Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 6 de agosto de 2021

Juan Pablo II, el teólogo de la montaña – Alberto Maria Careggio

 




Desde el primer instante de su elección, Juan Pablo II se presento inmediatamente como un Papa con un estilo nuevo.  ¡Cómo no recordar el modo de alzar los brazos, de saludar a la multitud, sus palabras…cuando se asomo al balcón de la basílica vaticana en la tarde de aquel 16 de octubre de 1978!  Todo daba a entender que el suyo seria un pontificado particular.

Su modo de relacionarse con el mundo contemporáneo no le hizo perder nada de su propia autoridad, ni renunciar a la misión de pastor universal, ejerciendo así su pontificado de manera coherente, con tal claridad, linealidad, fidelidad al Evangelio, que se ha convertido en uno de los pontificados más grandes de nuestro tiempo.

La originalidad del magisterio de Juan Pablo II puede ser vista en el haber hecho emerger, con inusual participación, las características de una espiritualidad del “tiempo” que, iluminado por el misterio de la Encarnación, es “lugar teológico” en el que confluyen con prodigiosa intensidad tanto su pasión por Cristo, como su pasión por el hombre, tanto la historia divina como la humana.

Esto explica como la fidelidad a Jesucristo, en el presente de cada dia, se haya expresado en Juan Pablo II por medio de un inevitable empeño contra toda fuerza que impida al hombre el desarrollo armonioso de todas sus potencialidades. Todo esto había adquirido las connotaciones de un movimiento cada vez más intenso de elevación espiritual que encontró sea en el joven sacerdote de Cracovia que después en el Papa alpinista, una representación simbólica en las ascensiones a las montañas. En efecto, tal como escalaba las cimas, siempre afrontadas con intensa fuerza de ánimo, de la misma manera y con similar determinación sabia afrontar también los problemas del mundo y medir su límite físico personal, incluida su última enfermedad y muerte.

Entre los varios atributos que le fueron adjudicados, como el “Santo guerrero”, el “Papa no global”, “el atleta de Dios”, el “Maestro universal”, “el Catequista del mundo”, “El grande”, ”El alumno de la resurrección”, por no citar aquellas más comunes, a mi me gusta definirlo como “Hombre de las altas cumbres”, o como “Teólogo de la montaña”, tan intensa permanece en la memoria de la gente su figura en los hielos de nuestros Alpes.

Dio la vuelta al mundo su mirar al infinito desde le Monte Blanco, el macizo más alto de Europa, al igual que su caminar por las montañas con paso seguro y pausado, su fijar su mirada en las altas cimas, sobre los hielos fulgurantes y detenerse, mas para interiorizar las emociones que para conceder un breve respiro al cansancio.

A la vocación de “elevarse hacia lo alto”, Juan Pablo II siempre respondió con energía y coraje, tan abierto estaba al estupor de aquella belleza divina que se manifiesta tanto en lo Creado como en el corazón de cada hombre. Inmerso totalmente en Dios, sus ascensiones eran las de un verdadero místico y creo que, en el cansancio físico, podría pensar ante todo en el esfuerzo que se requiere para distanciarse de las frivolidades engañosas de este mundo.

La suya fue, en consecuencia, una respuesta a la necesidad de sentido que surge siempre en el corazón del hombre contemporáneo. En las estadas alpinas, adquirían particular fuerza las invitaciones a superar cualquier tentación al abandono, al achatamiento nivelador del así llamado “pensamiento débil”, incapaz de dar respuestas y significado al vivir y al morir.

Toda la vida de Juan Pablo II ha sido, por lo tanto, un desafío contra cierta forma de pensar o actuar moderno que propone, con frecuencia, horizontes mezquinos, cuando, presos del materialismo, no se sabe o no se quiere fijar la mirada mas allá de los confines de la tierra. En tal sentido, el, que solía decir que “en las montañas el ojo no se sacia de admirar, ni el corazón de ascender mas allá”, llamo a abrir las puertas a Cristo, a los jóvenes a descubrir las ascensiones del espíritu, a los esposos a abrirse al gozo de la vida y de la familia, a los ancianos a pasar de la vida a la vida, a los enfermos y a los que sufren a subir a la cima del Calvario, sabiendo y recordando que habrán de confrontarse con la cruz.

 

(De Totus Tuus 1/2011- Alberto Maria Careggio: Juan Pablo II, el teólogo de la montaña)

No hay comentarios: