Pertenece también al Evangelio del
sufrimiento —y de modo orgánico— la parábola del buen Samaritano. Mediante esta
parábola Cristo quiso responder a la pregunta « ¿Y quién es mi prójimo? ».(90)
En efecto, entra los tres que viajaban a lo largo de la carretera de Jerusalén
a Jericó, donde estaba tendido en tierra medio muerto un hombre robado y herido
por los ladrones, precisamente el Samaritano demostró ser verdaderamente el
« prójimo » para aquel infeliz. « Prójimo » quiere decir
también aquél que cumplió el mandamiento del amor al prójimo. Otros dos hombres
recorrían el mismo camino; uno era sacerdote y el otro levita, pero cada uno «
lo vio y pasó de largo ». En cambio, el Samaritano « lo vio y tuvo compasión...
Acercóse, le vendó las heridas », a continuación « le condujo al mesón y cuidó
de él ».(91) y al momento de partir confió el cuidado del hombre herido al
mesonero, comprometiéndose a abonar los gastos correspondientes.
La parábola del buen Samaritano
pertenece al Evangelio del sufrimiento. Indica, en efecto, cuál debe ser la
relación de cada uno de nosotros con el prójimo que sufre. No nos está
permitido « pasar de largo », con indiferencia, sino que debemos « pararnos »
junto a él. Buen Samaritano es todo hombre, que se para junto al
sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta
parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad. Es como el
abrirse de una determinada disposición interior del corazón, que tiene también
su expresión emotiva. Buen Samaritano es todo hombre sensible al
sufrimiento ajeno, el hombre que « se conmueve » ante la desgracia del
prójimo. Si Cristo, conocedor del interior del hombre, subraya esta conmoción,
quiere decir que es importante para toda nuestra actitud frente al sufrimiento
ajeno. Por lo tanto, es necesario cultivar en sí mismo esta sensibilidad del
corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. A
veces esta compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de
nuestra solidaridad hacia el hombre que sufre.
Sin embargo, el buen Samaritano de
la parábola de Cristo no se queda en la mera conmoción y compasión. Estas se
convierten para él en estímulo a la acción que tiende a ayudar al hombre
herido. Por consiguiente, es en definitiva buen Samaritano el que
ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea. Ayuda,
dentro de lo posible, eficaz. En ella pone todo su corazón y no ahorra ni
siquiera medios materiales. Se puede afirmar que se da a sí mismo, su propio «
yo », abriendo este « yo » al otro. Tocamos aquí uno de los puntos clave de
toda la antropología cristiana. El hombre no puede « encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás »,(92) Buen
Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí
mismo.
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