La misericordia auténticamente
cristiana es también, en cierto sentido, la
más perfecta encarnación de la « igualdad » entre los hombres y por
consiguiente también la encarnación más perfecta de la justicia, en cuanto también ésta, dentro de su ámbito, mira al
mismo resultado. La igualdad introducida mediante la justicia se limita, sin
embargo al ámbito de los bienes objetivos y extrínsecos, mientras el amor y la
misericordia logran que los hombres se encuentren entre sí en ese valor que es
el mismo hombre, con la dignidad que le es propia.
Al mismo tiempo, la «
igualdad » de los hombres mediante el amor « paciente y benigno » 122 no
borra las diferencias: el que da se hace más generoso, cuando se siente
contemporáneamente gratificado por el que recibe su don; viceversa, el que sabe
recibir el don con la conciencia de que también él, acogiéndolo, hace el bien,
sirve por su parte a la gran causa de la dignidad de la persona y esto
contribuye a unir a los hombres entre sí de manera más profunda.
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