Para la Iglesia, la labor
de catequesis comporta una intensa obra de formación de los catequistas.
También en esto nos da luz el ejemplo de Cristo. Durante su ministerio, Jesús
se dedicó sobre todo a formar a los que habían de difundir su mensaje por el
mundo entero. Consagró mucho tiempo a predicar a las multitudes, pero reservó
un tiempo mayor a formar a sus discípulos. Les hizo vivir en su compañía para
inculcarles la verdad de su mensaje no sólo con sus palabras, sino con su
ejemplo y con el contacto diario. A sus discípulos les descubrió los secretos
de su reino, les hizo entrar en el misterio de Dios, cuya revelación traía El.
Suscitó en ellos la fe y la hizo crecer progresivamente con una instrucción
cada vez más completa. Cuando les confirió la misión de enseñar a todas las
gentes, podía confiarles esta tarea, pues les había dotado de la doctrina que
debían divulgar, si bien la comprensión plena de ésta les iba a venir del
Espíritu Santo que les daría la fuerza divina del apostolado…
(…)
La formación doctrinal es
una necesidad fundamental, puesto que la catequesis no puede limitarse a
enseñar un mínimo de verdades aprendidas y repetidas mnemotécnicamente. Si el
catequista tiene la misión de inculcar toda la doctrina cristiana en sus
oyentes, debe haberla aprendido bien previamente él mismo. No ha de ser mero
testigo de su fe; debe comunicar su contenido. La enseñanza que ha recibido en la
preparación al bautismo, la confirmación o la comunión, muy a menudo no es
suficiente para un conocimiento exacto y profundo de la fe que ha de
transmitir. Es indispensable un estudio más sistemático. En la práctica, a
veces las circunstancias han forzado a los responsables de la catequesis a
recurrir a la colaboración de personas de buena voluntad, pero sin una
preparación adecuada. Estas soluciones resultan en general incompletas. Para
garantizar una sólida catequesis en el porvenir, es preciso confiar esta obra a
catequistas que han adquirido competencia doctrinal por medio del estudio.
(…)
Si bien el conocimiento de la doctrina
revelada requiere un esfuerzo de la inteligencia, la formación doctrinal debe
ser al mismo tiempo una profundización en la fe. La finalidad esencial de la
catequesis es la comunicación de la fe, y es ésta la que debe guiar el estudio
de la doctrina. Un estudio que ponga en discusión la fe o que introduzca dudas
sobre la verdad revelada no puede servir a la catequesis. El desarrollo de la
ciencia doctrinal debe ir de acuerdo con un desarrollo de la fe. Por esta razón
los institutos de formación catequética deben considerarse ante todo como
escuelas de la fe.
(…)
La enseñanza de la
doctrina cristiana tiene por objetivo la difusión de la fe y no un mero
conocimiento de la verdad; tiende a suscitar una adhesión de la inteligencia y
del corazón a Cristo y aumentar la comunidad cristiana. Por consiguiente, debe
asumirse como una misión de la Iglesia y una misión para la Iglesia. Los catequistas
contribuyen a la edificación del Cuerpo místico de Cristo, a su crecimiento en
la fe y en la caridad.
Se espera que tengan este
espíritu de misión no sólo los catequistas que despliegan su actividad en los
llamados países de misión, sino igualmente todos los catequistas de la Iglesia,
sea el que fuere el lugar donde enseñan. El espíritu de misión mueve al
catequista a emplear todas sus fuerzas y talentos en la enseñanza. Lo hace más
consciente de la importancia de su obra y lo hace capaz de afrontar mejor todas
las dificultades, con mayor confianza en la gracia que lo sostiene.
(de la Audiencia General de Juan Pablo II - 6 de
marzo 1985)
No hay comentarios:
Publicar un comentario