Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

domingo, 29 de julio de 2012

Cardenal Stanislaw Nagy: “Nunca he visto a nadie celebrar la misa así”


Entrevista realizada por Wlodzimierz Redzioch al Cardenal Stanislaw Nagy publicada por Osservatore Romano el 1 de mayo de 2011, con motivo de la beatificación de Juan Pablo II
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El 28 de septiembre de 2003 Juan Pablo II anuncio el noveno consistorio de su pontificado, para elevar a la dignidad cardenalicia a treinta eclesiásticos. Entre los nuevos purpurados muchos eran personalidades de la Curia y arzobispos residenciales ya conocidos por el gran publico. Pero en la lista había tan bien tres nombres casi desconocidos para la mayoría: el belga Gustaaf Joos, el checo Tomaš Špidlik y el polaco Stanislaw Nagy.  El Papa Wojtyla continuaba asì la tradición de conceder el cardenalato insignes teólogos en señal de reconocimiento por sus méritos en el campo de los estudios y de la investigación.
Entre los nuevos cardenales, Nagy era la persona que el Papa conocía mejor. Lo unían a él vínculos de una larga amistad. Sacerdote del Sagrado Corazón de Jesus, nacido en Silesia, Nagy había estudiado en la Universidad Jaguellonica de Cracovia y sucesivamente en la Universidad católica de Lublin, a la cual quedaría unido para toda la vida como profesor de teología fundamental y teología del ecumenismo. Precisamente allí, conoció a Karol Wojtyla, también el docente en el ateneo: conocimiento que con el paso de los años se fue transformando en una verdadera amistad, basada en la estima reciproca, como lo cuenta el mismo cardenal Nagy en esta entrevista a nuestro diario:



Se dice que usted  y Wojtyla se hicieron amigos durante los viajes ralizados juntos de noche de Cracovia a Lublin….
Ya nos habíamos conocido antes, pero es verdad que durante mucho tiempo viajamos juntos de Cracovia a Lublin. Tomábamos el tren de noche para estar en Lublin ya de mañana, estos viajes fueron indudablemente una buena ocasión para carlar y conocernos mejor.

¿En cuáles campos trabajo junto al cardenal Wojtyla?
Colaboramos en varias ocasiones. Ante todo durante los dos sínodos de la Iglesia de Cracovia: yo era responsable de la sección teológica; por lo tanto debía estar en continuo contacto con él. Pero ya antes nos habíamos encontrado durante los trabajos del concilio Vaticano II, en el cual el entonces obispo Wojtyla participo desde el inicio. Yo enseñaba en la cátedra de teología fundamental: por eso conocía mejor las problemáticas eclesiológicas que Wojtyla – cuya formación era esencialmente filosófica – debía afrontar durante el Concilio.  Por ello intercambiábamos ideas con frecuencia y yo aprovechaba la ocasión para tener noticias sobre el desarrollo del Concilio.

Qué papel tuvo el arzobispo de Cracovia durante el período del régimen comunista?
El régimen tenia la intención de crear divisiones dentro de la Iglesia polaca, sobre todo a través del intento de enfrentar al cardenal primado Wyszynski y al cardenal de Cracovia Wojtyla.  Al inicio las autoridades comunistas consideraban al arzobispo de Cracovia como  un pastor dinámico pero poco interesado en la política, juzgándolo así menos peligroso para ellos. Fue un error garrafal, además, de este modo el régimen terminó por crear dos puntos de referencia de la oposición anticomunista. Wojtyla estaba completamente dedicado a la causa de la patria y de la Iglesia polaca. Y cuando, en la segunda mitad de los años sesenta, el anciano primado era menos activo, el arzobispo de Cracovia se convirtió para los comunistas en el enemigo número uno. Por ello el régimen sufrió un verdadero shock con la elección al pontificado de Wojtyla.

¿Mantuvo los contactos con su viejo amigo también después de 1978?
No oculto que su elección a la cátedra pontificia fue para mi una grande y agradable sorpresa. Pensaba que desde entonces nuestras relaciones ya no serian como antes. Pero me equivocaba. Lo entendía enseguida: después de la solemne misa de inicio del pontificado – a la cual no pude asistir junto a los demás sacerdotes de Cracovia -, el Papa me envió una carta personal en la que me daba a entender que quería encontrarse conmigo lo antes posible. Por lo tanto, nuestros contactos no se han interrumpido nunca. Además, otra ocasión de colaboración fue cuando fui nombrado por él miembro de la Comisión teológica internacional. El Papa estaba vivamente interesado en los trabajos de la Comisión y hablábamos frecuentemente de los temas tratados. Luego, en los últimos años del pontificado, Wojtyla me invitó a menudo a Castelgandolfo.

En sus conversaciones emergían también posiciones divergentes sobre algunos temas?
Digamos que podía suceder que el teólogo de Lublin y el Romano Pontifice tuvieran alguna vez opiniones diversas. Me limito a recordar una pequeña ocasión de divergencia acerca del proyecto del nuevo Catecismo de la Iglesia católica: yo lo consideraba difícilmente realizable; él, en cambio, estaba entusiasmado con el proyecto. Pero al final él tuvo razón.

Todos aquellos que tuvieron ocasión de participar en la misa celebrada por Juan Pablo II en su capilla privada quedaron impresionados. ¿ Cuál fue su experiencia?
Cada vez que estaba en Roma concelebraba la misa con el Papa. Para él la Eucaristía era un gran misterio vivido de modo muy intensísimo en cada momento. Quedé impresionado cuando, celebrando la misa en el período de su enfermedad, lo veía arrodillarse siempre, aunque le costaba un gran esfuerzo: con este gesto se comprende el valor que daba a la Eucaristía. Debo reconocer que nunca he visto a nadie celebrar la misa así.

De qué modo la experiencia del sufrimiento marcó el pontificado del Papa?
La síntesis del pensamiento de Juan Pablo II sobre el sufrimiento se encuentra en la carta apostólica Salvifici doloris. El propio Papa reaccionaba a su decadencia física con gran heroísmo y con espíritu de total aceptación de la voluntad de Dios.  Nunca lo vi ponerse nervioso o quejarse por su sufrimiento.  Más aùn, sus problemas de salud no limitaban su dedicación total a la misión petrina.

¿Cómo acogió la decisión de Wojtyla de elevarlo al cardenalato?
Para mí se trató de una verdadera sorpresa. Supe de mi nombramiento a las 7 de la mañana del mismo día del anuncio oficial. Al no ser obispo ni tener grandes méritos pastorales, creo que el Papa de este modo quería rendir homenaje a mi actividad de teólogo. La noticia en cierta forma me desconcertó. Entonces acudí a la capilla: era el mejor lugar para reflexionar sobre ello rezando.

¿Qué cosa ha significado para la Iglesia polaca el pontificado de Juan Pablo II?

Karol Wojtyla tenía un gran amor por su patria. Nunca ocultó sus raíces polacas, desde el famoso discurso de inicio del pontificado, cuando dijo que el nuevo Papa venia «de un país lejano». Como Pontífice se sentía responsable también de la Iglesia de la cual había sido obispo. Obviamente sus sentimientos hacia Polonia no limitaban su amor por toda la Iglesia y, particularmente, por los pobres del mundo. Estos sentimientos nacían de su modo de concebir la misión petrina: ser servidor de la Iglesia y de toda la humanidad.

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