Entrevista
realizada por Wlodzimierz Redzioch al Cardenal Stanislaw Nagy publicada por Osservatore
Romano el 1 de mayo de 2011, con motivo de la beatificación de Juan Pablo II
El
28 de septiembre de 2003 Juan Pablo II anuncio el noveno consistorio de su
pontificado, para elevar a la dignidad cardenalicia a treinta eclesiásticos.
Entre los nuevos purpurados muchos eran personalidades de la Curia y arzobispos
residenciales ya conocidos por el gran publico. Pero en la lista había tan bien tres
nombres casi desconocidos para la mayoría: el belga Gustaaf Joos, el checo Tomaš
Špidlik y el polaco Stanislaw Nagy. El
Papa Wojtyla continuaba asì la tradición de conceder el cardenalato insignes teólogos
en señal de reconocimiento por sus méritos en el campo de los estudios y de la investigación.
Entre
los nuevos cardenales, Nagy era la persona que el Papa conocía mejor. Lo unían
a él vínculos de una larga amistad. Sacerdote del Sagrado Corazón de Jesus,
nacido en Silesia, Nagy había estudiado en la Universidad Jaguellonica de
Cracovia y sucesivamente en la Universidad católica de Lublin, a la cual quedaría
unido para toda la vida como profesor de teología fundamental y teología del
ecumenismo. Precisamente allí, conoció a Karol Wojtyla, también el docente en
el ateneo: conocimiento que con el paso de los años se fue transformando en una
verdadera amistad, basada en la estima reciproca, como lo cuenta el mismo
cardenal Nagy en esta entrevista a nuestro diario:
Se dice que
usted y Wojtyla se hicieron amigos
durante los viajes ralizados juntos de noche de Cracovia a Lublin….
Ya
nos habíamos conocido antes, pero es verdad que durante mucho tiempo viajamos
juntos de Cracovia a Lublin. Tomábamos el tren de noche para estar en Lublin ya
de mañana, estos viajes fueron indudablemente una buena ocasión para carlar y
conocernos mejor.
¿En cuáles campos
trabajo junto al cardenal Wojtyla?
Colaboramos
en varias ocasiones. Ante todo durante los dos sínodos de la Iglesia de
Cracovia: yo era responsable de la sección teológica; por lo tanto debía estar
en continuo contacto con él. Pero ya antes nos habíamos encontrado durante los
trabajos del concilio Vaticano II, en el cual el entonces obispo Wojtyla
participo desde el inicio. Yo enseñaba en la cátedra de teología fundamental:
por eso conocía mejor las problemáticas eclesiológicas que Wojtyla – cuya formación
era esencialmente filosófica – debía afrontar durante el Concilio. Por ello intercambiábamos ideas con frecuencia
y yo aprovechaba la ocasión para tener noticias sobre el desarrollo del Concilio.
Qué papel tuvo el
arzobispo de Cracovia durante el período del régimen comunista?
El
régimen tenia la intención de crear divisiones dentro de la Iglesia polaca,
sobre todo a través del intento de enfrentar al cardenal primado Wyszynski y al
cardenal de Cracovia Wojtyla. Al inicio
las autoridades comunistas consideraban al arzobispo de Cracovia como un pastor dinámico pero poco interesado en la
política, juzgándolo así menos peligroso para ellos. Fue un error garrafal, además,
de este modo el régimen terminó por crear dos puntos de referencia de la oposición
anticomunista. Wojtyla estaba completamente dedicado a la causa de la patria y
de la Iglesia polaca. Y cuando, en la segunda mitad de los años sesenta, el
anciano primado era menos activo, el arzobispo de Cracovia se convirtió para
los comunistas en el enemigo número uno. Por ello el régimen sufrió un
verdadero shock con la elección al pontificado de Wojtyla.
¿Mantuvo los
contactos con su viejo amigo también después de 1978?
No
oculto que su elección a la cátedra pontificia fue para mi una grande y
agradable sorpresa. Pensaba que desde entonces nuestras relaciones ya no serian
como antes. Pero me equivocaba. Lo entendía enseguida: después de la solemne
misa de inicio del pontificado – a la cual no pude asistir junto a los demás
sacerdotes de Cracovia -, el Papa me envió una carta personal en la que me daba
a entender que quería encontrarse conmigo lo antes posible. Por lo tanto, nuestros
contactos no se han interrumpido nunca. Además, otra ocasión de colaboración fue
cuando fui nombrado por él miembro de la Comisión teológica internacional. El
Papa estaba vivamente interesado en los trabajos de la Comisión y hablábamos frecuentemente
de los temas tratados. Luego, en los últimos años del pontificado, Wojtyla me invitó
a menudo a Castelgandolfo.
En sus conversaciones
emergían también posiciones divergentes sobre algunos temas?
Digamos
que podía suceder que el teólogo de Lublin y el Romano Pontifice tuvieran
alguna vez opiniones diversas. Me limito a recordar una pequeña ocasión de
divergencia acerca del proyecto del nuevo Catecismo de la Iglesia católica: yo
lo consideraba difícilmente realizable; él, en cambio, estaba entusiasmado con
el proyecto. Pero al final él tuvo razón.
Todos aquellos que
tuvieron ocasión de participar en la misa celebrada por Juan Pablo II en su
capilla privada quedaron impresionados. ¿ Cuál fue su experiencia?
Cada
vez que estaba en Roma concelebraba la misa con el Papa. Para él la Eucaristía
era un gran misterio vivido de modo muy intensísimo en cada momento. Quedé impresionado
cuando, celebrando la misa en el período de su enfermedad, lo veía arrodillarse
siempre, aunque le costaba un gran esfuerzo: con este gesto se comprende el
valor que daba a la Eucaristía. Debo reconocer que nunca he visto a nadie
celebrar la misa así.
De qué modo la
experiencia del sufrimiento marcó el pontificado del Papa?
La
síntesis del pensamiento de Juan Pablo II sobre el sufrimiento se encuentra en
la carta apostólica Salvifici doloris. El propio Papa reaccionaba a su
decadencia física con gran heroísmo y con espíritu de total aceptación de la
voluntad de Dios. Nunca lo vi ponerse
nervioso o quejarse por su sufrimiento. Más aùn, sus problemas de salud no limitaban
su dedicación total a la misión petrina.
¿Cómo acogió la decisión
de Wojtyla de elevarlo al cardenalato?
Para
mí se trató de una verdadera sorpresa. Supe de mi nombramiento a las 7 de la
mañana del mismo día del anuncio oficial. Al no ser obispo ni tener grandes méritos
pastorales, creo que el Papa de este modo quería rendir homenaje a mi actividad
de teólogo. La noticia en cierta forma me desconcertó. Entonces acudí a la
capilla: era el mejor lugar para reflexionar sobre ello rezando.
¿Qué cosa ha
significado para la Iglesia polaca el pontificado de Juan Pablo II?
Karol Wojtyla tenía un
gran amor por su patria. Nunca ocultó sus raíces polacas, desde el famoso
discurso de inicio del pontificado, cuando dijo que el nuevo Papa venia «de un
país lejano». Como Pontífice se sentía responsable también de la Iglesia de la
cual había sido obispo. Obviamente sus sentimientos hacia Polonia no limitaban
su amor por toda la Iglesia y, particularmente, por los pobres del mundo. Estos
sentimientos nacían de su modo de concebir la misión petrina: ser servidor de
la Iglesia y de toda la humanidad.
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