En este momento mi
recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II inició
su ministerio aquí en la Plaza de San Pedro. Todavía, y continuamente, resuenan
en mis oídos sus palabras de entonces: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de
par en par las puertas a Cristo!” El Papa hablaba a los fuertes, a los
poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles
algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad
a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la
corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les
habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su
dignidad, a la edificación de una sociedad justa. Además, el Papa hablaba a
todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos todos de algún
modo miedo –si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos
abrimos totalmente a él–, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida?
¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más
bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos
privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar
a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida
libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de
la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades
de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y
lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a
partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros,
queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo.
Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las
puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida.
(de la Homilia de Benedicto XVI el 24 de abril de 2005 - Solemne inicio del Ministerio Petrino )
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