"Os
digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40).
Este
pasaje evangélico, tan fundamental para comprender el servicio de la madre
Teresa a los pobres, fue la base de su convicción llena de fe de que al
tocar los cuerpos quebrantados de los pobres, estaba tocando el cuerpo de
Cristo. A Jesús mismo, oculto bajo el rostro doloroso del más pobre de
entre los pobres, se dirigió su servicio. La madre Teresa pone de relieve el
significado más profundo del servicio: un acto de amor hecho por los
hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos y los
prisioneros (cf. Mt 25, 34-36),
es un acto de amor hecho a Jesús mismo.
Lo
reconoció y lo sirvió con devoción incondicional, expresando la delicadeza de
su amor esponsal. Así, en la entrega total de sí misma a Dios y al prójimo, la
madre Teresa encontró su mayor realización y vivió las cualidades más
nobles de su feminidad. Buscó ser un signo del "amor, de la
presencia y de la compasión de Dios", y así recordar a todos el valor y la
dignidad de cada hijo de Dios, "creado para amar y ser amado". De
este modo, la madre Teresa "llevó las almas a Dios y Dios a las
almas" y sació la sed de Cristo, especialmente de aquellos más necesitados,
aquellos cuya visión de Dios se había ofuscado a causa del sufrimiento y del
dolor.
"El
Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida
en rescate de todos" (Mc 10, 45). La madre Teresa compartió la
pasión del Crucificado, de modo especial durante largos años de "oscuridad
interior". Fue una prueba a veces desgarradora, aceptada como un "don
y privilegio" singular.
En las
horas más oscuras se aferraba con más tenacidad a la oración ante el santísimo
Sacramento. Esa dura prueba espiritual la llevó a identificarse cada
vez más con aquellos a quienes servía cada día, experimentando su pena
y, a veces, incluso su rechazo. Solía repetir que la mayor pobreza era
la de ser indeseados, la de no tener a nadie que te cuide.
"Que
tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti".
Cuántas veces, como el salmista, también madre Teresa, en los momentos de
desolación interior, repitió a su Señor: "En ti, en ti espero, Dios
mío".
Veneremos
a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del
Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad. Honremos en ella a una de
las personalidades más relevantes de nuestra época. Acojamos su mensaje y
sigamos su ejemplo.
Virgen
María, Reina de todos los santos, ayúdanos a ser mansos y humildes de corazón
como esta intrépida mensajera del amor. Ayúdanos a servir, con la alegría y la
sonrisa, a toda persona que encontremos. Ayúdanos a ser misioneros de Cristo,
nuestra paz y nuestra esperanza. Amén.
(de laHomilia del Papa Juan Pablo II en la Misa de Beatificacion de la Madre Teresade Calcuta el 19 de octubre de 2003) l
La Madre Teresa fue canonizada por el Papa Francisco el 4 de septiembre de 2016.
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