“Estamos en el umbral de la casa
de Zacarías, en la localidad de Ain-Karin. María llega a esta casa,
llevando en sí el misterio gozoso. El misterio de un Dios que se ha hecho
hombre en su seno. María llega a Isabel, persona que le es muy cercana, a quien
le une un misterio análogo; llega para compartir con ella la propia alegría.
En el umbral de la casa de Zacarías le
espera una bendición, que es la continuación de lo que ha oído de los
labios de Gabriel: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre... Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de
parte del Señor" (Lc 1, 42-45).
Y en ese instante, desde lo profundo de la
intimidad de María, desde lo profundo de su silencio, brota ese cántico que
expresa toda la verdad del gran Misterio. Es el cántico que anuncia la historia
de la salvación y manifiesta el corazón de la Madre: "Mi alma engrandece
al Señor..." (Lc 1, 46).
Hoy no nos encontramos ya en el umbral de
la casa de Zacarías en Ain-Karin. Nos encontramos en el umbral de la
eternidad. La vida de la Madre de Cristo ahora ya ha terminado sobre la
tierra. En Ella debe cumplirse esa ley que el Apóstol Pablo proclama en su
Carta a los Corintios: la ley de la muerte vencida por la resurrección de
Cristo. En realidad, "Cristo ha resucitado de entre los muertos como
primicia de los que duermen... Y como en Adán hemos muerto todos, así también
en Cristo somos todos vivificados. Pero cada uno en su propio rango" (1
Cor 15, 20, 22-25). En este rango María es la primera. En efecto, ¿quién
"pertenece a Cristo" más que Ella?
Y he aquí que en el momento en que se
cumple en Ella la ley de la muerte, vencida por la resurrección de su Hijo, brota
de nuevodel corazón de María el cántico, que es cántico de
salvación y de gracia: el cántico de la asunción al cielo. La
Iglesia pone de nuevo en boca de la Asunta, Madre de Dios, el
"Magníficat".”
( de la homilía de San Juan Pablo IIel 15 de agosto de 1979 – leer completoen la página de la Santa Sede)
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