
poesía, de 1956, se llamaba de hecho La cantera de mármol.
Y, hasta un cierto punto, se llenaba de tristeza, de angustia. Karol estaba
desconsolado por la muerte de un compañero de trabajo, arrollado por una
explosión de dinamita.
«…Levantaron
el cuerpo. Desfilaron en silencio.
De él aún emanaba cansancio y un sentido de injusticia…
Lo extendieron sobre un lienzo de grava.
Vino la mujer deshecha. Volvió el niño de la escuela…
Las piedras de nuevo se mueven. El carrito desaparece
entre las flores.
De nuevo una descarga eléctrica incide la cantera.
Pero el hombre se lleva consigo la secreta estructura del mundo
donde el amor prorrumpe más alto cuanto más lo impregna la rabia».
Sacerdote y obispo bajo el comunismo
Y
entonces vino la gran decisión. Karol se volvió sacerdote. Estudió dos años en
Roma y a su regreso, encontró su patria bajo un nuevo totalitarismo, el
comunismo. Después de una breve experiencia en parroquia, se dedicó al
ministerio de la confesión y se ocupó particularmente de jóvenes y parejas.
De
esta manera conoció directamente, y desde dentro, toda la gama de sentimientos
humanos y sus problemas existenciales: de los muchos interrogantes de las
nuevas generaciones de cara a un futuro incierto, contradictorio, y sobretodo
muy marcado por una concepción materialista, a las alegrías pero también a los
dramas de la vida matrimonial.
Y
todo esto, mediado siempre por una profunda sensibilidad religiosa, espiritual,
entró en la obra literaria de Wojtyla. Como por ejemplo El taller del orfebre, de 1960, cuando ya era obispo.
Es una pieza en verso, con la narración de tres historias de parejas, distintas
pero enlazadas entre sí. Y basta el íncipit para entender la intensidad con que
el autor se había acercado al gran misterio del amor.
Lo
dice Teresa, la protagonista de la primera historia:
«Andrés me
ha elegido y ha pedido mi mano.
Sucedió hoy entre las cinco y las seis de la tarde…
Caminaba por la parte derecha de la plaza,
cuando Andrés se volvió y dijo:
¿Quieres ser la compañera de mi vida?
Así dijo. Y no: quieres ser mi mujer,
sino: la compañera de mi vida…».
Karol
Wojtyla se volvió arzobispo de Cracovia. Y, al hacerlo, fue el protector de
todos los perseguidos por el régimen comunista: los obreros, los intelectuales,
los jóvenes, los judíos, los revisionistas que esperaban aún en un socialismo
con rostro humano. Wojtyla no se detuvo frente a las ideologías ni a las
confesiones religiosas: defendió al hombre, cualquier hombre que fuera
oprimido, pisoteado en su libertad, privado de sus derechos. Y, como hombre de
Iglesia, contribuyó a la lucha por la justicia, por la salvaguarda de la
memoria histórica y la independencia nacional. Este también es uno de los grandes
temas que siempre, por influencia de Cyprian Norwid, estuvo al centro de su
producción poética.
Pensando Patria… es una
poesía compuesta por Wojtyla en 1974. Había revueltas de los trabajadores,
intelectuales y estudiantes, luego nuevamente los obreros en el
Báltico. Habían cambiado los dirigentes del partido comunista, Gierek en lugar
de Gomulka, pero todo siguió como antes. Los polacos continuaban viviendo bajo
el terror, y el peligro de nuevas represiones.
«Cuando pienso ‘Patria’ – me expreso a mí mismo, hundo mis
raíces,
es voz del corazón, frontera secreta que de mí se ramifica a los demás,
para abrazar a todos, hasta el pasado más antiguo de cada uno;
de aquí surjo… cuando pienso ‘Patria’ – casi guardando en mí un tesoro.
Me pregunto cómo hacerlo crecer, cómo dilatar el espacio que llena».
A
la gente que estaba sumergida en la desesperación, que ya no reaccionaba, y
sufría pasivamente la prepotencia del régimen, el arzobispo les dirigía palabras
de fuego para empujarla al coraje, a la resistencia.
«Débil es
el pueblo cuando permite la derrota, cuando
olvida su misión de velar hasta que
llegue la hora.
Las horas vuelven siempre sobre el gran cuadrado de la historia…».
Un Papa polaco… y poeta
Se
llegó al 1978, el año de los dos cónclaves. Albino Luciani había sucedido a
Pablo VI, pero había muerto repentinamente después de sólo 33 días. Los
cardenales se habían vuelto a reunir y, el 16 de octubre, sucedió lo increíble:
por primera vez en la historia un Papa polaco subía a la cátedra de Pedro. Y,
sin embargo, la última poesía que Karol Wojtyla compuso como arzobispo de
Cracovia, no parecía hacer pensar en un futuro como pontífice.
Estaba
dedicada a san Stanislao, y a la Iglesia que nació con su martirio.
«Quiero
describir a la Iglesia
–mi Iglesia que nace junto a mí,
pero no muere conmigo– y yo no muero con ella
que siempre me sobrepasa–
Iglesia: el fondo y la cumbre de mi ser.
Iglesia: raíz tendida en el pasado y en el futuro,
Sacramento de mi vida en Dios que es Padre.
Quiero describir la Iglesia– mi Iglesia ligada a mi tierra…».
Como
Papa, Karol Wojtyla no escribió más poesías –no tenía evidentemente tiempo–
pero a menudo en las homilías, especialmente en Navidad y Pascua, el desarrollo
del texto era el de una composición poético espiritual.
Y
en diversas ocasiones, además, discursos o incluso documentos terminaban con
una oración escrita de manera poética. Juan Pablo II seguía de este modo siendo
un gran «cantor» del hombre y un gran «testigo» de la verdad de Dios. Y era
exactamente la clave de lectura que un famoso ensayista polaco, Z. Kubiak, dijo
de las poesías de Karol Wojtyla: un poeta «de la piedra y de lo inmenso, es
decir, de lo humano terrenal y de lo humano divino».
Y
al final, cuando comenzó a ver aproximarse las puertas de la muerte, Karol
Wojtyla entendió que, para expresar lo que sentía dentro, no podía hacerlo –una
vez más, una última vez– sino con el lenguaje de la poesía. Y así nació Tríptico romano: meditaciones, casi un testamento
espiritual. Es una obra en que dominan la maravilla y el estupor del ser humano
frente a la Creación y que, realmente a veces a través de un camino difícil, le
dan a conocer la verdad, el amor y la sabiduría del Dios Creador.
En
particular, en la segunda parte de las tres estancias en
que se subdivide la obra, Juan Pablo II se detenía en contemplación en el
umbral de la Capilla Sixtina, admirando la obra maestra de Miguel Ángel en la
representación del acto extraordinario de la Creación. Y aquí el Papa se
dirigía –claramente– a los cardenales del futuro cónclave, deseando que éstos
fueran iluminados y guiados por la luz y la transparencia de las imágenes del
artista.
«Non omnis moriar (No moriré del todo) –
Lo que en mi hay de indestructible,
ahora se encuentra cara a cara con El que Es!
Así se pobló la pared central de la policromía sixtina.
…»Con-clave» (Con la llave): el común cuidado de la heredad de las llaves
de las llaves del Reino.
He aquí que se ven el Principio y el Final,
entre el Día de la Creación y el Día del Juicio.
Sólo le es dado al hombre morir una vez ¡y luego el Juicio!
La transparencia final y la luz.
La transparencia de los hechos –
la transparencia de las conciencias –
Es preciso que, durante el conclave, Miguel Ángel concientice a los hombres –
No olvidéis: Omnia nuda et aperta sunt ante oculos Eius.
Tú que penetras todo – ¡indica!
Él indicará…».
Gian
Franco Svidercoschi
(tomado de Alfa y Omega)
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