La humanidad occidental seguía en guerra. Rusia estaba a punto de caer
en manos de los revolucionarios bolcheviques: el 17 de marzo de 1917 quedaba
suspendida la monarquía rusa y, entre mayo y noviembre se fue fraguando el
triunfo del comunismo: a partir del triunfo de la Revolución de noviembre,
iniciaría su andadura lo que luego se llamó Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS), cuyo líder indiscutible era Lenin.
De todo esto, que estaba sucediendo aquel mismo año, nada sabían los
pastorcillos. Será la Virgen quien les informe, más adelante, de los graves
problemas de Rusia y de la humanidad.
Después de las apariciones del Ángel, los niños estaban en mejor
situación espiritual para recibir la visita de la Virgen. Para conocer con
detalle la primera aparición de la Virgen, acudimos nuevamente a las Memorias de Lucía:
«Día 13 de mayo de 1917. Estando jugando con Jacinta y Francisco encima
de la pendiente de Cova de Iria, haciendo una pared alrededor de una mata,
vimos, de repente, como un relámpago.
—Es mejor irnos para casa —dije
a mis primos—, hay
relámpagos; puede haber tormenta.
—Pues, sí.
Y comenzamos a descender la ladera, llevando las ovejas en dirección
del camino. Al llegar poco más o menos a la mitad de la ladera, muy cerca de
una encina grande que allí había, vimos otro relámpago; y, dados algunos pasos
más adelante, vimos sobre un carrasco una Señora, vestida toda de blanco, más
brillante que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de
cristal lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más
ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que
nos quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que ella irradiaba. Tal vez a
metro y medio de distancia más o menos.
Entonces Nuestra Señora nos dijo:
·
No tengáis miedo. No os voy a hacer daño.
·
¿De dónde es usted? —le pregunté.
·
Soy del
cielo.
·
¿Y qué es lo que usted quiere?
—Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13 a
esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero. Después volveré
aquí una séptima vez.
—Y yo, ¿también voy al cielo?
·
Si; vas.
·
Y ¿Jacinta?
·
También.
·
Y ¿Francisco?
·
También; pero tiene que rezar muchos rosarios
(...).
·
¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos
los sufrimientos que él quiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados
con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?
—Sí, queremos.
·
Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la
gracia de Dios será vuestra fortaleza.
Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etc.)
cuando abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como
un reflejo que de ellas se irradiaba, que nos penetraba en el pecho y en lo más
íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más
claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un impulso
íntimo, también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos
íntimamente: »Oh Santísima
Trinidad, yo os adoro. Dios mío, Dios mío; yo os amo en el Santísimo
Sacramento».
Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió: —Rezad el rosario todos los días
para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra.
En seguida comenzó a elevarse suavemente, subiendo en dirección al
naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la lejanía. La luz que la
rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros, motivo por el cual
alguna vez dijimos que habíamos visto abrirse el cielo ( Obra
citada, Cuarta Memoria, págs.
157-159).
José Martinez Puche O.P.
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