«Misericordias Domini in aeternum cantabo» (Sal 88, 2).
"Vengo a este santuario como peregrino para unirme al canto
ininterrumpido en honor de la divina Misericordia. Lo había entonado el
Salmista del Señor, expresando lo que todas las generaciones conservan y
conservarán como fruto preciosísimo de la fe. Nada necesita el hombre como la
divina Misericordia: ese amor que quiere bien, que compadece, que eleva al
hombre, por encima de su debilidad, hacia las infinitas alturas de la santidad
de Dios.
En este lugar lo percibimos de modo particular. En efecto, aquí surgió
el mensaje de la divina Misericordia que Cristo mismo quiso transmitir a
nuestra generación por medio de la beata Faustina. Y se trata de un mensaje
claro e inteligible para todos. Cada uno puede venir acá, contemplar este
cuadro de Jesús misericordioso, su Corazón que irradia gracias, y escuchar en
lo más íntimo de su alma lo que oyó la beata. «No tengas miedo de nada. Yo
estoy siempre contigo» (Diario, cap. II). Y, si responde con
sinceridad de corazón: «¡Jesús, confío en ti!», encontrará consuelo en
todas sus angustias y en todos sus temores.
En este diálogo de abandono se
establece entre el hombre y Cristo un vínculo particular, que genera amor. Y
«en el amor no hay temor —escribe san Juan—; sino que el amor perfecto expulsa
el temor» (1Jn 4, 18).”
No hay comentarios:
Publicar un comentario