(entrevista de Laura Badaracchi para Totus Tuus Nr 4 agosto/septiembre 2010)
“¿Un hombre como Juan Pablo? Como el nace uno cada siglo. Si
acaso”
A Aturo Mari se le
humedecen los ojos cada vez que nombra al Papa Wojtyla: ha pasado veintisiete
años a su lado, siendo considerado por el “como un hijo”. El fotocronista colabora
desde jovencísimo con su porción en el “Osservatore Romano”, el diario de la Santa
Sede: allí entró el 9 de marzo de 1956, y de allí salió, según sus palabras, ·”cincuenta
y tres años después, tras haber seguido a seis Papas, de Pio XII a Benedicto
XVI”. Nos habla desde el estudio de su casa en Borgo Vittorio. La misma
habitación en la que nació y creció junto a su hermano y su hermana: donde hoy
vive con su esposa ecuatoriana Corina: una habitación que rebosa de recuerdos
en cada rincón. Las estanterías están cargadas de volúmenes que contienen sus
fotografías y de ellas son mayoría las
dedicadas al Papa polaco. Testimonios de su peregrinación por el mundo, que
proporcionaron además a Mari la ocasión de perfeccionar el ingles y el francés,
que habia aprendido en el colegio, de aprender español y polaco y hasta a chapurrear el alemán y el portugués.
¿Cuándo
conoció personalmente a Karol Wojtyla?
Me lo presentó en 1962 el Primado de Polonia, el cardenal Stephan
Wyszynsky, nombrado obispo auxiliar de Cracovia cuatro años antes, Monseñor Wojtla
hablaba italiano: lo había aprendido durante la posguerra, cuando estudiaba teología
en la Pontificia Universidad Santo Tomas de Aquino. Luego vino a Roma para el Concilio
Vaticano II : entonces no era fácil salir de la propia diócesis y menos de su país.
Me hablo de la Iglesia del silencio, y en aquella conversación comprendí que se
trataba de un obispo fuera de serie. Sus razonamientos eran muy rápidos, tenía
una inteligencia superior que iba directa al núcleo de las cuestiones, y de
manera concreta y practica. Es decir, iba al grano, no gastaba palabras vanas.
¿Qué encuentros siguieron a continuación?
Durante los años del Concilio me lo crucé varias veces, y otras más
cuando predicó los ejercicios espirituales en el Vaticano en 1976, invitado por
Pablo VI. Siempre me reconocía, era muy cordial: me daba una palmada en la
espalda y con una sonrisa me preguntaba como estaba, como iba el trabajo.
¿Qué sintió cuando oyó pronunciar su nombre aquel 16 de octubre de 1978?
Me encontraba detrás de las puertas del conclave, instintivamente
di un salto de alegría. Apenas elegidos, antes de asomarse al balcón, me hizo
una ligera caricia en la cara, con dulce expresión. Desde aquel momento lo
seguí durante 27 años, 365 días al año, desde las seis y media de la mañana hasta
las nueve de la noche e incluso más tarde. Una experiencia única en mi vida
humana y profesional, y si pudiera volver atrás, haría lo mismo.
Ha hecho miles de fotografías, ha visto personas sencillas de todo el mundo que esperaban la llegada del Papa ¿Qué fotos recuerda de manera especial que estén ligadas a un hecho o a un encuentro especialmente conmovedor?
Me han impresionado sobre todo sus visitas a hospitales y cárceles:
su modo de acercarse a los familias pobres durante los viajes apostólicos. En
estos encuentros se evidencia la sustancia de la que estaba hecho Juan Pablo
II, la misma tanto si estaba en las chozas del bosque como en el palacio del
Presidente de los Estados Unidos en Washington. Lo que más
me conmovía era su contacto con la gente: siempre quería ver los hechos, saber cómo
estaban las cosas de verdad: jamás tuvo miedo de denunciar las injusticias,
defendiendo los derechos de las personas hasta el fin, enfermo entre los
enfermos.
¿Estar tan cerca de él ha influenciado su vida?
Digamos que ha cambiado mi existencia, tanto a nivel humano como
espiritual: siempre estaba a medio metro de él, oía lo que decía incluso fuera
del carácter oficial asistía a sus actividades “fuera de programa” que ponían nerviosos
a los encargados de la seguridad, veía las expresiones de su cara: con su oración
con sus movimientos me daba lecciones de vida. En el momento de la consagración
durante la Misa, su rostro se transfiguraba: parecía situado en un escalón por
encima de la tierra.
Y luego su único hijo, Juan Carlos, ha decidió hacerse sacerdote…
Desde muy pequeño no dejaba de hacerme preguntas sobre el Santo
Padre. Durante su etapa de discernimiento se confiaba mas con su madre que3
conmigo: cuando me comunicó su decisión, hable con Monseñor Estanislao Dziwisz,
secretario personal del Papa, y éste se lo transmitió al Pontífice. Entonces el
Papa me llamo para explicarme lo que significa ser padre de un sacerdote: me
dijo que procurara estar siempre presente para que se apoyara en mí, pero con discreción,
ya que el sacerdote está llamado a dar con sus manos a Jesus a los otros, a dar
la vida. Hoy mi hijo, ordenado hace tres
años por Benedicto XVI, tiene 34 años y se encuentra en Ecuador para vivir en
una comunidad de los Legionarios de Cristo, entre los que ha decidido vivir su vocación.,
Juan Pablo II viajo más que todos los anteriores Pontífices juntos: más de un centenar de viajes apostólicos, 127 países visitados además de Italia. ¿Qué recuerda de los encuentros con los mandatarios políticos y los lideres religiosos?
El Papa ponía siempre al hombre en el centro de todo, con su
dignidad, el trabajo, la familia: estas eran sus preocupaciones durante los
discursos oficiales, estas y no las cuestiones institucionales. Su humildad se convertía
en firmeza, porque hablaba, y asi lo hacía resaltar, en nombre de los que no podían
hablar por si mismos. Al mismo tiempo, sentía
un profundo respeto por las otras religiones: fue el primer Papa en atravesar
el umbral de una sinagoga y de una mezquita. En el campo ecuménico ha dado
pasos de gigante.
Una extraordinaria capacidad de relacionarse con todos que contribuyó, en 1989, a la caída del Muro de Berlín…
No cayó por un golpe de viento: años atrás se habían reunido ne el
Vaticano el Santo Padre y Michail Gorbachov, uno de los mejores lideres que ha
conocido el Papa: ambos compartían el dialogo como medio para alcanzar la paz.
Otra amistad famosa es la que tuvo con la Madre Teresa de Calcuta…
El encuentro más conmovedor
que recuerdo es el que tuvo lugar ne Calcuta en 1986, en la casa de los
moribundos. Allí el Papa se inclino para acariciar a los leprosos, para darles
de comer… Ninguno era católico: el Papa miraba al hombre, a la mujer, en un entorno
difícil por el calor húmedo y los malos olores, el sufrimiento y la miseria increíble,
tanta como no la he visto en ningún otro sitio.
Cuéntenos alguna vivencia “fuera de programa” junto a los pobres…
En agosto de 1985, acabábamos de salir de la casa del Presidente;
en un momento dado, la columna de automóviles que seguía al del Papa se detiene
repentinamente: el Pontífice se baja del coche, atraviesa la calle y entra en
una chabola donde vivía una familia con siete u ocho hijos, sin agua ni luz. Lo
siguen el intérprete, el obispo local: el Papa quiere enterarse de cómo vive
esta familia…. Esto sucedió de nuevo en Angola, en junio de 1992: encuentros espontáneos,
fuera de protocolo. Enseguida se formaba una empatía: cuando sentías su mirada
encima, no había resistencia posible: hablaba con la mirada, y te transmitía su
estado de ánimo.
¿Y estando de vacaciones?
Era un contemplativo: en contacto con la naturaleza, se
transfiguraba: Y escribía: de esos días surgían sus encíclicas, tantas cartas y
libros. En realidad, en vacaciones trabajaba intensamente.
De los últimos dias de Juan Pablo II ¿Qué momentos desea recordar?
El Viernes Santo fue el Santo Padre el que pidió la cruz: la beso
y se la acercó a la cabeza, al corazón, a la frente. Conseguía hablar, en tono
muy bajo. Seis horas antes de su muerte, me llamo don Estanislao: el Papa quería
saludarme por última vez. Me sonrió, con una mirada que no se le veía desde hacía
mucho, y me dijo: “Arturo, gracias, gracias”. Esto nos hizo vivir su tránsito con
serenidad. Aunque han pasado cinco años, no lo siento ausente. Voy a menudo a
visitar su tumba. De verdad, lo siento muy cercano, como si siguiera a mi lado.
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